Han pasado más de dos meses de la presencia de Joan Laporta en la última reunión de la ECA (European Club Association), el 8 de octubre pasado, que dejó para el relato y a favor de los intereses de la imagen del presidente azulgrana su significativo abrazo con Nasser Al‑Khelaifi, presidente del PSG y de la patronal del futbol europeo, con un triple mensaje. El primero, que Laporta (y el Barça por elevación) había sido capaz negociar el armisticio entre la UEFA y A22 (Superliga) sobre la base de un nuevo formato de Champions inspirado los parámetros de Florentino Pérez, participada por 96 clubes repartidos en cuatro divisiones con ascensos y descensos internos, calendario más amplio, muchas más plazas para equipos de ligas medias y pequeñas, y la promesa de retransmisión gratuita en streaming para los aficionados.
El segundo, que el FC Barcelona, como remate triunfal a su hazaña pacificadora y tan meritoria, por haber ablandado a Alexander Ceferin y manejado la ira y la intransigencia de Florentino, volvía a la ECA en calidad de nuevo y destacado miembro del organismo, ahora reformado y renombrado a partir de esa cumbre de Roma como European Football Clubs (EFC), igualmente liderado por Al‑Khelaifi.
El tercer vector de esta jugada maestra y el más aplaudido de todos por el barcelonismo, el jaque mate de Laporta a Florentino Pérez, arrinconado definitivamente con su obsesión por la vieja Superliga y puesto en evidencia por la habilidad del presidente azulgrana para introducir en la Champions UEFA esos cambios drásticos y revolucionarios. Especialmente, el incremento a 96 clubs en 4 divisiones (en lugar de 36) y el streaming gratuito en sustitución tradicional formato de explotación de los derechos de TV como primera y gran fuente de ingresos.
El propio Laporta, al regreso de Roma de aquella cumbre, ratificó que el Barça «está en la línea» de alcanzar un acuerdo que permita que los clubes vinculados a la Superliga, incluido el Barça, regresen a las competiciones y estructuras de UEFA, y aseguró que el Barça «se siente muy cercano» tanto a la UEFA como a la EFC y que consideraba importante volver a ambos organismos para influir en las mejoras del fútbol europeo «desde dentro».
Laporta, como era previsible, no ha cumplido ninguna de sus promesas ni, lo más grave, se ha confirmado tampoco ninguna de las expectativas de esa revolución en la Champions que, por su parte, en la temporada 2023-24 ya había reformado la liguilla introduciendo un formato (modelo suizo) con una jornada más, una clasificación unificada y el éxito de hacer más atractivo y competido el acceso a los octavos como cabeza de serie.
La UEFA, que además ya había mejorado sustancialmente los ingresos de los clubs en una maniobra de la que salió reforzado Nasser Al‑Khelaifi, respondió a toda esa parafernalia laportista con dos contundentes actuaciones. Por un lado, la ratificación del formato actual de la Champions de 36 equipos para muchos años y, por otro, el 15 de octubre -una semana después de la pantomima laportista de Roma-, en colaboración con la EFC (ex-ECA) y la agencia Relevent Football Partners, abrió el proceso de licitación de los derechos de TV de las competiciones europeas, marcando una venta innovadora con paquetes multimercado en cinco países clave (España, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido).
Concluida la subasta el 18 de noviembre pasado, trascendió que, además de las ofertas habituales, la UEFA propuso reformas para atraer plataformas como Netflix o Amazon, separando un partido premium por jornada para venta internacional, mientras el resto se licitaba por mercados nacionales. Por ejemplo, ha trascendido la adjudicación a como Telefónica/Movistar en España por 1.464 millones hasta 2031 (anunciada el 19 de noviembre), así como a Paramount en el Reino Unido y a Canal+ en Francia, que a su vez pueden ofrecer paquetes a otros operadores, como parece que sucederá con DAZN, o puntualmente a medios en abierto, como ha ocurrido con RTVE en algunos momentos.
O sea, nada de las falsas y manipuladas observaciones de Laporta en Roma, solo una semana antes, en el sentido de que la UEFA, tras una serie de reuniones, había aceptado las sugerencias de la Unify (A22), que básicamente sigue siendo el engendro integrado por Real Madrid y Barça, Florentino y Laporta, sobre ampliación de clubs y emisiones en abierto por streaming. En cambio, si se ha registrado un alta masiva de clubs, próxima a los 800, en la EFC, donde sigue sin estar el Barça.
La razón principal es que Laporta no puede ni dará ese paso porque sigue fuertemente atado por Florentinocomo pagador de los gastos (4 millones por ahora) y una penalización de 300 millones contra el Barça si decide abandonar como el resto de los equipos europeos.
Le debe obediencia al presidente del Real Madrid, como se la ha prometido a Ceferin, el presidente de la UEFA, por la cuenta que le trae. De ahí esa doble cara de Laporta que, por más que se haga el valiente y parezca que sea compadre de Al‑Khelaifi, prometiendo que está muy cerca de regresar al grupo, no puede ni se atreve a desafiarle de verdad.
En los orígenes, siendo presidente del Barça Josep Maria Bartomeu, el acuerdo de apoyo a la Superliga se firmó sujeto a la aprobación de la asamblea. Como Laporta ya se ha cargado la asamblea y además se adhirió a la idea de Florentino incondicionalmente, anulando el trámite de ratificación de los socios en otra de sus torpes y fatales decisiones, ahora ha dejado al Barça varado en una ciénaga bajo el control madridista y él mismo ha quedado atrapado entre la UEFA, la EFC y el Madrid, haciendo de bufón de todos los que le mandan, Ceferin, Al‑Khelaifi y Florentino.










