Entrevista a Lluís Rabell

                                                                  
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Traductor e intérprete. Activista en el movimiento vecinal, vinculado al proceso de reconfiguración de una izquierda nueva. Encabezó la lista de Catalunya Sí que es Pot y fue diputado en el Parlament de Catalunya, en la anterior legislatura.

¿La manifiesta escisión social en Cataluña es algo de hoy o viene de lejos?

Las cosas vienen de lejos y, a veces, de muy lejos. Luego, determinados giros en las condicione políticas, momentos de crisis, ponen al desnudo o aceleran determinados procesos. Es cierto que, en Cataluña, desde la Transición, se había establecido una especie de consenso muy amplio en torno a lo que llamábamos el catalanismo. Era la idea de construcción de un país, de una convivencia democrática, en la cual se conllevaban distintas identidades que, al mismo tiempo, promovía la recuperación de los usos lingüísticos del catalán y donde había elementos muy inclusivos e integradores, como era la escuela. En ese marco se ha vivido y se ha desarrollado la Cataluña autonómica durante décadas.

¿Era esto lo que llegó a denominarse «Balneario catalán»?

Ese consenso general no dejaba de tener tendencias latentes contradictorias. Lo que ha representado la tradición de Pujol al frente de las instituciones catalanas, venía inspirada por una visión derechista y retrógrada del nacionalismo, la de Torres y Bages, por decirlo de algún modo. Si se leen algunos escritos suyos de la época se pueden encontrar elementos de supremacismo, etnicismo e incluso racismo hacia la inmigración. Pero esas pulsiones quedaron durante muchos años muy contenidas, agazapadas y ahí pesó mucho la correlación de fuerzas surgida de los últimos años del franquismo y de la transición, con un peso muy importante de la izquierda que, de algún modo, contuvo esos impulsos del nacionalismo. Se ha creado la imagen de que, en la medida en que el nacionalismo catalán y la izquierda estuvieron en conflicto con el franquismo, eran casi primos-hermanos cuando, en realidad, representan intereses y proyectos muy distintos.

¿Fue entonces la izquierda abanderada de aquel proyecto de convivencia?

Pero es verdad que la izquierda, sobre todo el PSUC y los socialistas, tuvo el acierto de querer desarrollar un proyecto inclusivo de país. Contrariamente a lo que muchos pueden creer, es de la izquierda de donde procede la iniciativa de la inmersión lingüística. La izquierda era consciente de que conseguía un proyecto de integración y acenso social, o el país se rompía. El peso específico de la izquierda era entonces muy grande. El movimiento vecinal de Barcelona tumbó tres alcaldes franquistas. Esa esencia inclusiva tuvo mucho que ver con la fuerza sindical y el desarrollo de los movimientos vecinales. Luego progresivamente, con la globalización y las políticas neoliberales eso se fue desagregando y fue ganando protagonismo esa pulsión original del nacionalismo.

En todo esto, ¿Tuvo algo que ver Esquerra Republicana?

Entonces, Esquerra no tenía su protagonismo de hoy. Ahora es una fuerza importante que representa a una parte de la pequeña burguesía, clases medias urbanas, y sectores de la Cataluña interior. Las clases intermedias que tienen un cierto delirio de grandeza y de dirigir el país. No son la burguesía. Sueñan con substituir a la burguesía catalana. De hecho, la situación actual tiene mucho que ver con esa pelea constante, de décadas, entre ERC y el nacionalismo más conservador de Convergencia, por ver quien hegemoniza ese espacio.

En este discurrir, cabría preguntarse por la causa o las causas que nos han conducido a la actual situación política…

En el fondo todo esto viene por los desajustes provocados por la globalización capitalista, que ha puesto en jaque las estructuras de los Estados y las soberanías. De algún modo, hemos tenido una tormenta perfecta. La coincidencia del agotamiento del marco autonómico con una recesión a nivel mundial, que aquí se ha traducido en un colapso en el modelo de crecimiento español, y una pugna política por la hegemonía de los espacios. La conjugación de estos factores ha dado lo que hemos llamado el «Procés». Surge con un movimiento social de fondo, sobre el cual empiezan a cabalgar y hacer una política de gobierno las élites del país. Y en esa combinación, que ha generado un conflicto interno en Cataluña y una crisis de Estado, nos encontramos. En este contexto, se producen elementos anecdóticos, que, por sí, solos no explican el problema ¿En qué momento empezó a fallar el invento? En realidad, el problema es muy complejo y multifactorial. Podemos encontrar raíces muy lejanas: en el encaje mal resuelto de Cataluña con España, en los déficits democráticos de la transición… y ese camino pueden hallarse muchos elementos desencadenantes.

