Entrevista a José Luis Salazar

«El capitalismo, tal como ahora lo conocemos, tendrá que cambiar radicalmente»
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Jurista. Master en Business Administration y Gestión ambiental. Ha trabajado en África para Naciones Unidas. También colaboró con la Comisión Europea y la Agencia Europea de Medio Ambiente. Ahora participa en el movimiento Gobernanza Democrática Mundial. Es miembro de Federalistes d’Esquerres.

¿En que se fundamenta el desarrollo sostenible?

Como decía Einstein, «somos nosotros y todo lo que nos rodea». Algo que tiene mucho que ver con el desarrollo sostenible, que se fundamenta en tres pilares fundamentales, y un cuarto, que actúa como rótula. El primero de ellos es el social, el segundo el medio ambiental, el tercero la economía y el cuarto el de las instituciones, de la gobernanza. El pilar social se refiere a la equidad y la cohesión, el ambiental para reducir la huella ecológica y los impactos (mediante la reducción del consumo de recursos naturales) y el económico a la eficiencia (poder hacer más con menos recursos productivos). Para que estos tres pilares se coordinen y funcionen se tienen que equilibrar, mediante la acción institucional, incluida la legislación y los tratados internacionales que, con todas sus limitaciones, ayudan a la gobernanza global.

¿Conlleva el desarrollo sostenible, la federación de intereses, a veces encontrados?

La mayor parte de las cuestiones medioambientales difícilmente se pueden resolver a escala local (incluso los temas locales acaban siendo globales, y viceversa), de un pequeño Estado, ya que incluso los grandes tienen dificultades. Por eso es necesario que los Estados colaboren, cooperen y muestren una cierta solidaridad. Elementos que, en realidad, son federales. Desde el nacionalismo estricto y no digamos desde los extremos, no hay salida. En los Estados, incluidos los federales, siempre hay elementos nacionalistas que deben ser superados, porque se necesita colaborar con otros. Por ejemplo, en las negociaciones de cambio climático, los 28 Estados de la UE están negociando con una única voz, federal, a escala internacional. También otros grandes grupos, como el de los 77 más China o la OCDE van estableciendo posiciones comunes en las negociaciones.

Se ha colado en el lenguaje de la izquierda el concepto soberanía ¿A la hora de referirse al medio ambiente, no es algo que chirría?

Ningún Estado, por potente que sea, puede parar cuestiones de cambio climático y contaminación. Cuando se produjo el terrible accidente nuclear de Chernobil, la contaminación radioactiva, debido a los vientos dominantes, se extendió hacia los países escandinavos. Las autoridades soviéticas no informaron de ello, pero en Suecia se empezó a detectar que había radioactividad excesiva en la atmósfera. Curiosamente, en Francia, que tienen muchas nucleares, empezaron negando la realidad, sin saber si era o no un problema suyo o como si la radioactividad se hubiera parado en sus fronteras. Sin embargo, en España también se detectó el aumento de radioactividad. A partir de ahí, se tomó conciencia de, por ejemplo, la importancia de la información ambiental y se instituyó un sistema homogéneo para recoger y analizar información ambiental y hacerla pública. También se creó entonces la Agencia Europea del Medio Ambiente. En definitiva, la soberanía entra en contradicción con el medio ambiente, porque solamente mediante soberanías superpuestas o compartidas, con mucha colaboración y cooperación, se pueden afrontar los problemas ambientales. El derecho ambiental surgió sobre todo en relación con los ríos compartidos, como el Rin, que transitaban por diversos territorios.

¿Los nacionalismos, como el que en Cataluña plantean separarse de España, demonizan, en su imaginario íntimo, cuestiones que van más allá de las fronteras, como el cambio climático?

Los nacionalismos tienden a encerrarse en sí mismos. Pero es la propia geografía la que empieza por determinar las cosas. Cataluña está en la Península Ibérica, en Europa, en el Mediterráneo, con lo cual carece de sentido pensar en una soberanía propia, que no sea en colaboración y compartiendo con otros. Está muy bien que Cataluña tenga, que ya la tiene, su ley de cambio climático, pero llevarla a término no es viable. Se pueden hacer algunas acciones de mitigación, pocas, y alguna adaptación. De hecho, como no hay más remedio que afrontar el cambio climático, se está haciendo alguna cosita, con muchas limitaciones en el Delta del Ebro. Pero es evidente que ningún reto social se puede afrontar en solitario. Los grandes movimientos migratorios en el Mediterráneo, con muertes continuas, solo se pueden abordar desde el acuerdo, el pacto, la colaboración… Cualquier reto de la globalización requiere soluciones mancomunadas. Entiendo la ilusión y los sentimientos que acompañan movimientos como el «Procés», pero también hay otros sentimientos. Y cada vez son más a quienes les mueven los sentimientos de solidaridad con otras personas del mundo y, en particular, con los más pobres, como los que intentan cruzar el Mediterráneo.

