Entrevista a Marc Bertomeu

Ex-secretario general de Podemos en Barcelona y miembro de Catalunya en Común
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Estudió ciencias políticas. Ha sido secretario general de Podemos en Barcelona y forma parte de Catalunya en Común. Trabaja en proyectos de la comunicación y el entretenimiento, orientados a gente joven. También participa en tertulias radiofónicas.

¿Hay viejos y nuevos nacionalismos?

No. Solo hay nacionalismo. Es una idea vieja y, en consecuencia, todos los nacionalismos son viejos. Pero lo que si puede decirse es que es el síntoma, la erupción, de un problema mayor. En este caso, la falta de encaje de un mundo que va a diferentes ritmos. No solo económicos, también culturales. Y se produce una reacción a todo esto, desde Trump hasta Macron (que es una respuesta distinta, no tanto nacionalista, como la entendemos en el mundo tradicional.), pasando por Merkel. Hay un debate pendiente en la izquierda europea sobre si se quiere dejar la idea de Europa y de las nuevas tecnologías en manos de la derecha, que es lo que está ocurriendo. Un gran drama. Hay que ver como, por ejemplo, Macrón capitaliza tranquilamente ideas que eran de la izquierda.

¿Se encuentra en la globalización, tal como se está produciendo, la clave del repliegue nacionalista?

Si, desde luego. También los mercados financieros son de gran interés, como objeto de estudio. Actualmente, la globalización solo puede entenderse desde el interés particular, que se impone al interés general, y a escala global más. Se está viendo como los Estados-nación tienen cada vez menos incidencia en lo que ocurre dentro de sus fronteras y hasta en entornos como el Mediterráneo o la Península arábiga. Aquí la izquierda debe ser capaz de plantearse la cuestión de la globalización, que se había visto como algo ajeno y a combatir, como algo propio, que nos atañe y nos interesa.

¿Algo parecido con lo que está ocurriendo en el ámbito de las nuevas tecnologías?

Ahora vemos como el debate sobre los robots o la inteligencia artificial está siendo apropiado y modelado por la derecha. Vamos a dejar así la inteligencia artificial y los robots (terrenos que la izquierda pueda utilizar para hacer lo que siempre ha hecho: mejorar las condiciones materiales de vida) a la derecha. Podemos ver, por ejemplo, el desarrollo de tecnologías en el sector bancario, como las cripto-monedas, que son puramente especulativas y, al mismo tiempo, un estilo de vida para mucha gente, sobre todo en Estados Unidos y Asia. Pero la izquierda tendría que pensar sobre la potencialidad de este mecanismo de transferencia de valor, sin necesidad de intermediarios que se beneficien de ello. Sin embargo, todo lo relacionado con las cripto-monedas se asocia al neo-liberalismo, la derecha y la juventud, como los beneficios rápidos y automáticos. Estamos dejando que las nuevas tecnologías sean maquetadas por la derecha.

¿Cuándo y porqué la izquierda pierde fuelle en el debate sobre los fenómenos globales?

Los cambios no pasan, sin transición, de blanco ha negro. El internacionalismo que había reivindicado la izquierda empieza a decaer a partir de una animadversión por lo lejano y un enamoramiento de lo cercano. Cuando la izquierda empieza a preocuparse más de lo que cree cercano, con planteamientos como el decrecimiento (que no necesariamente está mal) o el kilómetro cero, parece que tienes que estar en contra de la globalización, la internacionalización, el levantamiento de fronteras, en términos de Estado-nación. Entonces, no es extraño que se produzca una simbiosis entre nacionalismo (entendido como interés hacia el conjunto de población más inmediato) con un valor de la izquierda que tiende a proteger lo pequeño, lo cercano, el compañero de trabajo… Algo bueno, pero que no tiene que estar en contradicción con lo otro. Hay quien sostiene que las nuevas tecnologías y la globalización producen una desconexión entre las personas. Cosa en lo que hay algo de cierto, en la medida en que se puede tener más proximidad con alguien que reside a miles de kilómetros que con el vecino. Pero esto no es estar más o menos desconectado, sino estarlo de manera distinta. Forma de vida que, en definitiva, es también más rica.

En Euskadi llegó a producirse un prolongado debate en torno a la autonomía, e incluso la independencia, de la lucha de clases…

Cuando te aíslas y marcas hasta donde llegan los míos, más allá de esas fronteras no me molesto en buscar estás limitando el marco de actuación, de incidencia y, por tanto, el poder de negociación. En eso estamos. Proyectos que busquen proteger, blindar y fortificar aquello que creemos nuestro, en contraposición a metas más ambiciosas, simplemente porque nos parece más cercano (como es el caso de la independencia de Cataluña) chocan con la realidad.

