La vicepresidenta del Barça, Elena Fort, ya es el icónico rostro, la voz y la forma ideológica más fiel del totalitarismo laportista y de la mala educación encarnados en una sola figura. Se lo demostró a un colectivo de socios del Barça leales, entusiastas y de un arraigo y barcelonismo indiscutibles con los que se reunió el jueves pasado para comentar, básicamente, que la grada de animación tal y como sobrevivió y cayó fulminada en Montjuic habría sido cerrada y clausurada sí o sí con independencia de que fuera multada por proferir cánticos y proclamas improcedentes.
Reconoció, ante el asombro y la indignación de los presentes, una representación de socios menores de 30 años, que desde el primer momento la intención de la directiva era deshacer ese núcleo de seguidores para, como es el plan actual, depurarla, reducirla y poderla controlar eligiendo uno a uno a sus miembros con un perfil de aborregamiento, servilismo hacia la junta y sobre todo ausencia de criterio, personalidad y sin derecho a expresar ningún tipo de opinión.
Interpelada por algún socio sensible y dolido por la supresión de lo que fue un día la grada de animación, integrada e impulsada por los grupos históricamente más identificados con esa voluntad de darle color, calor, personalidad y estilo propio al ambiente en el estadio, Almogàvers, Nostra Ensenya, Front 532 y Supporters Barça, la vicepresidenta no tardó en soltar lo que traía escrito en el guión sobre su clausura: «Lo hubiésemos hecho igual, desde el minuto cero», aseguró, con o sin esas multas que nunca nadie ha visto.
Patética respuesta que, además, si se escucha el audio, se produce en un tono como de indignación, teatralizado con las peores y más lamentables dotes de interpretación por su parte, intentando defenderse del ataque de un barcelonista al que, para señalarlo como uno de esos violentos, le reprochó su actitud con el argumento infantil de que ella estaba allí para dialogar y no para ser insultada.
Impresentable postura por su parte, ficticia y exagerada, tanto o más execrable y repulsiva cuando, a continuación, puso énfasis en que esa reunión venía a ser una generosa concesión de la junta, una especie de favor, un acto de transparencia que, por cómo lo dijo, ninguna otra directiva había hecho antes en toda la historia. Cum laude en fanatismo y suspenso, uno más, en conocimiento barcelonista.
Ridícula experiencia y de vergüenza ajena para el barcelonismo, protagonizada por alguien como la vicepresidenta Elena Fort que, con un historial insuperable de declaraciones tóxicas, vejatorias, insultantes, despóticas hacia los socios, embusteras y hasta de reconocimiento y encubrimiento de los malos modos machistas de su presidente, se atreve a acusar a los socios de falta de respeto y de pasarse de la raya por el simple hecho de expresar libremente su opinión.
Elena Fort ya es enteramente una mala copia de la tiranía de su presidente y una de las peores caras del laportismo. No les ha perdonado a los miembros de la grada de animación que un día gritaran «¡Barça Sí, Laporta No!». Todo se reduce a eso, al nerviosismo y la preocupación doble de perder ese modus vivendi actual que le permite el cargo directivo y, sobre todo, que se abran los cajones.
















