«El conflicto está en quien tiene el poder de nombrar a quien»

Entrevista a Domènec Benet
Domènec Benet | Autor: Àngel Guerrero

Librero jubilado de la librería La Llopa, de Calella. Militó en el PSUC hasta su suicidio político de 1982. Preocupado porque la gente viva lo mejor posible. Participó en la creación de Federalistes d’Esquerres, y colabora con ASEC.

En el abigarrado jardín de las revueltas, presentes y pretéritas ¿No constituye el procés un capítulo más bien exótico?

No es un cosa rara en la historia de Cataluña y del catalanismo político, lo que me parece distinto es su final porqué estamos en una época distinta. Desde la guerra “Dels Segadors”, el asedio de 1714, la “Solidaritat Catalana”, els “Fets d’Octubre” de 1934,… en Cataluña se han vivido momentos de procés, de “rauxa”, de grandes euforias, como las que tan bien describe Chaves Nogales en sus crónicas sobre la Cataluña de marzo del 36, incluyendo la explosión de fervor popular que acompañó el regreso de Companys desde el penal del Puerto de Santa María. A mi entender la diferencia está en que todas éstas explosiones de “rauxa” se resolvieron por las malas y de golpe, y ahora afortunadamente no es así. Pero, de la misma forma que hoy no es admisible tapar por la fuerza ninguna aspiración, tampoco es aceptable que se quiera imponer una sociedad monocolor. Cataluña es plural, muy plural y, a pesar de los impacientes que solo distinguen el negro y el blanco, tenemos que convivir en la escala de grises. Por esto los “procesistas” podrán seguir tanto como quieran y puedan, pero también por esto los que estamos en contra no nos callaremos y exigiremos el respeto de nuestros derechos. Habrá procés en tanto no aprendamos a convivir y aguantarnos los unos y los otros.

¿Además del cambio en las formas de hacer política, la no violencia, digamos armada, en el procés, no responde quizá también a que las clases que lo hegemonizan tienen bastante que perder con las luchas, a diferencia de aquel proletariado del que hablaba Marx, que no tenía más que perder que sus cadenas?

También, también. Una de las razones de que el procés no va más allá es por esto, porque hay mucho que perder. Albert Soler retrata muy bien a los “opulentos oprimidos” de los barrios ricos de Girona, o a aquella señora que estaba dispuesta a sacrificarse a partir de los 2.000 euros mensuales, menos no, que una tiene sus necesidades. Lo que más me ha sorprendido ha sido la inconsciencia de gente a la que se supone racionalidad en sus decisiones. Un conocido mío, empresario, con carrera y varios negocios, me comentaba en verano de 2017 que ya sabía que lo que se iba a hacer no podía salir bien pero que se tenía que hacer por dignidad. No tuve ocasión de hablar con él después de aquel infausto otoño, pero colegas suyos se quejaban amargamente del descenso de las ventas al resto de España o de la falta de demanda de viajes del IMSERSO a Cataluña. Seguramente no se habían enterado de que la dignidad tenía un precio.

¿No es también algo raro que desde el poder político o instrumentalizándolo se organice una lucha precisamente por el poder? ¿Por más poder? 

Porque el poder del que se dispone siempre es limitado. La “Solidaritat Catalana” de principios del siglo XX disputa el poder al caciquismo. Companys, en el 34, disputa el poder al gobierno de derechas de la República. La política siempre es una disputa de poderes pero aquí, de vez en cuando, se dispara la “rauxa”. Una forma de disputar el poder por la vía rápida. Y que aquí acostumbra a acabar en frustración y sin poder.

Todo esto, en un contexto cada vez más global…

Efectivamente, la globalización hace un mundo más abierto, que nos conozcamos más, que todo sea más fluido. Pero claro, esto provoca que también se difuminen los puntos de referencia y que una parte de la sociedad se aferre a su particularismo. De ahí sacan su fuerza el Brexit, el “trumpismo” y gran parte del “procesimo”.

Entre las muchas razones que se esgrimen como detonante del procés, ¿Con cuál nos quedamos?

