Entrevista a Maribel Ibáñez

                                   
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Periodista. Sindicalista durante diez años. Actualmente trabajando en temas de empleo y acción social. Miembro de Barcelona en Comú i Catalunya en Comú.

¿Cuándo, desde la izquierda, nos referimos a la derecha, no tendemos a meter en el mismo saco a todas sus familias, e incluso reducirlas a tópicos?

La derecha, como al capitalismo, tiene una capacidad de transformación inaudita. Cuando intuye el peligro se adapta y refunda para seguir vendiendo lo mismo de otra manera. En este momento tenemos partidos de la derecha clásica, tanto en España como en Europa, que están perdiendo el liderazgo y aparecen otros que recuperan los nacionalismos contra algo o contra alguien, por exclusión del otro. Ahora lo estamos viendo en Italia, donde el movimiento 5 estrellas, (teóricamente, parecido a Podemos) que propugnaba una democracia participativa, se está aliando a la Liga Norte, que es el adalid de la derecha excluyente. Cinco Estrellas podría parecer un partido de izquierdas, pero cuando analizas sus actitudes, el programa de gobierno que acaba de pactar, te das cuenta de que la democracia directa de la que hablan solo es un envoltorio. En realidad, se sustenta en valores de la derecha que hasta hace nada la izquierda rechazaba y combatía.

¿No se asemeja este panorama al de los años previos a la II Guerra Mundial?

Lo que pasa en este momento es que la derecha, para no ser calificada de fascista, ha hecho una pequeña reconversión. Es decir, es algo de lo mismo, pero contextualizado y vendido de otra manera. Con el añadido de los sistemas de comunicación digital (que, bien usados, pueden contribuir a ahondar en la democracia y la libertad) que están propiciando un nuevo autoritarismo. Dicho de otra manera, si se aísla a las personas, se las encierra en sí mismas, para que no puedan debatir ni contrastar las cosas, se desarrolla un entorno en el que la llamada democracia digital deja de serlo o se convierte en su contrario.

¿Pueden llegar a colisionar las derechas conservadoras con las nuevas derechas?

De hecho, algo de esto ya está ocurriendo. La derecha conservadora (democracia cristiana, liberalismo…) está en este momento asustada, porque le están creciendo unos monstruos que no puede controlar. En Alemania, esta derecha conservadora pacta con la socialdemocracia, en un intento compartido de supervivencia, ante una situación que se les está tornando muy adversa. No es casual que, por ejemplo, haya vuelto la derecha extrema al Parlamento alemán, cosa que no ocurría desde el nazismo. Estamos hablando de 95 diputados, de un total de 709. Una representación bastante llamativa. Del mismo modo, el «Brexit» no deja de ser otro re-plegamiento nacionalista, porque supone salirse de Europa para reafirmar su «britanismo». Italia, Austria, Hungría, Polonia…, son otros ejemplos de esta tendencia que, en muchos casos, viene acompañada de una xenofobia explícita.

¿Qué representa el fenómeno Donald Trump en este contexto?

Gramsci, que tan de moda vuelve a estar para la izquierda, decía que entre el crecimiento de lo nuevo y el declive de lo viejo se producen monstruos. En este momento, estamos en la fase de los monstruos, de las aberraciones. Tenemos a Trump, en EE.UU., y Macron en Francia. Macron era un francotirador solitario cuando se presentó a las elecciones. Su partido se creó después de haberlas ganado. Cosa que pone de manifiesto, como dice el compañero Román Ceano, que imitamos las formas de hacer política en Estados Unidos. Estamos cultivando un culto acrítico al liderazgo. Vamos construyendo la ideología en función del líder. Y esto es también es lo que está pasando con Puigdemont, que va por libre y hace opas a su propio partido.

¿Y cuál es el papel de la izquierda en la lucha contra estos monstruos?

No digo que la lucha de clases haya muerto, aunque quizás estemos buscando otros tipos de lucha por los derechos de la ciudadanía (llámesela clases, pobreza-riqueza…), pero las luchas siguen estando. La lucha de clases que, de algún modo, fue cuestionada por la crisis en muchos partidos de izquierdas, está siendo sustituida por el individualismo, la nación… En este camino, se están perdiendo cosas que serán difíciles de recuperar. Y si el sistema corrige algo lo va a hacer en beneficio propio. No va a restituir, obviamente, conquistas que se han perdido, como los derechos laborales.

¿Y por qué tanta gente decide votar a esta nueva derecha, como es el caso de Cataluña?

