Cuando la inseguridad se convierte en angustia

Recuerdo haber leído, no sin sorpresa, un libro del filósofo italiano Toni Negri con referencias elogiosas hacia el presidente español Rodríguez Zapatero. En las páginas de Goobye, Mr Socialism, el padre espiritual de muchos izquierdistas radicales alababa la valentía de Zapatero al impulsar determinados derechos civiles en una sociedad, como la española, donde el pensamiento conservador había anidado muchos años amparado por el franquismo. En los inicios de su mandato presidencial el viento soplaba a favor y todo fue políticamente maravilloso y agradecido. Pero el arte de gobernar es algo más que legislar en positivo aspectos que la sociedad ya ha asumido, o aceptado, en la práctica. Gobernar también es prever y resolver satisfactoriamente todo aquello que se cruza en el camino del gestor público y que el ciudadano reclama. Zapatero, empecinado, se negó a reconocer que la crisis llamaba a la puerta y se hizo el sueco. Error grave. A partir de aquel hecho su obra de gobierno se resintió. No ha sido el único en querer cerrar losojos, parece haber creado escuela.

Más allá del serial del proceso y sus restos, Catalunya vive una manifiesta crisis de inseguridad a pesar de que lo niegue la alcaldesa de Barcelona. Ada Colau hoy, como Zapatero ayer, juega a no aceptar la evidencia y cada día que pasa, como le sucedió al presidente español, pierde unos gramos de credibilidad. No deja de ser paradójico que ante tantas noticias reiteradas de muertos, robos y cuchilladas, la primera autoridad de la ciudad se enroque y hable de conspiración mediática.

De nada sirve centrifugar las culpas, porque los problemas no se desvanecen sólos. Ha sido un elemento positivo que las diferentes administraciones concernidas se reúnan para abordar el tema; cierto, pero urge un debate profundo y valiente sobre las políticas de seguridad y las cuestiones que se derivan. En este debate pendiente, sin duda, tendrán que participar todas las fuerzas políticas del país, pero es a las izquierdas a las que se exigirá un plus de realismo y una contención en el postureo y la ingenuidad. Y no hace falta que Josep Ramoneda escriba artículos en el diario El País defendiendo iniciativas de la alcaldesa o intentando revestir de profundidad intelectual el tema. Todo el mundo es consciente del papel de la droga y los narcopisos en este asunto, y de la necesidad de políticas de Estado al respecto, también de la utilización demagógica con el sello de Casado. Cómo es obvio no todo se soluciona con un aumento de plantillas y efectivos patrullando por las calles, ni con cuatro mozos haciendo guardia en las plazas. Hacen falta medidas complementarias de fondos de cariz preventivo, educativo y social. ¡Claro que sí! Pero, cuando la ciudadanía atemorizada reclama protección, el político tiene la obligación de acudir de inmediato y actuar.

Digámoslo claro, la seguridad a todos los niveles es una de las obsesiones enfermizas de la ciudadanía del siglo XXI. También es, hay que decirlo, uno de los negocios mas rentables que va al alza. Todos compramos seguridad. El ciudadano que se hace socio del RACC, generalmente, no lo hace por pasión asociativa si no porque la entidad le ofrece ayudas de tipo sanitario, mecánico, repatriaciones exprés o grúa en caso de avería. El RACC vende seguridad. ¿Y que me dicen ustedes de las alarmas, de los seguratas, de las mutuas y seguros de toda clase? El ciudadano, a la fuerza o de buen grado, invierte en seguridad. Es por esta razón, y por las inherentes a las funciones de las administraciones, que cualquier gobierno con un mínimo de solvencia tiene que afrontar sin complejos tanto el problema de la inseguridad como la percepción subjetiva de esta.

El turismo es un bien caído del cielo, pero también un fenómeno con aristas a gestionar con inteligencia. Los narcopisos, un estigma que hace falta erradicar, del mismo modo que las bolsas de pobreza o el comercio fraudulento. Estas cuestiones y otras de espinosas como el tratamiento de los ilegales, o los llamados MENA, están en la mente de muchos catalanes preocupados por la buena marcha de su ciudad. Si los gobiernos no actúan con eficacia, el caldo de cultivo para ideologías extremas estará a punto.

Negar la realidad es un método de trabajo poco recomendable para políticos con ganas de solucionar temas. La gente prefiere aquellos que se arremangan y se sitúan -si hace falta- ante la manifestación.

 

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