«El “procés” es una aventura insensata»

Entrevista a Guillermo Lusa
Guillermo Lusa
Guillermo Lusa

Como Dr. Jekyll, ingeniero industrial, y profesor de matemáticas en la Escuela de Ingeniería Industrial de la UPC. Como Mr. Hyde, agitador, en el sentido de recuperar la historia de la ciencia y la técnica, y militante político desde que ingresó en el Partido Comunista, en 1963.

Estuvo muy de moda hace ya algunos años, aquello de la “revolución científico-técnica” ¿Qué queda de ello?

Fue un mito que nos deslumbró, aquello de Radovan Richta, pero no sé exactamente en que quedó. Se fue difuminando y recuerdo que la última persona que lo citaba con pasión era Marcelino Camacho. Pero la ciencia y la técnica están ahí. No solo contribuyeron a la hominización, sino que han sido un elemento fundamental de la vida a lo largo de siglos. Lo malo está en que los maravillosos productos de la ciencia y la técnica que podrían ser distribuidos con más homogeneidad para que la especie disfrutara de ellos, está en manos de una pandilla egoísta, que nunca conseguirá gastarse lo que tiene, y que está entorpeciendo lo que debería haber sido un desarrollo armónico de la especie.

¿Esto nos lleva a pensar que a los humanos quizás se les está escapando de las manos el control de la ciencia y la técnica?

A la especie sí, pero no a la minoría que está rigiendo los destinos de la humanidad. En esto momentos, la actividad científica y técnica está muy dispersa, pero hay unos nodos que, seguramente, son los que cortan el bacalao. Estos sí que tienen muy claro adónde van. Ahora, en la Universidad están intentando vender la idea de que el conocimiento no vale para nada, y lo que hay que hacer es generar aptitudes para que las personas sean dóciles actores de destinos dibujados por otros, y que no profundicen en los aspectos globales del saber.

O sea, aquello del marxismo de la determinación de las fuerzas productivas por las relaciones de producción…

Exactamente. Cuando les explicábamos a los neófitos el “abc” del marxismo para que entraran en el partido, les hablábamos de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Y, aunque es un esquema muy mecanicista, es lo que sigue ocurriendo ahora. Las fuerzas productivas se desarrollan infinitamente, y son las relaciones de producción las que determinan si se hace en beneficio de la especie o solo de los que pueden pagarlo.

¿Cosa a la que no escapan los propios intereses capitalistas?

Los que ejercen el control son una minoría planetaria. En cualquier caso, cada vez que ha habido un progreso técnico, algún oficio ha acabado desapareciendo. Pero se han creado otros. Es cierto que están desapareciendo montones de puestos de trabajo, pero surgirán otros, con el desarrollo de estos nuevos artefactos. Y lo que también parece inevitable, aunque a escala planetaria sea muy difícil, es la reducción del tiempo de trabajo. Cada vez más, las cosas se pueden hacer con muchas menos personas, y por eso hay que repartir el trabajo.

¿Optimista o pesimista, en fin, sobre el futuro?

Me voy a escapar por la tangente. O sea, que lo vaso medio lleno. Conservo la capacidad de irritación, lo cual quiere decir que sigo vivo, intentando cambiar las cosas. Pero ha habido decepciones muy grandes, a escala histórico-planetaria. La primera fue saber que la experiencia soviética era un fraude. Pero, sin embargo, esto no debe ni arrojarte en brazos del capitalismo, que es mucho peor, ni abandonarte al pesimismo, y no hacer nada. Hay que seguir en la brecha, batallando en pequeñas cosas, tratando de que haya una acumulación de fuerzas que permitan disputar la batalla a esta hegemonía cultural y política del capitalismo.

En este contexto, ¿los Estados no son, más que nunca, “los Consejos de administración que rigen los intereses colectivos de la clase burguesa”, como dijo Marx?

No conozco mucho el mundo de la empresa, porque casi toda mi vida me he dedicado a la Enseñanza. Tienen poderosísimos medios para hacer avanzar las fuerzas productivas (la investigación que hacen los laboratorios es muy importante) y, claro, tienen sometidos a los gobiernos. Pero si fueran tan inteligentes como parecen tendrían que estar alarmados con lo que estamos haciendo con el planeta. En EE.UU. la influencia de los lobbyes es brutal, aunque digan que su actuación es pública y, por tanto, mejor que si fuera subterránea. Y en España son las eléctricas y los bancos quien juegan este papel. El fenómeno de las puertas giratorias pone de manifiesto que los partidos están subordinados a intereses económicos.

