Hace poco tuve el honor de participar en la mesa redonda organizada con motivo de la presentación de la nueva asociación Per Elles (Por Ellas) en Barcelona, en mi doble condición de investigadora en migraciones y educación, y de feminista. Esta nueva asociación surge de la indignación con las instituciones que miran hacia otro lado o niegan la discriminación que sufren muchas niñas y jóvenes de familias inmigrantes en su acceso a las actividades de ocio y a la sociabilidad, sobre todo desde la pandemia, que vulnera sus derechos fundamentales. Al acto no asistió ninguna persona responsable de políticas de igualdad ni de infancia de ningún partido a pesar de haber sido invitados, y ninguna representante de los diversos “feminismos queer” que siguen teniendo el apoyo del Ayuntamiento.
Además de Cristina Baldoví y Lluís Morales, educadores del barrio del Raval e impulsores de Per Elles, compartí mesa con personas muy comprometidas, con las que me unen experiencias profesionales y años de militancia y amistad. La periodista Mónica Bernabé, que fue corresponsal en Afganistán durante años; la escritora Najat El Hachmi, autora del ensayo imprescindible Siempre han hablado por nosotras (2019); la incansable abogada paquistaní Huma Jamshed, que ayuda a las jóvenes que huyen de las implacables garras del patriarcado, desde ACESOP (Asociación de Mujeres Pakistaníes del Raval); Esther Sánchez, la actual coordinadora de Valentes i Acompanyades, asociación afincada en Girona que lucha desde hace años contra los matrimonios forzados y todo lo que los rodea. Todas, sin excepción, personas progresistas luchando contra las desigualdades que afectan a las niñas y a las mujeres.
Tres décadas después de convertirnos en país receptor de migraciones y no solo de paso hacia otros lugares de Europa, ¿por qué sigue conociéndose tan poco la realidad vivida por las niñas, adolescentes y jóvenes de origen inmigrante? ¿Por qué es necesario que se constituya una asociación que se preocupe solo por ellas? ¿Por qué falla la administración?
Es lamentable reconocer que, como sucede en el resto de Europa, a pesar de la abundante investigación en migraciones que hay en Cataluña y en el Estado, el interés por las desigualdades que afectan específicamente a las niñas y las jóvenes de entornos inmigrantes, musulmanes y otros, ha sido muy escaso. Esto es altamente problemático porque es necesario conocer su realidad para entender en profundidad las situaciones que enfrentan estas niñas y jóvenes; un conocimiento que solo puede aportar la investigación social. Si no se conoce la realidad en su complejidad, las intervenciones políticas que pretendan remediar su situación pueden tener consecuencias imprevistas e incluso contraproducentes, siendo cómplices de la conculcación de sus derechos, como de hecho ya ha pasado.
¿A qué se debe esta falta de datos y estudios específicos sobre las niñas y jóvenes migrantes? Pues paradójicamente y en parte, el inequívoco compromiso antirracista de la investigación en migraciones ha soslayado cuestiones que pudieran abundar, convenientemente manipuladas, en el prejuicio contra los inmigrantes, por ejemplo, el control ejercido sobre las niñas y las mujeres. Como consecuencia, a pesar del esfuerzo por hacer oír las voces de las personas inmigrantes en la investigación, el silencio sobre las experiencias y las circunstancias de niñas y adolescentes hablando por sí mismas y de forma crítica, es clamoroso. En segundo lugar, se viene dando una clara supeditación de la perspectiva feminista a la perspectiva antirracista tanto en la academia como en la política, como si la primera no luchara también contra la discriminación y la exclusión, en este caso de las mujeres en cualquier circunstancia y contexto. Se han ocultado, así, las desigualdades sufridas por ellas, recogiendo sus voces críticas con el racismo de la sociedad mayoritaria, pero no con el machismo de sus familias y entornos, o bien poniendo el foco exclusivamente en lo que resulta innegociable para la sociedad receptora, como el uso del velo. Estas cuestiones no son menores, pero desvían el foco de sus condiciones y expectativas de vida.
Esta supeditación de la perspectiva feminista ha coincidido, además, con la práctica desaparición de lo poco que se había avanzado en la coeducación en el sistema educativo, sin mensajes ni acciones explícitas orientadas a educar para la igualdad. Por ejemplo, abordando explícitamente desde la escuela la extensión del control comunitario que ejercen otras alumnas y alumnos sobre el comportamiento de las chicas. Mientras, ha ganado terreno la simplificación conceptual fruto de la tergiversación de conceptos como el de interseccionalidad. A pesar de la suspicacia que levanta por sus malos usos, el concepto de interseccionalidad tal como fue acuñado por Kimberlé Crenshaw es muy útil para entender la complejidad de la opresión que se articula y refuerza en las mujeres a partir de otros factores además del sexo (la clase social, el origen, la edad, etc.). Pero las teorías posmodernas lo han convertido en una herramienta de división entre supuestas privilegiadas y oprimidas sin contexto ni historicidad, ocultando el sistema que nos condiciona a todas. El resultado es obvio: quién gana es el patriarcado neoliberal, porque esta simplificación contribuye a debilitar y dividir la lucha feminista compartida.