Como cualquier hecho complejo, no hay una sola causa que explique el procés. Jaume Reixach pone mucho énfasis en la necesidad de tapar las corruptelas de la familia Pujol. Desde el catalanismo se señala la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto. Y muchos nos inclinamos por el gran peso que tuvo la crisis económica, como reconoció en su momento el entonces consejero de empresa Santi Vila. Lo de la sentencia del TC como detonante es lo que me parece más falaz. Debemos tener presente que después de esta sentencia, en 2010, el gobierno de CiU en Cataluña se apoya en gran medida en el PP y el gobierno del PP en Madrid en los votos de CiU. Puestos a señalar un detonante, me parece más relevante el día que Mas tuvo que acceder al Parlament en helicóptero por el bloqueo de los indignados que protestaban por el coste de la crisis. Ahí es dónde creo que decide encender la mecha. Pero no olvidemos que la mecha se había empezado a tender con el Tripartito.

Algo a lo cual, la izquierda no es ajena…

Y que desde la izquierda tenemos que reconocer. Siempre me ha parecido básico reconocer lo que hacemos mal los nuestros, los “buenos”. Porque los “malos” ya sabemos que lo son. Ya sabemos que hacen las cosas mal, por eso son los “malos”, pero los “buenos” muchas veces, demasiadas, también hacemos las cosas “mal” y si no lo reconocemos, las seguiremos haciendo mal.
El Tripartito cometió muchos errores, el principal abrir el melón del Estatut. Un proceso que pocos deseaban, que nadie controlaba y que sirvió para desencadenar una batalla por la hegemonía entre los partidos nacionalistas. A ver quien tenía el catalanismo más largo. Una guerra abierta por el poder que aún dura hoy en día. Todos sabemos cómo acabó la aventura del Estatut pero muy pocos desde la izquierda han reconocido el error. Sigue siendo habitual para cierta izquierda que a las ineludibles críticas a la aventura “procesista” se deba añadir la equivalente crítica al PP, a Ciutadans o a Vox. Una izquierda que ha hecho de comparsa en demasiadas ocasiones sirviendo de coartada para justificar una supuesta transversalidad del procés. Las imágenes de Herrera al lado de Mas cuando convoca el 9N o de muchos comunes votando el 1O, recuerdan el papel que jugó Javier Madrazo y Ezker Batua, de muleta de Ibarretxe, con la consiguiente desaparición de esta izquierda en el País Vasco.
En este sentido, hay que destacar el positivo papel que jugó la aparición de Federalistes d’Esquerres cómo punto de referencia para la izquierda, en un momento en que había un PSC titubeante y una Iniciativa ausente.

¿Entre las muchas razones del caldo de cultivo del procés, no está también la codicia, entendida como derivada contante y sonante del poder? ¿Algo así como un nacionalismo de bolsillo, que se lo disputan amos y subalternos?

Es una cuestión de números: 30, 300, 3.000, 30.000. Hay unos 30 altos cargos de primer nivel (consejeros, directores de entes públicos, síndicos,…), con sueldos que sobrepasaban los 100.000 euros anuales. Unos 300 (subsecretarios, directores generales, embajadores,..), con sueldos de entre 50 y 80.000 euros. Después, unos 3.000 (jefes, encargados, responsables de sección,…), con sueldos entre 30 y 50.000 euros, y, finalmente unos 30.000 funcionarios fieles a la causa. Lo que se están disputando ahora Esquerra y Convergencia son los 30, 300, 3.000 y 30.000. Y esto no es conflicto de clases. El conflicto está en quien tiene el poder de nombrar a quien.

¿El catalanismo, que vuelve a repicarse desde muy diversos campanarios, no es un espacio idealizado que sirve lo mismo para un roto que para un descosido?

El catalanismo político ha tenido su momento de hegemonía, pero ésta ya ha pasado. Otra cosa es que desaparezca. El catalanismo no deja de ser en el fondo un sentimiento de identificación que ha tenido intensidades distintas en distintos momentos políticos. En la transición fue útil para sellar el pacto de no agresión entre el nacionalismo y el movimiento obrero. La clase obrera, mayoritariamente castellano parlante, aceptaba unos elementos básicos del catalanismo (lengua, cultura, símbolos,…) y el nacionalismo renunciaba a la ruptura con España.

Durante 40 años el nacionalismo se ha aprovechado de la tregua para ir sentando las bases de la construcción nacional de Cataluña. Pero calcularon mal y entre la crisis, las prisas y la incompetencia de muchos, enseñaron las cartas antes de tiempo. Una vez visto el “farol” se acaba la partida. Hay sectores que quieren recomponer aquel catalanismo. Seguro que conseguirán una cierta audiencia, se habla de unos 250 o 300.000 votos, Muy lejos de lo que fue el catalanismo político. Y muy lejos de volver a interpelar a los que pensamos que de las patrias cada vez menos, incluso de la futbolística, que es de la que más cuesta quitarse.

 

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