Joan Laporta se ha vuelto previsible y hasta aburrido a la hora de aplicar su particular manual de populismo y de ejercer ese caciquismo cada vez menos refinado con el que preside y dirige el Barça. Incluidas las funestas consecuencias para el club de su personalidad totalitaria y de la incompetencia asociada a ese estilo de gobernanza que, como otro botón de muestra, el sábado último causó un colapso en el reparto de entradas.
Sobre la crisis de las entradas del Barça-Alavés, paradigmática y más que simbólica efeméride del Barça que cumplió ese mismo día 126 años bajo el caos, el despiporre y la frivolidad de la égida laportista, ha resultado que 48 horas después de lo ocurrido, una verdadera vergüenza con 7.800 socios afectados, el propio Joan Laporta admitía que «aún no sabemos lo que ha pasado». Se limitó a señalar a dos proveedores, T-Systems y SlashMobility, como responsables del fallo, a los que se ha exigido una explicación y las garantías de que «esto no vuelva a suceder».
El mismo cuento, un calco para ser exactos, de las lamentaciones y de la cantinela empleada en verano cuando colapsó la supuesta plataforma, propia e infalible, que iba a permitir ver en streaming los partidos de la pretemporada azulgrana, incluido el Gamper. De aquel anuncio y de la promesa de que el problema estaría solucionado para el segundo partido, nada de nada. Ha desaparecido para siempre Barça One -que iba a ser la bomba-, nunca más se supo de la renovada y modernizada plataforma -nonata ni bautizada- y hubo que redirigir las retransmisiones anunciadas al canal de YouTube como única solución sin que medio año más tarde el Barça haya sido capaz de generar su propio canal de streaming, a diferencia del resto de los clubs del mundo, grandes y menos grandes, que disponen de esa vía de comunicación con sus aficionados.
Más de la misma y chapucera gestión que domina la vida doméstica del Barça de Laporta, quien además no fue capaz de pedir disculpas a los socios, del mismo modo que la directiva mintió al asegurar que pidió a LaLiga retrasar el inicio del partido en el fragor del incidente, extremo negado categóricamente por la patronal en otro matiz lamentable y ruin, reflejo de la baja catadura moral y ética de quienes fueron legítimamente abucheados por una legión de socios muy cabreados. Horas antes del Barça-Atlético de Madrid, ante la imposibilidad de saber, o de reconocer, que el club fue fácilmente jaqueado en su punto neurálgico más sensible, el de las entradas de los socios, no hubo otra solución que recurrir al tradicional PDF y renegar de la localidad electrónica. Como para fiarse del escrutinio de los votos telemáticos de las asambleas de Laporta, otra de esas sombras en las que el presidente del Bareça necesita refugiarse.
El barcelonismo también está a la espera, por ejemplo, de que Barça Mobile haya conectado de algún modo útil y personalizado con los socios desde su explosivo lanzamiento hace meses, más allá de las pérdidas ocasionadas, superiores a los dos millones, que nadie sabe quién ha pagado ni cómo, derivados de la organización de un concierto en el Palau Sant Jordi. Otra mina de oro abandonada.
Como conclusión apresurada a este primer tramo de la temporada, el área audiovisual que sí generaba una cierta facturación y expectativas cuando fue, en su día, la actividad base y única de Barça Studios, ha degenerado en un pantanal de proyectos podridos y desatendidos que no van a ninguna parte aunque sigan generando gastos derivados del mantenimiento de estructuras y personal sin ningún sentido ni guion. En buena parte causado por la desastrosa decisión de Joan Laporta de colocar a Paloma Mikadze -hija de Manana Giorgadze, jefa de gabinete de presidencia como principal mérito- al frente de un engendro denominado Barça Media 360. Funesto invento que además de no generar la menor activación del negocio digital, que nació muerto, también ha lastrado hasta al fondo al área audiovisual.
No hace falta añadir, por explícito y notorio, que las decepciones encadenadas desde hace un año por las sucesivas frustradas reaperturas del Spotify han dejado un poso de malestar entre los socios que no ha compensado la alegría de retornar finalmente a Les Corts, menos ahora que miles de los afortunados no pudieron entrar a tiempo -centenares ni pudieron acceder- de ver entero el Barça-Alavés. La guinda no precisamente dulce al calvario vivido en cada partido de Montjuic durante más de dos años, siempre pendientes de que la directiva encontrara un asiento en alguna esquina una vez asignadas las mejores localidades a turistas y no socios dispuestos a rascarse el bolsillo.
Las pequeñas y grandes catástrofes sobrevenidas por la reconocida incapacidad directiva a la hora de gestionar están socavando la popularidad de Laporta de un modo bastante más efectivo que los despropósitos y la mediocridad de la oposición de cara a las elecciones.
El convenio con la República Democrática del Congo, las Barça Academy que el propio presidente promueve en las dictaduras postsoviéticas con amigotes en el top-10 de la Interpol, las empresas fantasmas como New Era Visionary Group y, más recientemente, permitir a una opaca sociedad de Samoa abiertamente dispuesta a delinquir con el escudo azulgrana son elementos que, de pronto, parecen sumarse y aumentar estos síntomas de recelo social susceptibles de castigar electoralmente a Laporta.
El presidente no contaba con un revés de esta magnitud, imprevisto, aunque mitigado por la victoria sobre el Alavés después de caer en Stamford Bridge en la Champions y, desde luego, por haber recuperado el liderato de la liga tras el empate del Madrid en Girona.
Sus propios analistas juzgan arriesgado y con preocupación el hecho de que el voto laportista en las próximas elecciones -hace unos días tan preclaro- pueda ser tan dependiente del marcador a estas alturas de un mandato que prometía tanto.

