Lamentablemente, los días y las horas previas a la asamblea ordinaria del FC Barcelona han permitido aflorar lo peor del totalitarismo de Joan Laporta y de su sentido cada vez más franquista del poder, sin duda desarrollado por el mimetismo y el roce con su cuñado Alejandro Echevarría, el cabecilla de esa Gestapo que controla el club y su entorno desde su atalaya como primer ministro azulgrana del gobierno de Laporta. El cuñado lidera dos carteras propias, seguridad del club y la gestión interna del primer equipo. También tiene el superpoder de injerir en las decisiones de Hansi Flick si es necesario y de haber generado un peligroso estatus de condescendencia en relación con los pecadillos y excesos de Lamine Yamal, quien parece comportarse de forma más adolescente e inmadura cada día que suma a su mayoría de edad.
En lo que afecta al socio, la asamblea de este domingo será un compendio de las influencias de las dictaduras que más le atraen al presidente, sea congoleña, uzbeka o azerbaiyana. Desde el cierre el pasado 30 de junio al primer comunicado sobre las cuentas -por cierto, confuso, erróneo, desinformativo y manipulado- de hace apenas unos días, han transcurrido más de tres meses de más opacidad y secretismo que nunca. Todo el tiempo que Laporta ha necesitado para llevarse al huerto al auditor de turno, Crowe, palmando solo 90 millones más de pérdidas -de 400 millones posibles de las palancas-trampa- que, además, han sido escondidas en una reformulación vergonzosa en el resultado económico de la temporada anterior, la 2023-24.
La catarata de embustes que Laporta le tiene preparada este domingo a los socios, dentro de ese formato telemático expresamente diseñado para evitar y suprimir el menor indicio democrático, será de las que hacen historia, empezando por ese discurso de recuperación económica con el que necesita disimular un balance de mandato de 230 millones en rojo, superando hasta el efecto pandemia de un año con el estadio y el museo cerrados.
A los pocos asistentes, les pondrá delante el deslumbrante balance de títulos del curso pasado, el brillo de la esperanzadora nueva era que viene con Lamine Yamal -herencia de la Masia de Josep Maria Bartomeu que desde luego omitirá-, además de venderles como un éxito sin precedentes haber doblegado al Ayuntamiento para que la innminencia de la licencia de primera ocupación forme parte de las grandes conquistas de la directiva.
En cambio, omitirá que la única salida que a Laporta le queda para limpiar un legado económico funesto y destructivo, con 4.000 millones de deuda perfectamente consolidados y de impacto terrible hasta más allá de 2050, es vender BLM, como ya está previsto, a menos que ponga en el mercado -misión imposible- a Lamine Yamal. Al socio, Marc Ciria, que ha intentado elevar a la asamblea una propuesta social en contra de esta otra operación ruinosa para el FC Barcelona, le ha caído encima todo el peso de la estulticia y la tiranía -también la ineptitud- del área legal capitaneada por uno de los grandes forajidos del laportismo, Pere Lluís Mellado, el azote del Reus, entre otras liquidaciones a su cargo.
El pánico a quedarse sin esa baza final ha dominado esta reacción nerviosa de Laporta contra una maniobra indudablemente letal contra su plan personal de seguir enriqueciéndose en la misma proporción inversa, aunque no probadamente vinculante, que el Barça se acerca al colapso y la bancarrota. Al menos eso es lo que reflejan la tendencia de los precarios y famélicos estados financieros del club, mientras que Laporta, incapaz de aportar su parte del aval hace cuatro años para poder tomar posesión, ahora desenfunda avales con la misma facilidad y rapidez que el pistolero más rápido del oeste.
También esta asamblea ha sacado a relucir, con la minúscula y pobre excepción de Marc Ciria, lo peor de la inacción, el miedo y el postureo de la oposición. Si no ganase Laporta las elecciones de la primavera próxima, lo que viene parece más de lo mismo. Eso sí que son egos y no los del vestuario que ha denunciado Hansi Flick.