¿De qué fascismos hablamos?

¡Eres un fascista! ¡Fuera fascistas de nuestros barrios! Son frases que hemos oido gritar a menudo por nuestras calles y universidades, o contemplado en la pantalla del televisor. Son imprecaciones que transmiten rabia hacia otras, pero pocas veces se ajustan a las características reales de quienes se pretende insultar. Uno de los signos de nuestros tiempos es el falseamiento, la banalización, del verdadero significado de las cosas y de los conceptos.

Dicen los entendidos en la materia que cada vez usamos menos palabras a la hora de escribir o expresarnos; que las llamadas "generaciones digitales" tienen, en general, a pesar de haber adquirido otras habilidades, un léxico más pobre que sus padres y abuelos. Nos explican los expertos que los jóvenes de nuestro tiempo son más rápidos, resumen y sintetizan mejor, concretan y comunican sentimientos o situaciones con un reducido número de caracteres. Algunos afirman, incluso, que estas circunstancias van en detrimento del matiz y el detalle, de la imaginación y la creatividad.

El vocabulario de los idiomas no deja de ser un inventario de las ideas y de los intereses de la sociedad. Los miembros de una determinada comunidad usamos palabras con un mismo significado, puesto que si no fuera así sería difícil la comunicación y la comprensión. Pero hay cuestiones que van más allá del número de palabras empleado para comunicarnos. Cuando en una sociedad democrática se vacía o reduce –conscientemente o inconscientemente– el significado de las palabras, desvirtuando su contenido, estamos debilitando el pensamiento crítico.

Los caminos del totalitarismo son varios y variados. George Orwell, en su obra 1984, describe la Nuevahabla (Newspeak) utilizada por un sistema autoritario que tiene la intención de reducir, cada vez más, el uso de las palabras para conseguir que
el ciudadano pierda su capacidad de expresarse y ejercer el pensamiento crítico. La idea básica de la Nuevahabla orweliana es eliminar todos los matices de significado contenidos en el lenguaje.

Algo hay en nuestro tiempo de las tendencias profetizadas por el escritor inglés. Tanto es así que quizás ha llegado la hora de recuperar el nombre de las cosas a pesar de que el esfuerzo, a muchos, les pueda parecer poco útil. Hace unas semanas, en el transcurso de la entrega de los Goya, muchos de los galardonados tomaron la palabra para agradecer a la Academia la concesión de sus premios. Lo hizo el actor gerundense Enric Auquer, al ser reconocido como el mejor actor revelación por su papel como narcotraficante en la película Quien a hierro mata. Visiblemente emocionado, Enric dedicó el trofeo "a todas las antifascistas del mundo". ¡Bravo! Nada a objetar a las buenas intenciones de este excelente profesional de la escena, pero sí una invitación a reflexionar en torno al uso de la palabra comodín de esta década.

Fascista o antifascista, según convenga, es el golpe de voz más empleado por muchos para anatemizar a los adversarios de sus ideas. Esta utilización abusiva, urbi et orbi, del concepto, no sólo es una banalización del fascismo nada conveniente, sino, también, una caricatura de toda una serie de hechos históricos y pensamientos políticos. Desgraciadamente, algunos agentes activos del independentismo catalán han jugado a esto. Ha sido el eminente historiador y sociólogo italiano especialista en el fascismo Emilio Gentile el que nos ha alertado sobre este uso indiscriminado de las palabras en cuestión. Emilio Gentile nos dice, y demuestra, que hablar del regreso del fascismo no sólo carece de rigor histórico, sino que agrava la desinformación sobre lo que realmente representó aquel movimiento. En su libro Quién es fascista nos muestra como la proliferación del insulto, destinado a desprestigiar a una amplísima y heterogénea muestra de conductas políticas, incluye desde el conservadurismo de gente como Viktor Orban o Donald Trump, hasta los dirigentes de Corea del Norte o de Estado Islámico.

¿Salvini o Bolsonaro tienen algo a ver con personajes como Hitler o Mussolini? ¿Tiene alguna lógica que analistas, políticos e intelectuales demócratas, contrarios al independentismo, sean tildados de fachas o fascistas? La práctica de la analogía gratuita se ha extendido tanto que las denuncias actuales sobre el regreso del fascismo se convierten en alarmas –o coartadas– para esconder los problemas reales que tienen nuestras sociedades.

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