Me gusta mucho explicar al lector cómo los viajes me hacen percibir la irrelevancia de todo lo nuestro. El tema del artículo no va de eso, pero sí hay cierto parentesco desde sus protagonistas.
Como bien es sabido, Junts, esa banda antes denominada Convergència i Unió, ha decidido romper de forma unánime con el PSOE. Su líder, un personaje de ciencia ficción de la mala, ha expresado los motivos en uno de esos discursos de decir sin hacerlo, algo correcto y revelador de cómo Il gattopardo tiene mucha importancia en toda esta cuestión por aquello de cambiar todo para que nada cambie.
La excepción serían los presupuestos, a partir de los que podemos mencionar el tópico de hacer necesidad virtud, pues hay mecanismos para funcionar sin pasar por este ritual democrático, que Junts no quiere aprobar desde la retórica, otra esencia de todo este asunto.
Quien haya seguido desde hace años mis artículos habrá visto como servidor, mucho antes que Javier Cercas por aquello de mencionar un nombre conocido, ha dejado escrito por activa y por pasiva cómo Junts tiene un alto porcentaje de tics de extrema derecha. Los poseía ya durante el Procés entre un clasismo de base, al que añadieron un doble racismo, centrado en como cualquier nacionalismo presupone una superioridad de sus partidarios.
En el caso del partido con sede en el passatge Bofill de Barcelona, donde ocultan el logo como si fueran terroristas, el primer racismo tiene fijación barcelonesa, algo paradójico si se atiende a cómo ganaron las elecciones en la capital gracias a los votos de los barrios altos. Junts quiere papeletas en la Catalunya que excluye lo metropolitano, donde en muchas ciudades tiene un % irrisorio porque les ven el plumero.
El segundo componente racista está vinculado con cualquier factor que no sea catalán. Empezó con los españoles y se amplió con lo migratorio, como puede consultarse en la hemeroteca de no hace tanto, asimismo comprobándose el asentimiento del PSOE, así como el disgusto de sus aliados más a la izquierda, clarividentes para entender el radicalismo de los herederos de Pujol, a quien ahora Salvador Illa quisiera fuera del juicio de noviembre dada su avanzada edad.
Pero bien, sigamos. El problema de Junts durante todos estos años, desde que el Procés marginó a los líderes barceloneses para abrazar a los comarcales, es como durante esta década han evitado proclamarse de extrema derecha entre el miedo a perder votantes de su pasado convergente y la aceptación de como Turull, Rull, Nogueras flirtean con posturas cercanas al neofascismo, o quizá no lo hacen y, directamente, forman parte del mismo.
Este no confesar su transformación, muy bien expuesta por Laura Borràs, quien aún no ha ingresado en la cárcel, era una tontería hasta hace bien poco. De repente, las encuestas electorales han empezado a destacar como Aliança Catalana amenaza con un sorpasso a los ex convergentes y claro, a partir de aquí es bien fácil pensar en el PP y su síndrome de no seguir el paso a VOX. ¿A qué sí?
Junts, que cuando tenía otras siglas presumía de lograr hitos para Catalunya con su acción parlamentaria en Madrid, se ha quitado la máscara. Siempre vi a este partido como una especie de bestia inmortal, que jamás fenecía del todo en los comicios, pero si de verdad quieren ser irrelevantes, además de sinceros con lo que predican, lo tienen bien fácil: que hagan como Aliança Catalana y prescindan de presentarse en las legislativas españolas. Entonces pasarán de ser una banda a una secta. Los errores se pagan y ellos son insuperables a la hora de pegarse tiros en el pie mientras practican chantajes patéticos a plena luz del día.





