El mundo vive uno de los periodos más convulsos desde la Segunda Guerra Mundial, con 59 conflictos armados activos según el Institute for Economics & Peace (2024-2025). A pesar de esta cifra, sólo unos pocos, como Gaza y Ucrania, dominan la atención mediática y política global por su gravedad y trascendencia geopolítica. El resto, decenas de guerras y crisis humanitarias, permanecen casi invisibles. Este desequilibrio informativo distorsiona nuestra percepción y perpetúa el sufrimiento de millones de personas en el olvido.
¿Por qué unos conflictos son visibles y otros no? Varios factores explican esta asimetría. Primero, el interés geopolítico es clave. Ucrania, con la implicación de Rusia, los Estados Unidos y la Unión Europea, es un escenario donde se dirimen equilibrios globales. Gaza, en el corazón del Oriente Medio, tiene repercusiones en las relaciones entre Occidente y el mundo árabe, además de una fuerte carga simbólica. Estos conflictos atraen la atención porque proyectan intereses de grandes potencias.
Segundo, los factores económicos tienen peso. Las guerras que afectan a recursos como el petróleo, el gas o rutas comerciales reciben más cobertura porque impactan en los mercados y la seguridad energética. Finalmente, hay un sesgo mediático estructural: los medios occidentales priorizan crisis «cercanas» cultural, geográfica o económicamente. Las guerras en África o Asia se perciben como lejanas y complejas, difíciles de explicar a una audiencia que las siente ajenas. Entre los conflictos silenciados, la guerra civil en Sudán (iniciada en 2023) es devastadora. El choque entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido ha dejado más de 150.000 muertos y millones de desplazados, especialmente en Darfur, donde el hambre crece por el escaso acceso a la ayuda humanitaria. A pesar de su magnitud, Sudán raramente aparece en los grandes medios.
En la República Democrática del Congo, la violencia por la explotación de recursos como el coltán o el oro perpetúa una guerra crónica. Más de seis millones de personas están desplazadas, y la violencia sexual es generalizada. En Myanmar, el régimen militar reprime con bombardeos la resistencia democrática. En el Yemen, la combinación de guerra, hambre y enfermedades ha creado una de las peores crisis humanitarias, con más de 20 millones de personas necesitando ayuda urgente. En el Sahel, países como Burkina Faso, Mali y Níger están atrapados en la violencia yihadista y la inestabilidad política. Estos conflictos comparten rasgos: complejidad de los actores, acceso difícil para periodistas y cooperantes, y falta de interés internacional. A menudo se percibe que «no tienen nada nuevo» para explicar, reduciendo su visibilidad.
El impacto ético de la invisibilidad
La ausencia de cobertura mediática tiene implicaciones éticas profundas. Invisibilizar un conflicto equivale a negarlo, y sin visibilidad, no hay presión internacional para actuar. Las imágenes impactantes y las narrativas claras movilizan a la opinión pública y a los gobiernos, pero cuando faltan, las víctimas quedan abandonadas en el silencio.
Hay que mantener la empatía hacia los conflictos conocidos y visibilizar a los olvidados. Los medios tienen una responsabilidad clave, pero el público también puede exigir una cobertura más equitativa. Las organizaciones humanitarias necesitan apoyo para operar en zonas de difícil acceso.
La tecnología y las redes sociales ofrecen oportunidades para amplificar voces locales, pero estas iniciativas quedan a menudo ahogadas por grandes narrativas. Ignorar estos conflictos perpetúa el sufrimiento y debilita la conciencia colectiva. El primer paso es atreverse a mirar: reconocer estas guerras olvidadas para entender sus causas, apoyar a las víctimas y presionar para conseguir soluciones. El silencio mediático y político es devastador, porque priva a las víctimas de la esperanza de ser vistas. Ampliar el foco, cuestionar sesgos y dar voz a quienes sufren es un deber ético y una necesidad urgente para un mundo más equitativo.
