De confinamiento a arresto domiciliario

Hoy hace 44 días que confinaron Igualada -que es donde vivo- y sus municipios vecinos de la Conca de Òdena. No valoraré si es demasiado o poco, suficiente o insuficiente, proporcionado o desproporcionado. Como decía Lucas que dijo Jesús al Padre en sus últimas palabras: "En tus manos encomiendo mi espíritu". Pues yo lo confío en las manos de los que llevan las batas blancas, los sanitarios. Si ellos creen que esta es la salida, pues adelante, debe ser esta. No tengo conocimientos suficientes para contradecir la indicación, y esto no es fútbol, ​​donde todos somos mejores que Setién; aquí, nos jugamos vidas. Volviendo a los evangelios, también Lucas dice que Jesús le dijo al Padre: "Aparta de mí este cáliz". Pues eso, no seré yo, por incapaz, quien tome la decisión de desconfinar. Confieso, eso sí, agotamiento. Mucho. He pasado de la paciencia a la impaciencia sin saber con exactitud qué día coroné la cumbre. ¿Fue el 22? ¿El 30? ¿El 40? No sé, sólo identifico que me he cansado. También sin darme cuenta, ese día inidentificado pasé de sentirme confinado a notarme en arresto domiciliario. Lo que está claro es que los días pasan y pesan, y crecen las incomodidades y los verbos se gastan y aparecen expresiones más gruesas. Sin embargo, aquí sigo confinado, y obediente.

En un acto de fe, porque no deja de serlo, encomiendo como Jesús mi espíritu a los médicos, pero cada día de confinamiento que pasa desconfío más de los políticos. No me gusta generalizar, de todo hay en la viña del señor y he detectado honrosas excepciones, pero grosso modo estoy del conjunto hasta un lugar, y mi hartazgo no tiene fronteras. Con los vientos de cara y en circunstancias más o menos normales y éstas no lo son, un político mediocre, puesto de perfil, puede pasar desapercibido, pero cuando vienen mal dadas uno quisiera que quien lleva el timón del barco sea un profesional que pueda llevar la nave a buen puerto, y en este mar tempestuoso la embarcación no parece disponer de los mejores capitanes para sacarnos de la zozobra.

Politiqueo al margen y sin tener que ir demasiado lejos, el caso de Portugal me parece ejemplificador. El primer ministro luso, Antonio Costa, decretó el estado de alarma el día 13 de marzo, cuando sólo había 50 casos y ninguna muerte. Las comparaciones son odiosas y, a veces, injustas, pero recordemos que Pedro Sánchez declaró el estado de alarma en España el día 14 de marzo, con unos 4.200 casos positivos y 120 muertos. Después, el jefe de la oposición de Portugal, Rui Rio, dijo: "Señor primer ministro, le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porqué su suerte es nuestra suerte", y también sería un ejemplo a seguir para el Pablo Casado de turno. Y aún encontramos entre los vecinos más cercanos un último y notable ejemplo, el del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, que adelantándose a lo que vendrá después, decía: "Durante la última crisis, cada portugués contribuyó para hacer viables los bancos. En este momento, sabiendo que la banca está estabilizada, es una ocasión para que devuelva a los portugueses lo que hicimos".

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