Barcelona impulsa la energía del futuro

Inmersos en el traumático choque de la pandemia, ha pasado desapercibida una noticia de gran importancia para el futuro de Barcelona y de Cataluña. El pasado 8 de junio, el Consorcio de la Zona Franca (CZF) y la empresa pública Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) firmaron un convenio que tiene que posibilitar la próxima construcción en este polígono industrial de la primera planta de producción, almacenamiento y distribución de hidrógeno para la automoción que existirá en España.

Desde que en 2002 el visionario Jeremy Rifkin publicó el libro La economía del hidrógeno, esta fuente de energía se ha ido consolidando como la alternativa más viable a los hidrocarburos para solucionar las necesidades de la automoción, el funcionamiento de las industrias y el confort de las viviendas. Su abundancia infinita en la naturaleza y los efectos nulos que tiene su aprovechamiento energético sobre el medio ambiente hacen que la Unión Europea haya apostado decididamente por su promoción y su desarrollo. En la actualidad, en Alemania ya hay trenes que funcionan con este combustible limpio y en Japón las empresas Toyota y Honda han creado modelos con esta nueva tecnología.

Toda sociedad tiene en la opción energética que escoge la definición de su manera de ser, de pensar, de crear y de producir. En este sentido, Cataluña es un país perezoso y atrasado. Después del impulso inicial –basado en la construcción, a principios del siglo XX, de las centrales hidroeléctricas del Pirineo–, nos hemos dejado imponer los dictados económicos y energéticos procedentes de los Estados Unidos: el petróleo y las nucleares de tecnología norteamericana, implantadas en Ascó y Vandellòs, han sido las grandes fuentes de energía de las últimas décadas.

En cambio, hemos explotado tarde y muy mal el enorme potencial de energías renovables, sostenibles y no contaminantes que tenemos aquí: la solar, la eólica, la geotermia, la biomasa, la mareomotriz… La miopía y la ineficacia de la Generalitat en este sector estratégico prioritario han sido escandalosas. El ambiente chanchullero y corrupto que, desgraciadamente, ha marcado la política y la administración catalana durante los últimos 40 años ha sido un obstáculo objetivo para el despliegue decidido de las energías renovables y la consecución de una Cataluña verde y próspera.

Estos días se están dirimiendo dos temas capitales en el ámbito de la energía que nos afectan directamente, ante la pasividad y la incomparecencia de la Generalitat de Quim Torra. De un lado, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) está estudiando la petición de prórroga de 10 años que ha solicitado la empresa ANAV, que explota la central de Vandellòs II. Del otro, la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) tiene en información pública los estudios previos del próximo Plan Hidrológico de la cuenca, donde se tiene que decidir las centrales hidroeléctricas que serán nacionalizadas, puesto que su concesión está vencida. En esta situación se encuentran los diez embalses de la cuenca de la Noguera Pallaresa que construyó, a comienzos del siglo XX, la Canadiense y que suman una potencia instalada equivalente a la de un reactor atómico.

Vandellòs II y las centrales hidroeléctricas del Pirineo son un paradigma de la “vieja energía”, altamente destructiva del medio ambiente. El anuncio de la construcción en Barcelona de la primera planta de hidrógeno de Cataluña y de España nos da la oportunidad de intentar recuperar el tiempo precioso que hemos perdido y entrar en la era de la “nueva energía”. Las empanadas procesistas han tenido un efecto letal sobre nuestra vitalidad colectiva, y es hora de girar página y atrapar el futuro.

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