En definitiva, se investiga poco y a menudo se priorizan las historias consideradas de éxito que no interpelan a nadie y, peor aún, no se compara la situación de las niñas y jóvenes de origen inmigrante con la del resto de sus compañeras, lo que nos daría una medida sobre las desigualdades que experimentan. Ante este vacío de conocimiento, abundan quienes desde la administración tildan de alarmista la preocupación por la exclusión y reclusión de las niñas por parte de las y los profesionales que están trabajando en entornos como el barrio del Raval.
También desde el movimiento feminista existen dificultades para incidir políticamente en este sentido. Parece existir un acuerdo tácito para ignorar el discurso feminista. Me explico. En Feministas de Cataluña tenemos un lema: por una vida digna, libre y segura para todas las niñas y mujeres del mundo. Esto significa que nuestra principal preocupación es la desigualdad que sufrimos las mujeres y las niñas de todas partes y en todas partes, sin confusiones ni fronteras. Pero el debate entre diversidad cultural y derechos de las mujeres y las niñas está polarizado y se presenta como si sólo hubiera dos posiciones: o la extrema derecha o la izquierda posmoderna, ambas centradas en lo identitario (o supuestamente identitario) a través de lo visible, como el velo. Pues bien, hay una tercera posición, la feminista, que los medios contribuyen a ocultar en esta y en otras cuestiones. Veamos.
La posición antiinmigración de la extrema derecha dice que “no quiere ver velos” en su barrio, su escuela o su ciudad, arguyendo una supuesta defensa de “nuestra cultura” frente a “su cultura”, pero no le interesan las mujeres y las niñas bajo los velos. No muestra preocupación alguna por su exclusión de las actividades y de las relaciones sociales, lo que ha impulsado la creación de Per Elles. O bien que una parte importante de ellas no siga estudiando al terminar la ESO, como hemos mostrado en nuestra investigación, ni lo que les suceda después. De la misma forma que tampoco denuncia la sobrerrepresentación de la infancia de origen inmigrante en el vergonzoso 30% de pobreza infantil de nuestro país. Su posición contra la inmigración es meramente discursiva porque su objetivo es hacer aceptable la existencia de trabajadores pobres y su explotación, ignorando cualquier consideración relacionada con los derechos más elementales.
La izquierda posmoderna, por su parte, ha sustituido la igualdad por la diversidad y defiende lo que le parecen símbolos de lo diverso como si fueran evidencias de inclusión social. Hemos visto recientemente al alcalde de Blanes reunido con la “comunidad musulmana”, al parecer, compuesta exclusivamente por hombres, y agradeciendo a las mujeres, ya ausentes, que se hubieran encargado de traer la comida para todos ellos. O al primer ministro británico escenificando su apoyo a la comunidad musulmana ante los ataques racistas recibidos, flanqueado por dos adolescentes, una chica cubierta de pies a cabeza “mostrando modestia” y un chico vestido a la “moda occidental”. Perdida entre identidades, esta izquierda se alía, en este caso, con la extrema derecha islamista y presenta como resistencia cultural antirracista la exhibición del sometimiento de las mujeres.
En las antípodas de una y otra posición estamos las feministas. Exigimos todos los derechos para todas las mujeres, pero también que se apliquen todos los recursos disponibles para ejercerlos. Sin aceptar confrontaciones ni debates en los términos que quiere la extrema derecha, ni confusiones como las que inhiben a la izquierda posmoderna. Nuestra lucha es común y universal, contra el patriarcado y todas sus máscaras. Porque no va del pañuelo u otros marcadores, sino de la limitación vital y la conculcación de derechos que denunciamos junto a Per Elles.
Tenemos leyes y planes de igualdad en todos los niveles de la administración y en todos los ámbitos desde hace muchos años, y el mandato claro de educar para la igualdad, así como las y los profesionales para hacerlo real y efectivo. Solo hace falta hacer cumplir la ley, pero asistimos a una grave negligencia institucional hacia estas niñas y jóvenes.
Termino con un ejemplo de mi trabajo de campo: ¿por qué no hace nada la inspección educativa cuando una alumna brillante de 4º de ESO pide ser suspendida para poder disfrutar un año más de la libertad que supone para ella poder ir al instituto?
Dejémoslo claro una vez más: solo garantizando los derechos de todas las niñas y las mujeres se lucha de verdad contra el racismo y la desigualdad.






