Ahora todos son Macron

De vez en cuando, con la excepcionalidad de los eclipses que nos deslumbran y nos dejan boquiabiertos, sale un político al que todo el mundo quiere parecerse. Es el caso del presidente electo de Francia, Emmanuel Macron. Antes de él, aquí y allí, ha habido otros: Clinton, Obama, Blair o, incluso, Zapatero, por citar unos pocos. Con el tiempo y el desgaste, en algunos casos cuesta entender que, por ejemplo, Blair o Zapatero llegaran a ser referentes. Tony Blair se encaramó gracias a su reinterpretación de la Tercera Vía y le destronó la guerra de Irak. El primer Zapatero (hay dos y extremadamente bifurcados) también despertó cierto interés imitador, apagado después gracias a sus dilaciones económicas. Hay casos como el de Clinton que fue referente, dejó de serlo (caso Lewinsky), y ha vuelto a serlo. Obama se mantiene, de momento, intacto como político imitable. Sea como quiera, inmersos en una sociedad apresurada, necesitamos que nazcan Macrones a cada instante. Huelga decir que el deslumbramiento va inevitablemente ligado con el triunfo, nadie se refleja en los perdedores; nadie quiere ser Bob Dole, John McCain, Mitt Romney o William Hague.

Macron es hoy el político que muchos querrían parecerse. La caricatura de esto es Albert Rivera, que desespera por ser el Macron español. Pero Rivera recuerda más a Bojan Krkic, eterna promesa del fútbol, que al nuevo líder francés. Siguiendo con símiles futbolísticos, los referentes políticos no suelen calentar banquillo mucho tiempo, su éxito es casi inmediato, a veces efímero y tan veloz como el fracaso, pero muy instantáneo. Así, a Rivera se le podría haber pasado el arroz.

¿Y qué ve la gente en Macron? Con todos los peros lógicos de un melón sin abrir, aparte de tener un buen discurso, ofrecer una imagen fresca y complementarse con una pareja que seduce, el hombre ha hecho algo tan difícil como venderse como centrista a la vez que antisistema. Macron dista a la misma distancia de la derecha que de la izquierda, o eso dice; ha encontrado, pues, el centro que busca en vano el derechista Rivera. Por otra parte, Macron también se vende como un antisistema capaz de jubilar la vieja política y los partidos que la representan -a derecha e izquierda.

Bien mirado, Macron recuerda, en parte, al viejo Blair. Su equidistancia política hace pensar en aquella Tercera Vía, situándose entre el Laissez faire (dejar hacer) y el control absoluto del marxismo-leninismo, o como síntesis del capitalismo y el socialismo. Pero la gran novedad de Macron es que él pretende hacerlo fuera del sistema tradicional, rechazando y desafiando los viejos partidos, que ve caducos y moribundos. Veremos si, después, la realidad le acaba arrastrando hacia la derrota de Blair. De momento, nadie le quitará su instante de gloria y la voluntad de muchos de parecérsele (Rivera incluido).

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