Sólo la NBA Europa puede rescatarlo de su mediocridad y decadencia actual, causada por los recortes en el margen salarial, a cambio de exiliarse para siempre en el Sant Jordi tras segregarse del club como franquicia independiente.
La evidente precariedad económica del Barça de Laporta es el único origen y causante de la crisis desatada el pasado viernes en el Palau, donde la derrota ante el Real Madrid en la Euroliga provocó una mueca y gritos de dimisión, dirigidos contra el responsable de la sección, el directivo Josep Cubells, sentado en la lonja junto al presidente Joan Laporta, visiblemente incómodo, aunque de momento fuera de peligro de la legítima frustración y malestar de la gradería del Palau.
Es la situación que el primer equipo de fútbol habría vivido si no fuera porque la herencia de otra generación de oro de La Masia, fabricada durante la presidencia de Josep Maria Bartomeu, ha permitido juntar una plantilla altamente competitiva con jugadores a coste cero en el balance, pero con un valor de mercado superior a los 600 millones.
En el baloncesto, la reducción del presupuesto por culpa de la pésima dirección económica de Laporta y de la absurda realidad que a los jóvenes talentos de la casa se les lleva el baloncesto de EEUU, la imposibilidad de reforzar la plantilla, incluso de cambiar de entrenador, ha relegado al equipo azulgrana a un peldaño bastante por debajo del nivel acreditado a lo largo de las últimas décadas, cuando era capaz de competir con garantías por los grandes títulos.
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Naturalmente, a Laporta y a Cubells les ha faltado tiempo para intentar salir del mal paso fichando –de nuevo– con el dinero que no tienen y gastándose otro pico en echar fuera al entrenador –otro error del inefable Juan Carlos Navarro–, lo que supone restar aún más de ese margen salarial excedido, que ya se verá como se arregla a final de curso, con otro aval probablemente o más ventas de activos o patrimonio si es que a Laporta todavía le queda algo por hipotecar para seguir empobreciendo al club.
De fondo, sin embargo, lo que realmente planea la directiva de Laporta es cómo deshacerse del equipo de baloncesto sin provocar demasiado ruido mediático ni social gracias a la NBA, que planea arrancar una liga europea de aquí a un año o dos y le ha abierto de repente la posibilidad inesperada de una carambola perfecta. Por un lado, trasladar al equipo al Palau Sant Jordi para siempre y, por otro, franquiciarlo dentro del universo y de los parámetros de la NBA, de manera que desaparezca como sección profesional del FC Barcelona y deje de tener impacto económico, financiero y patrimonial en el balance, sobre todo a efectos de fair play de cara a LaLiga. Pasaría a ser, como las Barça Academy, un negocio que, poco o mucho, podría dejar algún beneficio.
La NBA ha aterrizado con las ideas tan claras y con una velocidad de ejecución que ha cogido por sorpresa la frágil estructura de la Euroliga. El mismo viernes pasado, el NBA hizo públicas las doce ciudades que tendrán equipos, Madrid y Barcelona entre ellas, aunque sin precisar qué equipos pueden entrar ni si existe la posibilidad de que haya más de un club por ciudad. Las otras sedes serán Roma, Múnich, Berlín, Manchester, Londres, París, Lyon, Atenas y Estambul .
Laporta y su junta ya se han dejado seducir por la propuesta, prefieren abrazar esta nueva competición al estilo americano, partiendo de cero, abandonar el modelo continental y estar bajo el paraguas de la primera liga del mundo, quién sabe si de aquí a un tiempo convertida en una NBA mundial.
De momento, si el Barça cambia de acera y ante la exigencia de jugar en un pabellón mínimo para 10.000 espectadores, Laporta sólo podría formar parte del núcleo duro de los ‘grandes’ trasladando su sede al Palau Sant Jordi, además de transformar radicalmente su modelo actual de asociación deportiva propiedad de los socios del FC Barcelona por el de un club, al igual que el resto, bajo una propiedad accionarial y sometida a las leyes mercantiles y financieras estrictamente marcadas por la NBA en cuanto al origen de los ingresos —limitados a abonados (no socios), taquilla, merchandising, patrocinios, publicidad y derechos de TV, siempre independientes de la gestión de la directiva— y de unos costes, de acuerdo con el modelo NBA, sujetos a un marco salarial definido, equilibrado, ordenado y controlado por un comisariado. Lo más significativo, a diferencia del baloncesto europeo, obliga a los jugadores a jugar donde los clubes quieran, sin importar el criterio del deportista, y a trabajar con una masa salarial sin palancas, ampliaciones de capital ni jeques rondando por los clubes, además de una regulación de los refuerzos de base como en los ‘drafts’.
Dar este salto dejaría el baloncesto azulgrana reducido a su cantera, si es que tuviera sentido mantenerla, y pospondría indefinidamente la necesidad de disponer de un pabellón propio. La misma dinámica de enrelarse en la NBA Europa pagando un alquiler por el Sant Jordi relativizaría esta urgencia a menos que el nuevo jefe americano de Laporta exigiera disponer de una instalación de su propiedad a corto plazo.
Este sería un supuesto poco probable, ya que Laporta tendría que acelerar la construcción de un nuevo Palacio en uno o dos años, escenario imposible sin recurrir a otro prestamista tipo Goldman Sachs que ya ha descartado esta inversión porque el plan de negocio asociado no es viable ni asegura la devolución, ni siquiera a muy largo plazo.
La propia NBA no ha dado pistas sobre los equipos que finalmente integrarán la primera edición. Solo ha confirmado que Barcelona y Madrid serán ciudades NBA. Por parte del Barça, la reacción conocida ha dejado entrever su entusiasmo por salir de la inercia decadente actual, igualmente rodeada del mismo secretismo que el Joventut de Badalona. Parece imponerse, al menos por ahora, la discreción y la máxima cautela porque lo que está en juego no es si uno de los dos, o ambos, podrán entrar en la nueva élite. La amenaza es el futuro incierto y poco esperanzador que le espera a quien se quede fuera. Parece evidente que si arranca la NBA Europa será la Euroliga la que pierda todo el interés y quizás incluso desaparezca como tal arrastrando a unos cuantos clubes a un final desangelado.
Una nueva era del baloncesto se abre al futuro del Barça que, sin duda, no implica fichar de hoy para mañana un refuerzo de garantías ahora —difícil— ni para levantar un nuevo Palau en cuestión de meses. Quizá ya es tarde para todo. Sólo la NBA puede salvar la sección, eso sí, a costa de segregarse como una SA. A Laporta, seguro, le hace gozo.











