«El “procés” está afectando emocionalmente a la gente»

Entrevista a Isabel Giralt
Isabel Giralt

Médica acreditada en acupuntura. Estudio medicina en la UB y trabaja para incorporar la acupuntura en la Sanidad. Militó en ICV y ahora forma parte de Cataluña en Común, de modo más puntual. Enamorada del aspecto social de la medicina.

 

¿Se puede detectar el impacto del “Procés” en el estado de ánimo de las personas?

Por mi trabajo tengo una situación privilegiada para poder conocer a las personas profundamente, incluso en una primera visita, porque la gente le cuenta al médico cosas que a veces no se dicen en primera instancia ni a los amigos. No fuimos dando cuenta que el “Procés” estaba afectando emocionalmente a la gente. Y empecé a tratar a personas de insomnio, angustias, estrés… Personas, de todos los lados, independentistas o no, que se encontraban en una situación un poco de arenas movedizas, que no sabían que estaba pasando y que básicamente tenían una sensación de miedo, porque se movían las estructuras a su alrededor.

¿Estas disfunciones eran más bien individuales o derivadas de conflictos con el entorno familiar, laboral, de amistades…?

Las dos cosas. Había quejas por las relaciones familiares y sociales, pero también había gente que sentía un miedo más profundo, más íntimo. Algo que llegaba a afectar funciones fisiológicas de tipo digestivo, respiratorio… Soy acupuntora, creo en la medicina global y sé que las emociones interfieren en la fisiología humana.

¿Qué características tienen esos miedos, son abstractos, al desencadenamiento de violencias, temor a una guerra…?

En la gente mayor había muchas veces recuerdos de épocas pasadas y miedo a que se volvieran a reproducir, y en la gente joven había sobre todo enfado. Personas de un lado o del otro muy indignadas y muy atacadas en su pensamiento de justicia íntima. En los de mediana edad, había sobre todo miedo a perder amistades, relaciones familiares. Una mezcla entre enfado y miedo.

¿Están en estos temores vinculados de algún modo a la violencia?

El “Procés” ha sido una especie de construcción de utopía imposible. En realidad, los independentistas como los no independentistas notaban que era así; que a algunos les podría parecer fantástico y a otros no tanto, pero que era un imposible. Esto siempre crea angustia. Desde un punto no se puede ir a todas partes. Desde el punto en que estamos Cataluña no puede ir a la independencia. Y ha sido responsabilidad de los políticos hacer creer que esto era posible. Esto crea mucha incertidumbre, que ahora no es quizás tan aguda, pero que se ha cronificado. En medicina entendemos que una cosa es crónica cuando dura más de tres meses. No quiere decir que sea para siempre, pero la patología crónica es distinta a la aguda, que es más virulenta. La crónica es más ensidiosa, pero que también duele y está ahí todo el rato. Ahora estamos en eso, fruto de una irresponsabilidad política.

¿Cronificación que, en otros términos, podríamos calificar, por ejemplo, de frustración?

Sí, porque después de la ira, a veces viene la tristeza, la depresión, la apatía… Porque el enfado fuerte no se puede mantener todo el rato. Queda esa melancolía, que creo se está instaurando en la sociedad catalana y que hace un poco perder las esperanzas.

¿Entonces, como ha dicho alguien, el “Procés” ha muerto, pero el funeral será largo?

Claro. Porque no ha curado, porque no hemos empezado a cicatrizar. Ayer, veía el acto de Junqueras y me daba la impresión de que hay gente que no le interesa curar esto. Seguimos dando pinceladas de que la utopía es posible, cuando no es así. Y así no nos vamos a curar nunca.

¿De tus palabras se desprende que el conflicto desencadenado por el “Procés” no es solo político, social, entre dos Cataluñas sino que también anida en cada uno de nosotros, en cada persona?

Primero, el conflicto es con uno mismo, porque quiero creer que una cosa pasará y no pasa. Es con los de mi alrededor, porque hay cosas en las que no coincido y, además, son muy efervescentes y no las puedo tratar y compartir de una forma tranquila. Y luego, el conflicto es también en la sociedad catalana y, desde luego, con el conjunto de España. Es decir, hay varios conflictos al mismo tiempo.

¿El lazo amarillo es una forma instrumental de violencia psicológica, con efectos en las personas que lo llevan y entre quienes lo ven?

