Mientras el mundo se acelera doy vueltas como una peonza. Acabamos de alcanzar la segunda mitad de octubre. El mes me depara seguir por una especie de odisea inconsciente del Mediterráneo que marca parte de mi 2025.

El inicio de estas semanas me pilló en Bari, adonde fui sin saber bien qué encontrar, pero, justo antes de salir, remarqué un dato: pese a ser una localidad portuaria, algo hato sorprendente, sobre todo si atendemos a su ubicación.
El alcalde es del Partito Democratico, en general criticado al no manejar bien el marco nacional, pero, en cambio, sí se impone a nivel municipal, quizá por una mezcla, bastante omitida en nuestra casa, de cómo lo urbano puede juntar votos de los radical chic, los burgueses preocupados por las bellas banderas del siglo, y de los más necesitados.
Resulta curioso como ninguno de estos dos grupos suele pensar, cuando deposita la papeleta, en la capacidad de lo ciudadano para inventar y jugar con políticas distintas que apuesten de veras por las personas sin chafar sus existencias ni generar un clima agrio y de confrontación.
Por eso Lorenzo, un poco mi guía durante esos días, me explica cómo si hay inmigración, ignorada por la mayoría de la población porque muchos de los forasteros son albaneses que llegaron durante los años 90 entre todas las sacudidas históricas del momento, del final de la Guerra Fría al desmoronamiento de los Balcanes. Por aquel entonces, los habitantes de la bella Bari los acogieron y ellos, contentos, se esforzaron en aprender italiano, hasta, hoy en día, integrar la comunidad sin disensiones de ningún tipo.
Como nadie se plantea si son distintos pasan a ser iguales. Lo mismo me encontré el pasado julio en Marsella, desde las dinámicas francesas. El urbanismo de esta urbe milenaria invita a mezclar a todo el mundo dentro del meollo cerca sus legendarias aguas, localizándose en sus principales avenidas una bendita marcha extra, consistente en charlar donde el color de la piel carecía de importancia alguna.
En este punto el artículo es donde un lector crítico me diría que las estadísticas electorales muestran divisiones inexistentes en estos párrafos, así como otros meditarán en torno a la mala fama marsellesa, fomentada entre series y todo el despliegue audiovisual.
Muestro mis impresiones, las cotidianas, en general más válidas. Sea en el sur francés como en el italiano hay lugares marginales donde algunos malviven. Son desheredados entre su desidia, se amontan en estaciones o monumentos marginales, y la negativa a vincularse a la policromía, un factor poco comentado en España, donde cualquiera sabe cómo los locales no alternan mucho con los recién llegados, sean estos latinos, eslavos o africanos.
Este punto tampoco e nota en Niza, en la que transcurrí maravillosas horas. Un elemento a indicar es como no se veía, salvo por algún pañuelo colgado en el cuello de chicas adineradas, mucha matraca con la cuestión palestina, como si no fuera con ellos y el termómetro respirara otros vientos, en los que, nuevamente, el contraste étnico no constituía un problema, sin detectarse gente cabreada por temáticas aquí muy de moda, con la extrema derecha subiendo como la espuma.
Los críticos, que vuelven como un tobogán, ahora podrían argumentar la preparación francesa por un triunfo de Le Pen. Quién sabe. No obstante, chicas negras y árabes, jóvenes blancos y de otras latitudes conviven sin alteraciones. Espero que esto llegue a Catalunya con las generaciones que ahora estudian antes de la Universidad. En Niza no dudan, y además, qué cosas, potencian con orgullo su pasado, exhibiendo como nada es absoluto.
Lo pretérito es haber sido italiana hasta el siglo XIX. Cuando aterrizo me gusta empezar mis rutas en pizza Garibaldi, tomar un cruasán en una panadería en la que hablan la lengua de Dante, reír con los amos y luego ir por toda partes con la paz de gozar con la ausencia de discriminaciones por cuestiones de este cariz, omnipresentes en el Principado, pues, afirman, el catalán se halla en peligro, pero quizá no se ha reflexionado lo suficiente sobre cómo el Procés y la ausencia de políticas adecuadas lo perjudican sobremanera, no culpa de Colau, sino de toda la clase dirigente, así como de la tele pública, con una preocupante mirada hacia dentro donde en Catalunya no viven personas de otros países que rehacen su vida en nuestras fronteras.
Y estas no son ninguna tontería. Desde Niza puedo ir a tres países en menos de veinte minutos y hablar varias lenguas. Las locomotoras funcionan. En lo pequeño está lo grande, mientras en el Parlamento se llenan de grandilocuencias y no pisan la calle, no sea que se constipen, cuando su deber seria agotar suelas a base de conocer el país más allá del despacho.







