Circo

En casa tengo un doctorando que estos días está que trina. Y no solo porque resulta que dependiendo de quién seas hay atajos para conseguir títulos académicos, sino porque en función de tu cargo puedes tener a tu disposición todo un ministerio para hacerte una tesis a medida y un tribunal para puntuarla con un cum laude aunque no pase la prueba del algodón. Todo presuntamente, claro. Suplantar la personalidad de otro para hacer la prueba teórica del carnet de conducir o entrar en el ordenador del profesor para pispar las preguntas del examen de final de curso son travesuras de tres al cuarto.

Los que no tenemos padrinos hemos de trabajar muy duro para pagarnos los estudios y añadir un título más al currículum con la esperanza de encontrar un trabajo mejor o simplemente un trabajo. Porque incluso para hacer de vendedor de biblias nos piden el título de exorcista con experiencia. Si lo conseguimos es a base de esfuerzo y sacrificio personal, por eso me saco el sombrero ante los portentosos Sánchez y Rivera. En el primer caso, por haber hecho una tesis doctoral tan interesante en un tiempo récord. Y en el caso del segundo, por su extraordinaria capacidad de conjugar el verbo doctorar primero en participio y luego en gerundio sin avergonzarse.

Me sorprende esta obsesión de los políticos por hinchar el CV. Alguien les tendría que decir que no les hace falta para dedicarse a esta profesión tan poco exigente. Un título académico no te hace más inteligente ni más honrado. Solo te hace falta una buena dosis de ambición y cierta falta de escrúpulos, y estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Tenemos un montón de ejemplos, pero no quiero cansar al lector así que solo nombraré dos. Montilla, con estudios de economía sin especificar, llegó a ser alcalde, presidente de la Generalitat, ministro y senador; mientras que Corbacho –alcalde, ministro y ahora miembro del selecto club de Ciudadanos- comenzó como decorador de interiores, es decir, vendedor de muebles.

Los diputados del Congreso se han vuelto a cubrir de gloria esta semana con tanta titulitis y tan poco sentido del ridículo. Lo que peor me sabe es que este circo alimentado por los medios de propaganda respectivos ha servido de cortina de humo para distraer a la opinión pública de dos hechos muy relevantes. El primero ha sido el visto bueno de la cámara baja a la exhumación de los huesos del dictador con la abstención (y algún voto en contra despistado) de populares y ciudadanos. Lo celebro porque ya es mucho que dos partidos llenos de franquistas se abstengan en una votación así. Siempre podrían haber votado en contra esgrimiendo mil y una excusas.

El segundo hecho tiene que ver con la moción a favor del diálogo dentro de la ley –es decir, la Constitución- que pactaron los convergentes tuneados con los socialistas. El sorprendente texto se consensuó con el aval inicial del gobierno catalán y de los republicanos al día siguiente de una Diada llena de discursos incendiarios y de carteles esperpénticos como el que comparaba al anarquista Puigdemont con el comunista Guevara. Por suerte, el arrebato dejó paso al sentido común y enseguida todo el mundo se desdijo del despropósito porque si espoleas las masas a defender la patria y a la vez negocias con el gobierno español, lo tienes que hacer en secreto. Y más, cuando tienes un montón de presos políticos presos pasándolas canutas.

Durante unas horas el desconcierto fue grande e incluso la diputada Nogueras defendió la moción de marras a través de las redes sociales. Por encima del guirigay interno convergente, alimentado sin piedad desde Bruselas por el desmelenado Puigdemont, cada día más antisistema, despuntaba de nuevo el incombustible Campuzano. No tengo más que alabanzas para el portavoz del PDECat en el Congreso, ejemplo de cómo un político puede tener más vidas que un gato al margen de su CV si sabe estar donde toca cuando toca. A diferencia de otros que acumulan saberes, Campuzano solo tiene un título universitario, el de derecho. Sin embargo, ha llegado muy lejos desde que en 1987 se estrenó como concejal de CiU en Vilanova i la Geltrú.

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