«Vengo de un entorno siempre interesado en asimilar culturas»

Entrevista a Carmen Domingo
Carmen Domingo
Carmen Domingo

Escritora y comunicadora en temas de género. Licenciada en filología hispánica en la UB. Ha trabajado como investigadora en la Universidad de Ain Choc (Casablanca) y ha publicado 25 libros, entre los cuales las biografías de Gala Dalí o de Eva Perón.

 

¿Era quizá la Barcelona del Eixample inmune al, digamos, epíteto charneguista, a diferencia de otros lugares de la ciudad o de Cataluña?

No tengo ningún recuerdo del mundo charnego. Probablemente, porque vivía en el Eixample barcelonés, que es una zona de clase media, sin prejuicios ideológicos, en la que venir de un sitio o de otro no estaba tan marcado, como podía ser en El Raval o San Gervasio. Además, cuando yo nací, que fue en los años 70, la trayectoria política marcaba más que el origen familiar. Si, además, como fue mi caso (mis padres militaban el PSUC) la familia estaba vinculada a movimiento de izquierdas, nadie se preocupaba de donde veías, sino por lo que se hacía en ese momento. Mis abuelos fueron represaliados por el franquismo, con lo cual había un “pedigrí”, que te distanciaba de cualquiera que te quisiera señalar por la lengua en que hablabas, que en nuestro caso eran tanto el catalán como el castellano.

¿O sea que la lengua no era la principal línea roja entre los charnegos y los otros?

La lengua, creo recodar, comenzó a ser motivo de discriminación en los años 80, cuando Jordi Pujol empezó con el discurso de qué si tú hablabas catalán siendo de fuera, te daban un punto más. Algo que no era mi caso, porque como yo era catalana no necesitaba punto de ningún estilo. Y también recuerdo el momento de la normalización lingüística, en el que si se quería incluir a alguien le hacíamos ver que no era igual que nosotros, pero podía serlo.

¿A la definición, según el Institut d’Estudis Catalans, de charnego como un "inmigrante castellano-hablante residente en Cataluña, dicho despectivamente”, no habría que añadirle algún otro elemento como, por ejemplo, su nivel de renta o pertenencia de clase?

El Eixample es un espacio bastante homogéneo, para bien y para mal. Los padres de los compañeros de clase de mis hijos son, en su inmensa mayoría, licenciados universitarios. Los vecinos no nos distinguimos los unos de los otros ni por el corte de pelo, diría. En mi caso, tengo una familia de mujeres que estudiaron en la Universidad, cuando eso era una excepción. Mi tía Mari, que nació en Cuenca y fue maestra represaliada, cuando recuperó el título y se vino a Barcelona, lo primero que hizo fue estudiar catalán. Vengo de un entorno al que siempre le ha interesado asimilar las culturas. Pero, en cualquier caso, creo que el término si tiene mucho de discriminación de clase. De hecho, se aplicaba a quien venía a Cataluña a buscarse la vida, a los inmigrantes.

Por su impronta de clase media, el Eixample podría percibirse como un “espacio Convergente” ¿Es así o resulta más bien un tópico?

Me parece que el Eixample, a pesar de compartir un cierto perfil socio-económico es, desde el punto de vista ideológico y político, es también bastante diverso. Quizá se vota más a opciones conservadoras, pero en mi casa, por ejemplo, no teníamos contacto con el catolicismo. Yo recuerdo cuando Maragall dio una medalla a represaliados del franquismo. Mi abuela recibió una, porque mi abuelo murió en la batalla del Jarama. Fue en ese momento, cuando se empezó a hablar de lo que había pasado. Cosa que, seguramente, contribuyó a crear un cierto ambiente de conocimiento mutuo y tolerancia. Justo entonces fue cuando Pujol lanzó su consigna de “Hem de votar els nostres”, algo que caló en entornos como el de mi abuela materna, que solo hablaba catalán y era de origen muy humilde. Yo flipaba, porque no entendía como “els nostres” este, viniendo de un señor de derechas, podía ser compartido por una mujer que se había ganado la vida fregando suelos.

¿El “catalanismo”, entendido como el pacto no escrito entre catalanes diferentes, se percibía de algún modo en su ámbito social?

