Astérix en Cataluña

Todo fue un error, un inmenso error: la aprobación de las leyes de desconexión del 6-7 septiembre del 2017 en el Parlament, la represión policial del referéndum del 1-O y el encarcelamiento preventivo por rebelión de nueve dirigentes independentistas, que ahora afrontan un juicio muy complicado, del cual pueden salir con pesadas condenas.

En paralelo, la unidad de acción del movimiento secesionista se ha ido degradando y resquebrajando en los últimos meses, con una dispersión de estrategias contradictorias y contrapuestas. Hay quienes apuestan por perseverar en la vía unilateral, que obviamente provocará nuevos procesamientos judiciales, órdenes de prisión y, tal vez, brotes de violencia. Es la conocida espiral de acción/represión, que siempre genera más dolor y que, como sabemos, acaba mal.

El ex presidente Carles Puigdemont, cómodamente instalado en su mansión de Waterloo, es el principal valedor de esta vía, en la cual cuenta con la complicidad de la ANC de Elisenda Paluzie y de los CDR. Pero, cuantitativamente, son pocos, como demuestra el tibio apoyo que tiene su Consejo por la República.

En cambio, detrás de los muros de las cárceles las cosas se ven distinto. A los nueve dirigentes independentistas recluidos les interesa -por ellos y por sus familias- que el juicio del 1-O se desarrolle y acabe de la mejor manera posible, de forma que puedan recuperar pronto la libertad perdida. Desde la empatía humana, quiero reiterar que tienen mi plena solidaridad y que considero injusto su largo encarcelamiento.

A los catalanes nos ha pasado, a menudo, que no sabemos leer la historia ni interpretar correctamente el contexto geopolítico en el cual estamos insertados. La República de Pau Claris (1641) o la Guerra de Sucesión (1701-14) son los exponentes más claros de esta carencia de visión estratégica. Estas antiguas derrotas son, en pleno siglo XXI, el argumento de fondo del actual movimiento independentista para intentar culminar (ahora, sí) la secesión de España.

En este sentido, la culpa es nuestra y solo nuestra, por no saber valorar y mesurar las fuerzas en juego y “comprar” proyectos averiados e inútiles. Después, todo son llantos y lamentaciones, como, tristemente, nos toca vivir desde hace más de un año.

Se diría que en la genética catalana hay una pulsión que nos lleva al masoquismo como razón de ser y fuente de placer colectivo. El “España nos roba” o la exhibición de lazos amarillos son expresiones de esta patología, descrita por el escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch en La Venus de las pieles.

Desde el minuto 1 del proceso independentista, cuando la Comisión Europea y las grandes potencias mundiales rechazaron sin ambages la pretendida secesión unilateral de Cataluña, PDECat/CDC y ERC tendrían que haber parado la maquinaria del referéndum. Ningún, absolutamente ningún país miembro de la comunidad internacional hizo el más mínimo gesto que llevara a pensar en el reconocimiento de la hipotética independencia catalana. Pero había independentistas que afirmaban -insensatos- que no pasaba nada si nos expulsaban de la Unión Europea, puesto que podríamos formar parte de la EFTA (!).

Las sandeces y delirios que han dado consistencia al sueño secesionista se han estrellado contra el principio de realidad y la derrota ha sido total, con la mera intervención del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo. Cataluña es una sociedad europea, multilingüe, mezclada y plural. No somos el poblado de Astérix que resiste con éxito el dominio del imperio romano de Julio César gracias a la poción mágica del druida Panorámix. Esta proyección es solo un cómic, fruto de la fértil imaginación y del genio artístico de René Goscinny y de Albert Uderzo.

No, la ratafía no da poderes sobrenaturales y no sirve para cargarse a las legiones de contrarios a la independencia. Además, bebida en exceso, provoca sueño y, el día siguiente, dolor de cabeza.

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