¿El propio marco estatal no están siendo desbordado en muchos ámbitos por la realidad?

Nos encontramos en un contexto, no es nada nuevo, en el que las grandes corporaciones dictan las leyes a cambio de inversiones. Un Estado tiene un poder de negociación limitado. Si lo amplías, pasando, por ejemplo, de un Estado-nación a una Unión federal europea, el poder de negociación se modifica ¿Quién tiene más poder de negociación? ¿Una compañía de alcance global o un Estado que solo tiene capacidad de incidencia en el interior de unas fronteras? Por eso, los proyectos nacionalistas o secesionistas, como el catalán, tienen que responderse a esta gran pregunta que no se han hecho.

¿El poder de las multinacionales está desbordado la diplomacia de las cañoneras (gunboat diplomacy)?

El Estado ha dejado de prestar ese servicio a las empresas, porque ya no lo necesitan. Las empresas utilizan ahora otro tipo de herramientas para promover sus intereses. Cuando la forma de establecerse era colonizando, lo de las cañoneras era un paradigma. Ahora, el poder de negociación de los Estados es tan débil, que las empresas no necesitan recurrir a la coacción violenta, un hard power. Es suficiente un poder más de influencia. Pero el Estado sigue teniendo el papel de facilitador, de mediador entre las empresas, acuerdos comerciales, etc.

¿Qué clases o sectores económicos están detrás del reflejo neo-nacionalista?

El gran capital ya está globalizado. El nacionalismo procede de las clases intermedias. Se puede ver en Trump y su proteccionismo o en Marie Le Pen. En la última encuesta del CIS se puede comprobar esto en España, con el ascenso de Ciudadanos. Gente asustada. Hay que plantearse porque no se llega a esos estratos de población y porqué la izquierda no ha sido capaz de armar un proyecto. Aquí, en Cataluña, la izquierda ha hablado mucho de metodologías (referéndums…), pero nunca ha hecho una propuesta, porque no hay un consenso. La transversalidad, que puede ayudar a incidir en diferentes entornos, es también un talón de Aquiles. Pero esto no ocurre solo en Cataluña. Estamos viendo que las propuestas de reforma en Europa vienen o de los neoliberales o de los conservadores. Desde los socialistas europeos hacia la izquierda es un gran interrogante. Vamos desde la no respuesta al euroescepticismo.

¿Y desenterramos la soberanía?

Cuando la soberanía deja de residir en una persona (el soberano) y pasa a diluirse en el pueblo, en un mundo tan interdependiente, que las decisiones, desde la familia hasta las empresas y los gobiernos ya no dependen de uno, la soberanía deja de existir ¿Que hacemos entonces? Hablar de soberanías múltiples, por ejemplo. Eufemismo de un concepto antiguo, tan adjetivado que pierde el significado. Imposible definir esto de las soberanías múltiples. Hay que hablar más de interdependencias entre los actores implicados, su poder de decisión y negociación… Y en función de eso actuar. Algo más interesante que hablar de soberanías y ver donde las colocas.

¿Hasta qué punto la crisis económica se encuentra en la raíz del problema catalán?

Es evidente que la crisis fue un elemento detonante del «Procés», pero no catalizador. Ahora ha derivado en un movimiento de construcción de identidad, que dota a gente de un sentido de sí mismo. Así, el «Procés» se materializa en cien mil cosas, desde programas de televisión hasta actividades extraescolares para niños y adultos. Cuando la vida gira alrededor de un elemento, la tienes muy determinada. Si girase, por ejemplo, alrededor de la música country, me identificaría con ella, después del trabajo iría a escucharla o tocarla, etc. etc. Y eso es lo que pasa con el «Procés». Cosa que no es intrínsecamente malo, hasta que se instrumentaliza para mantener una determinada agenda política en el poder, que ahora resulta que son varias.

¿Estamos en vísperas del final del supremacismo?

Claro. Estamos universalizándonos a marchas forzadas, no solo en lo económico, también en la cultura, la tecnología… La globalización también implica entrar en contacto e interactuar en todo el planeta. Ante una pantalla todo el mundo es igual. Por eso cuando se dice que en las redes hay odio, racismo…, propiciado por el anonimato, que es cierto, también se rompen barreras para entender al otro como igual.

 

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