¿En consecuencia, las empresas, para expandirse, siguen necesitando del soporte de las cañoneras imperialistas?

No como lo expresó en su momento Lenin, con bastante razón. Ahora las cañoneras van por fibra óptica. Ya no se ve al capitalista, con el puro y la chistera, y los Estados y las naciones, tal como las hemos conocido, empiezan a quedarse obsoletas. Pintan muy poco. Ahora, son las minorías, organizadas y coordinadas a escala planetaria, las que manejas las cosas. Los altos funcionarios de la UE, etc. son gente al servicio del capital.

La clase dominante global, tiene, desde luego, nombres y apellidos, pero se percibe como una abstracción ¿Se puede, en ese contexto, seguir hablando de “burguesías nacionales”?

Justamente, el otro día cayó en mis manos un librito que se llama “La teranyina”, que hace una disección, con nombres y apellidos, de las 200 familias que dominaban Cataluña, en el marco de la Semana Trágica, a principios del siglo XX. Eso debe seguir existiendo, pero no sé cómo funciona.

En cualquier caso, el “Procés”, no parece una creación de los ricos de Cataluña…

El “Procés” es fruto del azar y la curiosa historia de nuestro país. El bienintencionado Maragall cometió el error de desempolvar el Estatut, del cual no se quejaba casi nadie, y se metió en una aventura, con resultados imprevisibles y muy negativos. El malo fue el PP y el nacional-catolicismo rancio y franquista, pero el “Procés” es una aventura insensata.

¿Éstas decisiones políticas, incluida el referéndum del “Brexit”, no parecen producto de la frivolidad?

No es aquello de si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la historia del mundo hubiera cambiado, pero sí que hay algo de eso. Cuando acabé el preuniversitario traté de matricularme en la Escuela de Ingenieros de Madrid y, los muy burros, me matricularon en la escuela de peritos San Sebastián. Eso determinó mi trayectoria. El pobre Cameron quizá pensaba que el referéndum le iba a salir tan bien como el de Escocia, que también era algo muy arriesgado. Luego, unos cuantos demagogos empezaron a calentar el ambiente, y ahora muchos de ellos deben estar horrorizados. Está por ver como salen de ésta.

¿Y Donald Trump?

Eso desafía la capacidad de análisis. Pero creo que hay un componente de la sociedad americana que comparte irracionalidad con Trump, de lo cual es un exponente el talante religioso y el protagonismo de las armas. En EE.UU. hay gente muy maja, pero la hegemonía la tienen locos como Trump.

¿Y la República?

Sobre el papel, la República es algo mucho más racional y democrático porque permite que la jefatura del Estado pueda ser elegida. Es mejor, claro, tener un rey sueco que un presidente sátrapa de cualquier república. Pero, también hay que tener en cuenta la historia ¿Qué significó en España el republicanismo? Intentar acabar con la alianza entre el trono y el altar, con el caciquismo…

¿Y la otra? ¿La catalana, del relato?

Si, ahora resulta que la palabra “republicana” está desprestigiada por el nacionalismo. Mi republicanismo, que es de la República española, es más bien sentimental. Yo me he criado acunado por la II República. Mi padre, que un romántico y una bellísima persona, nos hablaba todo el tiempo de la República. En España se había ido desarrollando, en ese contexto republicano, un tejido de minorías muy avanzadas (masones, libre-pensadores, vegetarianos…) que fueron exterminado por el franquismo.

¿Y de la madre de todas las batallas, el nacionalismo, que decir?

Empleando un lenguaje clásico, siempre he pensado que la cuestión nacional era una contradicción secundaria respecto a las verdaderamente importantes. He mirado con simpatía el catalanismo, como voluntad de reconocimiento de características propias, etc. Lo que ha habido aquí es el “pujolismo”, que ganó en los 80, y es la mayor calamidad que le ha ocurrido al país. Ha existido una voluntad expresa de desespañolizar el país. La expresión “Estado español” la odio profundamente porque la inventó Franco para reírse simultáneamente de carlistas y falangistas. Y ahora, tengo sensación de desánimo, porque todo esto es cansino.

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