El alcalde de las marcas

Que Xavier Trias cerraría la lista que lidera el holograma de Quim Forn se sabía desde hacía tiempo. De hecho, no es el único cabeza de cartel descatalogado que lo hace porque el simbólico gesto significa en teoría apoyo personal al nuevo alcaldable y continuidad del proyecto. Sin embargo, yo me quedo con lo que más me importa: ocupando el último lugar me asegura que no saldrá reelegido y esto me reconforta. Lamento el alboroto mediático que ha provocado el adiós en diferido de este político con más vidas que un gato que no duda en fotografiarse con Jordi Pujol para blanquear la figura del nada honorable. Digo que lo lamento porque, en lugar de hacer periodismo, la prensa barcelonesa ha escogido otra vez hacer un masaje con final feliz a los convergentes tuneados.

Es un hecho bastante común encontrar en los medios panegíricos al político de turno que se va, pero yo sigo sin acostumbrarme a esta ley del silencio. Todavía no me he recuperado del que hizo un periodista de un medio independentista loando el talante del tronado presidente de los populares barceloneses o el que hizo otro periodista de un medio dependentista a una gris regidora que si ha destacado por alguna cosa ha sido por haber privatizado los aparcamientos municipales más rentables. El síndrome de Estocolmo en algunos periodistas de información local es preocupante porque les hace perder el oremus. Tampoco ayuda en su curación haber olvidado la sana tradición de cambiarlos de sección de tanto en tanto.

Cada vez que me encuentro con tanta alabanza disfrazada de noticia empiezo a rebuscar en los cajones de mi memoria. En el caso de la discutible gestión de Trias como alcalde recuerdo que la oposición lo bautizó malévolamente como el alcalde de las marcas. Con él, la estatua de Colón se puso la camiseta del Barça que pagaba una conocida marca deportiva, se alquiló el espacio público a las empresas y las estaciones del metro estuvieron a punto de añadir a su nombre el de un patrocinador. Con los convergentes también se acabó la moratoria hotelera en Ciutat Vella y la que vetaba antenas de telefonía móvil cerca de escuelas y hospitales, se centrifugó el turismo y se vendió el alma de Barcelona al mejor postor.

Consciente de que le tocaba pilotar una administración municipal muy contaminada por décadas de gobiernos socialistas, Trias montó con dinero público una estructura de gobierno paralela que benefició presuntamente a amigos del partido y a empresas afines comenzando por las de los hijos del extenso clan de los Pujol-Ferrusola. Los funcionarios contemplaban impotentes cómo les dejaban sin trabajo y cómo los cargos de confianza se beneficiaban de cursos de formación en prestigiosas universidades extranjeras a cargo del presupuesto. Por cierto, la hAda Colau –a quien tanto critica Trias por sus formas de hacer y de ser- ha vetado esta práctica inmoral.

En el acto de homenaje se reunieron medio millar de personas, un presidente de la Generalitat y dos expresidentes. Del show que le montaron amigos y estómagos agradecidos destaco especialmente las palabras afectuosas que Trias dedicó a su amigo Pujol: “Nos hemos querido mucho y continúo queriéndolo” porque, añadió, de él había aprendido a querer al país y a no tener ni un minuto para él mismo. Entonces recupero las duras palabras que tuvo el aprendiz de brujo para su maestro cuando se hizo pública la manía de la Marta de llevar dinero a Andorra disfrazada de madre superiora y entiendo el peculiar sentido del humor del exalcalde.

El príspilític Forn estuvo presente en todo momento en forma de holograma, una tradición iniciada por el gurú de la secta que se mantiene con un éxito relativo, según los sondeos electorales. Dicen que es el alcaldable de esta olla de grillos que es Junts x Cat, pero en realidad la que corta el bacalao es Elsa Artadi, aleccionada desde Waterloo. Comparte con el ciudadano Valls su paracaidismo político tan de moda últimamente y, como el candidato naranja, ella también lo ignora todo de Barcelona, empezando por el color de las líneas del metro porque viaja en coche oficial y taxi. Antes de ser fichada para formar parte del gobierno de los peores del rey Arturo, Artadi lo hacía en ferrocarriles porque ir en metro es cosa de pobres.

Con la marcha de Trias desaparece de la política barcelonesa el discreto encanto de la burguesía que te la metía doblada con una sonrisa y llega la invasión de los ultracuerpos.

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