La desconfianza hacia el otro va pareja, en el nacionalismo, con la idealización de lo propio ¿Adolece Cataluña de problemas medioambientales, como el gravísimo derivado de la industria porcina, que se ocultan sistemáticamente?

Claro. Y siguen por inercias, por no querer cambiar. Detrás de todo esto suele haber intereses económicos muy fuertes, y se necesita mucha voluntad política para hacerles frente. En el caso de los cerdos, la contaminación derivada de los purines se agrava porque los residuos no son solo consecuencia de una cabaña propia, más o menos controlada, sino de ganaderos de otros lugares de Europa que utilizan Cataluña como lugar de cría. Lo hacen, entre otras cosas, para evitar la contaminación en sus países. Con lo cual, digamos, son exportadores de contaminación. Es sabido, que muchísimos acuíferos de Cataluña están contaminados por exceso de nitrógeno, procedente de los purines.

¿Y qué se puede decir en torno a la relación entre medio ambiente y democracia?

Por ejemplo, no podremos afrontar los retos ambientales, de sostenibilidad y, por supuesto, de cambio climático sin una transición energética a nivel mundial. El cambio da en la línea de flotación del sistema productivo, como lo conocemos ahora ¿Por qué cuesta tanto llegar a acuerdos en las cuestiones de cambio climático, incluso a nivel interno de la UE? Porque hay lugares que producen carbón, como Polonia y otros, que no quieren cambiar. Pero el tema fundamental es que, en la transición energética, como en todo, siempre habrá ganadores y perdedores. Hay sectores, que son los fósiles, que tienen que ir abandonando la producción, si queremos combatir el de los gases invernadero. Pero la producción de energía eléctrica sigue dependiendo en gran medida de los combustibles fósiles. Así se choca con los intereses de las eléctricas. La transición a más energías renovables es y va a ser conflictiva.

Naomi Klein sostiene que la cuestión medioambiental y el cambio climático pueden ser la tumba del capitalismo ¿Qué opinión le merece?

Tiene una parte de razón, porque todo lo que está sucediendo en los temas ambientales (cambio climático, y el gran reto de la sostenibilidad y la transición energética) tiene que ver con la lucha política. El gran reto está precisamente en el que el capitalismo, tal como ahora se conoce, tendrá que cambiar radicalmente. O cambia o muere. En este sentido Naomi Klein tiene razón. Pero todos los grandes problemas nos llevan a una cuestión tan trascendental como el de la globalización no democrática o democrática. Dicho de otro modo, la humanidad se tiene que plantear como solucionar problemas críticos manteniendo el sistema democrático. China es una solución autoritaria. Estaba contaminando mucho, hasta que, poco antes de la conferencia de París, tomó conciencia del problema y dio un giro a sus políticas. Se dio cuenta de que con el problema de la contaminación se podían cargar su propio desarrollo y están revertiendo la cuestión, pero de forma autoritaria. En este momento, China es el mayor productor mundial de placas solares, a un precio cada vez menor, y también de coches eléctricos. Esta transformación, tan rápida, se puede hacer porque hay un poder que lo facilita. La pregunta está en si tal cosa puede o tendría que ser trasladable a nivel mundial.

¿Esta tensión entre lo general y lo particular, ente lo global (cada vez más determinante) y lo local es solo aparente, en la medida en que los problemas son únicos, más allá de donde se manifiesten?

Da la impresión, en general, de que todo es muy caótico. Desde el final de la guerra fría, tenemos una situación cada vez más multipolar. Pero, en definitiva, los agentes, entre ellos los Estados, necesitan coaligarse para hacer frente a los retos. Ahora asistimos a una situación de aislamiento de EE.UU., que no es buena señal. Pero, en cualquier caso, en el juego de los acuerdos globales habría que incluir a las ciudades, las grandes áreas metropolitanas y también a las multinacionales, dado su papel a escala universal.

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