La época del catalanismo que yo viví era cuando el catalán no hablaba catalán, y si podía hablaba castellano. Era justamente lo contrario de lo que ocurre ahora. Tengo la sensación de que, en ese momento, los pujolistas se dieron cuenta de que aquélla era el arma que podían utilizar para promover sus intereses, a costa de establecer unas diferencias que hasta entonces no existían. No había un conflicto lingüístico, ni división social. Cuando se produjo la inclusión de la lengua catalana en el sistema educativo, se estudiaban la mitad de las asignaturas en un idioma y la mitad en otro, en función de la lengua vehicular del profesor. Se podía tener historia en catalán, un año y, al siguiente, geografía en castellano. Había una mezcla que ha desparecido, cuando se ha asociado de forma tan bestia la lengua a la ideología y el alineamiento político. Cosa que acaba produciendo lo contrario de lo que pretende.

¿En términos generales, era Barcelona una excepción?

En los primeros años de la transición, Barcelona era una ciudad gris que aspiraba a dejar de serlo. En Barcelona siempre hemos sido un poco satélites del resto de Cataluña. Somos distintos, porque nunca hemos tenido problemas de inclusión de otras culturas. Y la eclosión de todo eso se manifiesto en el 92. Se ha intentado involucrar a Barcelona con cuestiones que no le son propias, pero no se ha conseguido. Las elecciones siempre ponen de manifiesto una divergencia de Barcelona respecto al resto de Cataluña. Barcelona tiende a ser abierta y, en consecuencia, es difícilmente apropiable.

¿Le ha afectado de algún modo el nuevo clima del “Procés”, por escribir en castellano?

Simplemente, los escritores en castellano no existimos. No somos de aquí, ni de allí, ni de ningún sitio. Estamos en un limbo, en el que la Generalitat, TV3…, los poderes fácticos locales no te consideran catalana y los de fuera tampoco. Cuando a Juan Marsé le dieron el Cervantes no fue noticia para TV3 y creo que ni le llegó una carta de felicitación de la Generalitat. La cultura se ha asociado a que solo se puede expresar en una lengua. Curiosamente, tienen más acceso a los medios quienes escriben en castellano fuera de Cataluña que los que lo hacemos aquí. No creo que ha Mendoza se le haya llamado para hablar de sus últimos libros que, precisamente, hablan del nacionalismo.

¿Y el ser mujer escritora, que escribe sobre todo de mujeres?

Me tenía que haber beneficiado ser mujer escritora, pero como no lo hago en catalán ni me ayuda ni me perjudica, aparentemente. Por añadidura, la derecha (porque son de derechas) tiende a ocultar lo que tenga que ver con las mujeres. Solo aceptan a mujeres que les hacen gracia, siempre con una pátina de caspa por detrás. Me ha gustado hablar de gente de la que no se hablaba, como las mujeres. Desde hace unos cinco años, se ha puesto algo de moda. Mis protagonistas son mujeres, importantes, que han estado tapadas por la figura del hombre. Si hablas de María Teresa León, de la que he hecho una biografía, siempre tienes que acabar aclarando con quien se casó. Hice cinco monólogos de mujeres vinculadas a las cárceles franquistas, que fueron (versionados para el teatro por Carmen Partaceli) porque resulta que solo los hombres parecían ser las víctimas en la guerra y el franquismo.

¿Existe vida, pues, fuera de la masculinidad y el “Procés”?

Digamos que la lucha se triplica. Si eres mujer, si hablas en castellano y no eres nacionalista, el esfuerzo es tres veces mayor que si eres todo lo contrario, y vives en Barcelona. Me salva la gente de la que me rodeo, que es de izquierdas y tiene suficiente sensibilidad como para captar mensajes diferenciados, propios. Tengo la suerte de tener amigos vinculados al mundo de la cultura, plurales, con diferentes miras políticas.

Barcelona tiene un Ayuntamiento dirigido por una mujer ¿Te han interpelado desde él, como mujer escritora, que escribe de mujeres?

Pues sí. Me han llamado por primera vez, este año, para hacer una conferencia sobre Frida Kahlo y Gala Dalí en el festival de novela histórica que se celebró hace poco en Barcelona, que siempre ha estado protagonizado por hombres.

¿No crees, en fin, que además del catalán y el castellano, Barcelona tiene un gran tesoro lingüístico, que merecería ser tratado mejor?

Claro, creo y mucho en la integración, entendida como aportación de la diversidad cultural a un patrimonio común. Lo contrario de la asimilación, que solo es desintegración. Estudio árabe y me gustaría mucho que hubiera núcleos de mujeres de distinta procedencia a las que yo pudiera transmitirles mi fondo cultural como barcelonesa y ellas a mí, el suyo.

 

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