De cualquier modo, desde el interés político resulta muy difícil explicarse el abandono del confortable espacio autonomista por parte de Convergencia para lanzar a una aventura de muy difícil solución.

El PNV hizo su pinito con el plan Ibarretexe, vio hasta donde podía llegar y luego paso a una política de gestión de la autonomía muy pragmática, con concesiones muy importantes por parte del Estado español, a cambio de apoyos para configurar mayorías en el Congreso de los Diputados. Pujol también jugo a eso, pero el mayor peso específico de Cataluña ha hecho que determinadas decisiones del nacionalismo catalán (por ejemplo, las relacionadas con la financiación), han permitido que se desarrollase durante años el agravio comparativo entre comunidades autónomas que, como dice muy bien Coscubiela en su libro, ha sustituido al conflicto social. Pero es verdad que todo ello hay algo que resulta bastante inexplicable. Pero, en el fondo, tiene algo que ver con lo que está ocurriendo en Europa y en las democracias occidentales: el Brexit, la adhesión de clases medias a soluciones populistas y de extrema derecha en Europa, con la elección de Trump… Lo que ha ocurrido aquí es que, en un momento, parte de las clases medias, que se sentían frustradas en la crisis del modelo autonómico, han sentido la sacudida de una crisis económica, que les ha hecho ver de cerca la pobreza, al tiempo que ha su futuro de incertidumbre. El independentismo tiene una fuerza de relato porque de algún modo da una respuesta mágica, pero sencilla y directa, a una angustia muy profunda. Aquí surge la pregunta de ¿Cómo no solo las élites políticas, sino sectores sociales cultos se dejan arrastrar por estas tendencias, en las que pesan más las pulsiones que los conocimientos?

¿Cómo reacciona la izquierda a todo esto?

Frente a este movimiento, la izquierda no tiene una alternativa creíble a corto plazo. El discurso de la izquierda, que estaba en una transformación de las políticas ante la agresión de los mercados, suena muy lejano e inviable a corto término. Sin embargo, la idea, muy eficaz propagandísticamente, de que España nos roba, si tenemos problemas es por culpa de España, si conseguimos un Estado propio aguantaremos mejor los embates de lo que está ocurriendo en el mundo… Esa tendencia al repliegue nacional, que acaba nutriendo un resurgimiento de una identidad muy cerrada y una idea muy romántica de una nación que nunca ha existido, acaba teniendo una fuerza de relato tremenda.

¿En este relato del «Procés», no parece existir una especie de dicotomía entre narradores y receptores?

Hay algo de verdad en lo que dicen algunos líderes del «Procés» respecto al papel de sus seguidores, en el sentido de que no habían calibrado bien sus circunstancias. Algunos dirigentes políticos han jugado a aprendiz de brujo. Han desencadenado fuerzas y convocado sentimientos sociales que acaban teniendo vida propia y superando sus propios planes y desbordando sus cálculos tácticos. Esto es explica una poco la situación. Ahora, todo el independentismo sabe que fueron de cabeza al precipicio el 27 de octubre, que aquélla proclamación de independencia no fue ni proclamación, ni independencia, pero al mismo tiempo, nadie se atrevía a decir a la gente que les habían llevado a un callejón sin salida.

¿Y ahora qué?

En lo inmediato tenemos un problema complicado, porque en los dos lados de la confrontación todavía hay fuerzas muy interesadas en mantener la polarización del conflicto. La pugna entre Esquerra y el PDCat no se ha detenido y la del PP y Ciudadanos adquiere una intensidad, que probablemente va a dominar la política española en el período inmediato. Crisis, que no difiere mucho de otras que se están viviendo en Europa y que responde a los problemas derivados de la globalización. Hay parte de las élites españolas que piensa que un Estado re-centralizado, que comprima sus contradicciones, estará en mejores condiciones de afrontar las complicadas situaciones derivadas de este desorden global. En este contexto (y aprovecho para hacer cuña publicitaria de su libro «Empantados»), dice Joan Concubiela), con acierto, que ahora es muy difícil imaginar una solución definitiva, pero sí que hay que buscar pistas para «desescalar» el conflicto, para poder enfriar la situación y permitir que la racionalidad se abra camino ante el desbordamiento de emotividad.

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