«El pasado se tiene que asumir, aunque suponga arrepentirse de él»

Entrevista a Antoni Cisteró García
Antoni Cisteró García | Foto: Àngel Guerrero
Antoni Cisteró García | Foto: Àngel Guerrero

Ingeniero y licenciado en filosofía. Ha escrito novelas, obras de teatro y libros de historia. Entre ellos, Hijo de la memoria (ISBN 978-84-92979-79-0) y Campo de esperanza (ISBN 978-84-92979-76-9). Interesado en la memoria histórica y también en la relación entre ciudadanía y partidos políticos.

Se ha asociado tanto la memoria histórica a la guerra civil que casi parecen sinónimos…

Yo veo la memoria histórica como algo mucho más global de cómo se enfoca ahora. Por descontado, memoria histórica es lo que pasó en la Guerra Civil, con la represión franquista, etc. Pero, en cualquier cuestión de la vida, para afrontar un reto de futuro hay que tener en cuenta las experiencias. Decía Stefan Zweig, que no recordaba cuando empezó a oír el nombre de esa persona que ha traído los peores males a la Humanidad (Hitler). Hay signos que solo con la memoria histórica podemos identificar. Así, a partir del estudio de la película de André Malraux Sierra de Teruel, para escribir mi novela Campo de esperanza, empecé a interesarme en la cuestión y fui descubriendo todo un mundo de información casi inédito, con iniciativas muy meritorias. Por ejemplo, una web que recoge todas las listas de pasajeros que embarcaron hacia al exilio, y otra en la que se pueden demandar testimonios y e información sobre la localización de las víctimas. 

Dice la letra de La Internacional que “del pasado hay que hacer añicos” ¿Consideras que esto atañe también a la memoria histórica?

En absoluto. El pasado está ahí, inamovible. Otra cosa, es como lo vemos. La clave para asomarse a él es la honestidad del que lo mira, para interpretar el presente y encarar el futuro. El pasado es una realidad, está integrado por hechos que ocurrieron, documentados en algunos casos. Los miles de muertos por la represión, tras la guerra, son un hecho. Eso pasó. Luego, cada uno, según el cristal por el que se mire, puede hacer lecturas propias de aquél hecho, pero el hecho no se puede negar. 

Sin embargo, el pasado también es susceptible hasta de inventarse, tal como ponen de manifiesto, por ejemplo, los nacionalismos, tan proclives a construirse historias a su medida…

Porque, en este caso, se utiliza el pasado segmentándolo en interés propio. Un hecho es un hecho. A partir de ahí, la valoración del hecho puede variar. Se puede interpretar un cuadro, pero el cuadro está ahí. No se mueve… Otra cosa es la adulteración de los hechos, e incluso su invención. Algo que no tiene nada que ver con la memoria histórica, porque entra a formar parte de los mitos, que no son sino relatos, que buscan dar una explicación a un hecho. 

En cualquier caso ¿Se puede considerar la memoria histórica un útil necesario para hacer frente a las construcciones ideológicas, a los relatos, que poco o nada tienen que ver con la realidad?

Claro. Y lo cierto es que hay un cierto déficit en la batalla de la memoria. Déficit que viene del exceso, no de información, sino de ruido. El que más grita o quien tira la piedra más grande, mueve el estanque. Lo cual no quiere decir que sea una piedra de certitud, honestidad, ni nada. Esta es una de las cosas que me llevan al pesimismo. Tienen mucha más voz los dogmáticos, quienes mitifican a su favor, que los neutrales, que los científicos, por decirlo de algún modo. Y hay algo todavía más preocupante, que es la propia agua, el que oye esto, los receptores. La sociedad se lo traga todo.

¿Percibes, en tal sentido, que tu trabajo de divulgación respecto a la de la memoria histórica y reivindicaciones políticas despierta el interés que merece?  

En absoluto. A ningún nivel. Hace ya unos años, a partir de mis ideas de que las izquierdas tenían que ir unidas, hice un estudio comparativo de los programas de todas las formaciones políticas y colectivos sociales de izquierdas. Valoraba si en los programas de cada uno aparecían explícitamente determinadas propuestas. Lo plasmé en un libro. En el 36, los partidos que formaban el Frente Popular, manifestaban en su programa los acuerdos y también los desacuerdos. Algo de esto es lo que quería decir el libro, del cual regalé un centenar de ejemplares a políticos, de los que casi ninguno hizo el menor caso.

Sin embargo, en el cine y la televisión parece estar muy de moda contar lo que pasó, aunque quizá de forma esquemática, o interesada ¿Contribuye esto a la recuperación de la memoria histórica?