Influyen en ello muchos factores. Nos encontramos en un entorno derechizante que impregna todo. No es de extrañar que muchas personas que se encuentran al límite, en una situación de incertidumbre, de miedo, se aferren a lo que tienen, aunque sean poco. En el caso de Cataluña, parte de esta gente es la vive en lo que se llamó el «Cinturón rojo» de Barcelona, porque votaban a partidos de izquierdas. Ahora están dejando de hacerlo ¿Por qué? Porque la izquierda no ofrece alternativas. Estamos intentando crear partidos «atrapatodo», que no ofrecen soluciones claras. No podemos pretender que vote lo mismo alguien de Nou Barris, con una renta mínima de inserción, que otro, que vive en Pedralbes, con un buen sueldo. No hay más vuelta de hoja. Hay que focalizar las propuestas y saber a quién nos dirigimos. Se habla de ser trasversales ¿Trasversales en qué? No desde luego en relación con los colectivos a quienes nos dirigimos.

¿La crisis económica ha sido, sobre todo, el detonante de todo esto?

En parte sí. La crisis fue la punta del iceberg. Hubo crisis en el pasado y seguirá habiéndolas en el futuro, porque la crisis es un mecanismo de ajuste del capitalismo. Antes, se resolvieron muchas de ellas con la guerra. Pero con anterioridad a la crisis, ya venían degradándose las cosas, por ejemplo, en la Unión Europea. El protagonismo mediático que ido logrando la UE ha sido directamente proporcional al bajo nivel de los líderes que la empujan ¿Dónde están ahora los Jacques Delors, Simone Veil…? Esos políticos que, aunque fueran conservadores, tenían un cierto bagaje y que con ellos se lograron ciertos avances en la Europa política. En los años 80, la UE se veía como la gran dadora de subvenciones, que se tradujo en mejoras de las infraestructuras, etc. Pero luego la gente también ha comprobado que el euro, que las prometía muy felices, ha contribuido a encarecer la vida. También se dijo que con la globalización bajarían los precios, porque desaparecían los aranceles, o que la economía digital iba a propiciar una mayor democratización, y eso no ha sido así. Hay mucho desprestigio de la élite política por la corrupción y, paralelamente, la izquierda ha ido dejándose por el camino muchos de sus valores que, de algún modo, también representaba Europa, como la solidaridad, la democracia… Finalmente, son los partidos de la nueva derecha los que acaban apropiándose de algún modo de estas cosas. Nos hemos quedado sin ningún tipo de discurso y en muchos países europeos la derecha y algunos casos la ultraderecha está ocupando los espacios que ha dejado la izquierda.

¿La crítica de las nuevas derechas a las élites es real o más bien ficticia?

Donald Trump no es ni élite, en el sentido tradicional del término. Es un outsider que está haciendo un trabajo que le interesa a las clases dominantes, pero hasta un punto. Cuando cruce las líneas rojas de sus intereses el sistema no le va a tolerar ciertas actitudes. El capitalismo liberal sabe perfectamente cómo y hasta dónde pueden llegar las cosas. En este momento, Trump y otros están dedicándose a destruir, amenazando por ejemplo con la emigración. El Estados Unidos profundo, (wasp), saben que el mundo latino de su propio país puede determinar el rumbo de unas elecciones y lo presentan como una amenaza. En Europa, con sus peculiaridades, también aparece algo de lo mismo. Países como Francia e Italia, tradicionalmente receptores de inmigración, se están convirtiendo en focos xenófobos. El sur de Francia, donde más magrebíes había, es actualmente un espacio a merced de la extrema derecha chauvinista. Y la xenofobia es parte del miedo.

¿Anida el problema sobre todo en la clase media?

Clase media es un concepto bastante dudoso, en la medida en que abarca desde quien gana 5.000 euros o más hasta el que gana 400. Forman parte de ella, quienes, por decirlo de algún modo y como se entendía antes, quienes no se manchan las manos trabajando. A quien le pasaba esto era al obrero, al trabajador, a quien dependía de un salario. Si a éstos le sumamos ahora los autónomos, incluidos los falsos, los temporales y el ejército de precarios de toda clase y condición, el espectro se amplía enormemente. Así, a vista de pájaro, claro que la nueva derecha es cosa de la clase media, pero hay más. Por ejemplo, no es un secreto que en Francia votan al Frente Nacional antiguos votantes del Partido Comunista, que formaban parte de una clase obrera organizada y combativa y que, en muchísimos casos, ha sido víctima de la desindustrialización. Y aquí, en Cataluña, por otras razones, Ciudadanos también cuenta con mucho voto popular.

¿Va esto a peor?

Sí. Somos pesimistas, porque estamos viendo que las ventanas de oportunidad que se podían abrir con movimientos populares, como el de las mujeres, el de los pensionistas o lo que fue el 15 también tienden a cerrarse. Pero, como dijo Galileo ante el Santo Oficio, Eppur si muove.

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