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Impunidad asesina

Ya hace más de treinta años, Sarajevo vivía un terrible asedio donde la población civil era masacrada de forma cruel por francotiradores que disparaban desde los cerros que la rodean. Muchos fines de semana se mezclaban entre las milicias dirigidas por el criminal de guerra Radovan Karadzic algunos tiradores vestidos de forma extraña y equipados con armas que no tenían nada que ver con el equipamiento militar. En seguida se difundieron rumores que hablaban de un macabro turismo de safari para gente bienestante y aburrida que buscaba emociones fuertes como, por ejemplo, la subida de adrenalina que da asesinar a un inocente.

Era un rumor demasiado salvaje para ser creído, pero que resultó ser cierto. Cazadores de toda Europa y de Estados Unidos se encontraban los viernes en el aeropuerto de Trieste para coger un vuelo de la compañía Aviogenex hasta Belgrado. Allí les esperaba un autocar que les conducía hasta Pale, a solo 18 kilómetros de Sarajevo, desde donde iniciaban su aventura. Milicianos serbobosnios los conducían hasta lugares tiro desde los que disparar contra civiles. El precio de cada pieza oscilaba entre los 80.000 y los 100.000 euros actuales y dependía de las víctimas. Lo más cotizado era cazar a un niño -especialmente si era un bebé- seguido por las mujeres embarazadas y los militares. Matar a un abuelo era lo más asequible. El domingo por la tarde acababa la aventura de estos asesinos, que regresaban a su casa para retomar su vida al día siguiente como si hubieran vuelto de la playa o de unos días esquiando en la montaña.

El caso es que esta atrocidad se sabía. Los servicios secretos bosnios informaron de los hechos a la inteligencia italiana y, años más tarde, durante el juicio al Tribunal de La Haya por crímenes de guerra contra el expresidente serbio Slobodan Milosevic, un bombero norteamericano que trabajaba de voluntario en Sarajevo relataba haber visto en más de una ocasión a extranjeros vestidos con una mezcla de ropa civil y militar cargados de escopetas más propias para cazar jabalíes que para el combate urbano y que, además, no sabían cómo moverse entre los escombros.

Nadie hizo nada. Los servicios secretos italianos respondieron a sus colegas bosnios diciendo que habían acabado con los vuelos, pero nadie inició ninguna investigación sobre la identidad de estas personas que ocupaban sus fines de semana asesinando a inocentes y han tenido que pasar más de treinta años para que los medios de comunicación se hagan eco de ello. En Italia esto ha supuesto abrir con tres décadas de retraso una investigación que ha conducido a identificar a algunos de estos criminales, aunque de momento no se ha facilitado su identidad. Se sabe que también había tiradores provenientes de España, pero aquí enredados como estamos en nuestras cuitas cotidianas, en la eterna bronca que mantienen PSOE y PP a mayor gloria de Vox, la cosa se plantea como un tema casi interno de Italia, como la promoción de un libro escrito sobre por un periodista que quiere hacer dinerito explicando el horror. Ya se sabe que entre nuestros primos transalpinos hay gente rara, además de unos cuantos mafiosos que hacen negocio con cualquier cosa. Solo Sumar ha pedido, de momento sin mucho éxito, que se lleven a cabo acciones legales para averiguar si verdaderamente participaron ciudadanos españoles en una barbarie de esta magnitud.

Algunos medios han insinuado que los participantes en las cacerías humanas tenían vínculos con la extrema derecha. Resulta indiferente. Estos monstruos asesinos que supuran sadismo son, en realidad, ricos convencidos de que su fortuna les otorga la impunidad de sus actos y visto los años que han pasado hasta que sus atrocidades han salido a la luz pública, o la reticencia italiana a dar nombres de algunos de los participantes, incluso a procesar a estos criminales, a pesar de ser conocidos, o el hacerse el despistado español ante las peticiones de investigar los hechos, les está dando la razón. Son impunes porque tienen dinero y eso les otorga un poder que adoran ejercer y se permiten actuar como dioses capaces de decidir sobre el destino, la vida y la muerte de las personas que no tienen sus privilegios. Sobre gente que ven inferior, como una especie de subespecie a la que pueden tratar como si fueran bestias y convertir su sufrimiento en un divertimento. En un deporte que hay quien dice que hoy siguen practicando en lugares como Ucrania.

Alfredo Yabrán, un empresario argentino que vio cómo crecía exponencialmente su fortuna a la sombra de los gobiernos de Carlos Menem y Mauricio Macri, afirmaba que el verdadero poder era tener impunidad. Visto así, si los criminales que participaban en los safaris de Sarajevo han podido vivir sin miedo a sufrir las consecuencias de sus actos atroces durante tres décadas, no ha sido por estar protegidos por el poder, sino porque ellos son el poder.

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