En algún caso, sí. Pero no en todos. Al hablar de memoria histórica habría quizá que preguntarse para que me sirve cuando estoy a punto de tomar una decisión de cara al futuro, que puede ser un voto, simplemente. Cuando se vota, pensamos en lo que ha pasado y en lo que puede llegar a pasar. Hay que preguntarse, muy en serio, que podría pasar si, por ejemplo, Vox se convirtiera en el partido mayoritario. Hitler subió democráticamente al poder. Perdemos mucho el tiempo, no charlamos y no hay reflexión… Eso de que “nos lo pasamos muy bien, no pensamos en nada”, está en boga, pero es suicida.

Lenin decía que las masas aprenden mucho más de los hechos que de las palabras…

Sí, pero hoy en día hay tantas cosas por aprender que nos empachamos. Antes era muy simple. Había obreros y patronos. Unos eran más paternalistas y otros explotadores. Y eso se sabía. Si el amo se pasaba, el obrero luchaba. Ahora, el obrero, si es que existe; el precario… ¿Contra quién tiene que luchar? ¿Contra el fondo de pensiones noruego, que es quien lo está desahuciando? Se puede percibir el papel de los esbirros, de quien realiza el trabajo sucio, pero se ha diluido la responsabilidad. En esto de enmascarar la realidad, la derecha ha sido muy hábil. 

¿Qué papel juega la memoria histórica en lugares como Alemania o Francia, que han vivido acontecimientos históricos tan terribles como dos guerras mundiales?

Los amnésicos, de Géraldine Schwarz, narra precisamente esto. Habla de los Mitläufer en Alemania, de los que siguen la corriente. La gente dejó pasar, y la reacción luego fue decir que no sabían nada ¿No sabían nada cuando señalaban las tiendas de los judíos? Quizá no era de dominio público la existencia de los campos, pero sí que se sabía que el vecino judío desaparecía de repente. Esto pasa cuando no hay una reflexión serena. El pasado es parte de uno mismo y de las sociedades de que forma parte. Hay que asumirlo, aunque que haya que arrepentirse de él. Historia y memorias son diferentes. La primera se refiere sobre todo al hecho y la segunda incluye el relato y, en consecuencia, la emoción. Pero el oficio de historiador es importante, siempre que se ejerza con honestidad. 

¿Los hechos acaecidos y su interpretación son, en definitiva, la materia prima de la creación de conciencia?

En el fondo, la opinión se va formando con lluvia fina. Ahora, estoy viendo “Marsella”, una serie francesa, que plantea la lucha contra la mafia que quiere abrir un casino en la ciudad. En algún momento, no cabe menos que preguntarse sobre el interés en montar casinos en Tarragona. Un proyecto todavía vivo.

¿La memoria histórica está reñida con las realidades del presente, o es todo lo contrario?

Decía Paul Claudel que en la vida de una persona hay un tiempo para tomar y otro para dejarse tomar. Durante mucho tiempo, estudié, leí, me relacioné… Estuve acumulando conocimientos. Ahora, me gusta también aportar. Me preocupa mucho la desconexión entre el mundo de la política y el conjunto social. Se dice que la gente ha abandonado la política, pero yo creo que es al revés. Es la política la que no tiene en cuenta al ciudadano de a pie ¿Por qué los viejos, que son víctimas de un atentado fascista en la película “Novecento”, iban a la Casa del Pueblo? Porque había una estufa, se les acogía con calor. No habían leído a Lenin, porque eran analfabetos. ¿Dónde está ahora la estufa? Actualmente, estoy escribiendo sobre que significa participar. Reflexiono sobre por qué la gente se apunta o no, por qué colabora o deja de hacerlo. Todo el mundo alega que no tiene tiempo y, a menudo, tiene miedo a comprometerse. Además, cuando alguien se acerca a un colectivo ve que no siempre es fácil integrarse.

Como dice Atahualpa Yupanqui, ¿Que no se quede callado quien quiera vivir feliz?

En mi web Reivindica hay una página con tutoriales orientados a explicar cómo se puede colaborar en la difusión del colectivo con el cual se simpatiza, puede ser un primer paso. También me refiero en la web al diálogo, a la relación entre las personas. Cuando se dice “hablemos”, en relación con el “Procés”, se quiere decir que hablen los “top”, los políticos. No sé lo que harán ellos, pero ¿Y la gente?, ¿Y el vecino o el compañero de trabajo? ¿Hablamos con ellos? En este sentido, en la web se dedica un espacio bilingüe a los artículos de opinión que van apareciendo en torno a esta cuestión: “Parlant/Hablando”. No diga hablen, sino hablemos, todos. Hagámoslo. La fractura entre catalanes que ha generado el “Procés” no es un efecto colateral, sino su centralidad, el meollo de la cuestión, y eso no se arregla solo con la política, aunque ésta resulte imprescindible. Todos y cada uno de nosotros estamos obligados a hablar, mucho, respetuosamente, pero sin pelos en la lengua.

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