En sentido estricto, el lazo amarillo aparece como una forma de protesta en contra de que haya personas en prisión preventiva. Esto no tendría que violentar a nadie. El problema está que en cuanto se topa con alguien con lazo amarillo ya sabes que detrás de él hay otras muchas cosas. Y que hay ciertos temas que ya no puedes tocar. En este aspecto actúa como una barrera, algo que crea división, aunque se diga que no. Otra cosa es que el lazo amarillo ocupe espacios públicos, de manera indiscriminada. Si nos ponemos a colocar lazos en todo lo que creemos, acabaremos no cabiendo ni nosotros mismos. El espacio público es donde cada uno se puede expresar libremente y también deja expresarse a los demás. Cuando una de estas expresiones no deja espacio a las otras es cuando ya estamos haciendo mal uso del espacio público.

Por ejemplo, el propio Ayuntamiento de Barcelona cuando coloca un lazo amarillo en el balcón…

A veces, las instituciones se comportan como las personas. Es curioso. Esa misma incongruencia que tenemos las personas pasa a las instituciones. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Barcelona, con Barcelona en Común, muchas veces entra en contradicción entre cosas que dice ya hace. Poner un lazo amarillo en el espacio público por parte del Ayuntamiento, cuando sabemos que el lazo amarillo no solo quiere decir que no estamos de acuerdo con la prisión preventiva, sino otras muchas cosas y, al mismo tiempo, decir que no se está de acuerdo con algunas de esas cosas, vuelven a ser esas arenas movedizas que a todos los barceloneses y barcelonesas son causan un cierto desasosiego.

Desasosiego que acaba quitando el sueño…

Que puede acabar en patología, evidentemente. Yo lo he visto, sobre todo, en mujeres, sobre todo a partir de los 50 años. Porque las mujeres tenemos mucha más sensibilidad, nos expresamos más y sufrimos más, cuando en nuestro alrededor las familias, los hijos…, sufren. Eso nos causa patología emocional o física.

¿La seguridad que representan las mujeres, es vulnerada, erosionada o puesta en cuestión por el “Procés”?

En el “Procés” hay una parte muy testosterónica, de competición: “Si queremos lo podemos conseguir”, “Si todos lo queremos, nadie nos podrá frenar” … A este propósito, creamos un grupo (secreto) de unas 30 mujeres, que estamos afectadas por esto, que de vez en cuando nos reunimos y nos damos apoyo. Porque nos hemos sentido muy solas y muy violentadas por el “Procés”, en nuestra intimidad femenina. Algunas son mujeres que están en la opinión pública , dando nuestro punto de vista las apoyamos, porque a veces las vemos muy valientes, pero muy solas.

¿Se puede asociar, para entendernos, el “Procés” a una cierta cultura del fútbol, binaria (ganar, perder), en clave masculina, de amigos-enemigos…?

Yo soy futbolera. Soy mujer, pero tengo un punto de hombre, como el ying y el yang. El ying es la parte de la tranquilidad, de la paz, del equilibrio, de saber encontrar las vías de comunicación… Y lo hemos perdido en el “Procés”. Eso de gano yo o perdemos todos no puede ser. Demasiada testosterona en el “Procés”, aunque haya mujeres. Demasiada testosterona en la guardia civil. También en Mariano Rajoy en y el PP. Falta ese ying, más de sentarse, de hablar, de conocerse…

¿Testosterona que anida también en la propia naturaleza del nacionalismo, construcción más bien de hombres y para hombres?

Es sobre todo decir “tú eres diferente”. Se puede ser independiente, amar tu cultura, respetarla, pero también amar al otro. En el “Procés” no solo no se respetaba al otro, sino que había algo soterrado que viene a decir que “nosotros somos mejores”. Hasta que la especie humana no haga un paso adelante, el extraño sigue dando miedo. Si nos dejamos llevar por nuestras emociones más primarias y hormonales, las cosas no pueden ir bien. En realidad, el extraño no es un problema sino una oportunidad. En humanidad, las mujeres vamos un poco por delante de los hombres y por eso Vox e quiere cargarse el feminismo. Por eso las feministas también estamos llamadas aquí a abrir vías de diálogo y a superar barreras. No es de extrañar que los nacionalismos extremos estén asustados con el feminismo. Y democracia no es solo votar, es entender, comprender, debatir, hablar… Hay que profundizar en la participación, aún somos muy individuales que no sabemos trabajar en lo colectivo.

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