«El montañismo ha sido político desde sus orígenes»

Entrevista a Pablo Batalla Cueto

Bluesky
Pablo Batalla Cueto

Historiador, periodista y traductor. También montañero. Es autor de seis ensayos. Ha publicado, entre otros, Si cantara el gallo rojo y La virtud en la montaña. Ahora sale en las librerías La bandera en la cumbre. Memoria política del montañismo (Capitán Swing).

¿Por qué eso de la bandera en la cumbre?

La intención del libro es tratar de llenar un vacío de algo que me habría gustado leer y nunca tuve la ocasión de hacerlo: una historia política del alpinismo. Ha habido historias deportivas, románticas o generales, en las que podía aparecer algún comentario político, pero como una cuestión menor, añadida. En mi opinión, es lo contrario. El montañismo ha sido político desde sus orígenes. La bandera en la cumbre expresa un poco esto, en la medida en que es algo literal (se suele colocar una bandera al coronar una cumbre) y a veces también muy simbólica.

¿Hablas de la montaña como un escenario de libertad? ¿Universal, metafórico, local…?

Desde sus orígenes, el montañismo ha sido una vía de conciencia política, libertaria, emancipadora, para mucha gente. Pongo el ejemplo de mujeres que, al practicar el montañismo, descubrieron que no eran enfermizas, tal como pensaban, sino que, por el contrario, eran muy fuertes. Algo que después se solía traducir en una conciencia feminista. En más de una ocasión, la bandera sufragista fue plantada en la cumbre.

También, dices, ¿ha habido ejemplos de lo contrario, de opresión?

Hubo alpinismo nazi durante el nazismo. Y antes de su llegada al poder, hubo clubes de montaña alemanes y austríacos que introdujeron cláusulas, llamémoslas arias, en sus estatutos, para impedir que los judíos pudieran pertenecer a ellos. Se subían artificialmente los precios de los refugios para que los obreros no pudieran acceder… El totalitarismo también ha estado muy presente en la práctica del alpinismo. En este sentido, la montaña ha sido un espacio de conflicto político.

¿Cuándo y cómo aparece la afición, la llamada de la montaña, en Europa?

Se considera que la ascensión fundacional del montañismo moderno tuvo lugar en agosto de 1786, protagonizada por el guía Jacques Balmat y el doctor Michel Gabriel Paccard, cuando fueron los primeros en coronar el Mont Blanc. Fue una gesta difícil y peligrosa. Antes de eso, claro, se habían subido montañas. Los pastores lo habían hecho, pero no por ocio, disfrute deportivo, poético… A finales del siglo XIV, Petrarca ya había subido al monte Ventoux. Cuando al británico muerto en la montaña George Mallory le preguntaron por qué subía a las cumbres, respondió: “Porque están ahí…”.

¿Está el alpinismo muy ligado al romanticismo?

Cuando se va dejando el campo y van creciendo las ciudades, surge una nostalgia de la naturaleza, que también lleva a la gente a las montañas. Con objetivos utilitarios, políticos… Los británicos exploran las montañas de la India para ver qué recursos hay para explotar. Es algo muy vinculado al imperialismo, al colonialismo, de la época. También había propósitos militares. En cualquier caso, el montañismo sí que está vinculado al romanticismo. Forma parte del descubrimiento del paisaje, tal como lo entendemos ahora. La abuela de un amigo mío, de un pueblecito de Asturias, fue a los Picos de Europa y dijo: “Qué feo es esto”. Lo decía, claro, porque en esa masa de piedra no crecía hierba para poder pastar una vaca o tierra para plantar patatas. Su mirada estaba determinada por la utilidad.

Empiezas tu libro, aludiendo a un personaje de Thomas Mann, en La montaña mágica, que dice que todo es política, incluida la montaña…

En el contexto de un debate entre dos personajes de la novela, en el que uno le dice al otro que está politizando cosas que no hay que politizar, Settembrini, modelo de intelectual racionalista y humanista, le responde que todo es política. Con esto se trata de contextualizar el libro, cuestionando que las montañas sean solo espacios que sirven para evadirnos de los problemas y las cuitas del mundo. Pero, allí arriba, seguimos siendo personas marcadas por los conflictos de la ciudad.

Moisés recibió los mandamientos en el Sinaí, Jesucristo expuso su doctrina en el Sermón de la Montaña… ¿Simboliza esto que la montaña, por su altura, está más cerca de Dios?

Para todas las religiones, no solo las del Libro, las montañas han sido lugares sagrados, donde vivían los Dioses. Los de los griegos, en el Olimpo; las míticas divinidades del Himalaya… San Juan de la Cruz tiene un poema sobre la subida a una montaña, como metáfora de la subida hacia la Gracia. También el islam nació en la cueva de Hira, situada en el Jabal al-Nur (Montaña de la Luz). Cuando, en la modernidad, vemos la montaña como ese lugar idealizado, angelical, se lo debemos un poco a esta tradición. A principios del siglo pasado, el papa León XIII hace un llamamiento a poner cruces en las cimas de Italia, como una manera de recristianizar el paisaje. Hay santos alpinistas. Acaban de santificar a Giorgio Frassati, llamado «el alpinista de Dios». Ha habido papas alpinistas, como Juan Pablo II.

¿Por qué Inglaterra, donde no hay montañas altas, se erige desde sus orígenes como referente del alpinismo moderno?

Inglaterra es el primer país que hace la Revolución Industrial, y su afición montañera está muy vinculada a los Alpes. El Grand Tour, una especie de rito de paso por Europa para la aristocracia británica, solía incluir a los Alpes. Edward Whymper fue el primero que subió al Cervino, en 1865.

¿La tirada por la montaña constituye casi una señal de identidad de los nacionalismos?

Una de las ideologías más ligadas al montañismo es el nacionalismo. No es casual que el Club Alpino Francés naciera después de la guerra franco-prusiana. Francia atribuye su derrota a la división y plantea reforzar los lazos nacionales. ‘No somos ni de izquierdas, ni de derechas, solo franceses’, proclamaba el boletín del club. En España, Unamuno apela a reforzar el patriotismo aludiendo a la montaña. Los primeros en asociar nacionalismo y montañismo son los mendigoizales vascos, un movimiento promovido por el PNV, que llegó a tener 9.000 afiliados, a comienzos del siglo XX. En Cataluña, con el Modernismo, se crean lazos entre nacionalismo y montaña. También es muy interesante el vínculo del anarquismo de los años 20 y 30 con la montaña. En Madrid, Menéndez Pidal, Giner de los Ríos, Machado… también descubren la Sierra. La Institución Libre de Enseñanza lleva a los niños a Guadarrama. En este movimiento también participaron amantes de la montaña de otros países. Algunas de las cumbres más altas de los Picos de Europa, incluidos los 2.650 metros de Torre Cerredo, fueron coronados por primera vez por franceses.

Más allá de Europa, ¿el alpinismo adquiere, digámoslo así, características propias?

Rusia, Nueva Zelanda, China, Japón… La primera mujer que subió al Everest era japonesa. Fueron los chinos los últimos en conquistar un 8.000. Hubo un alpinismo soviético, que surgió con ánimo de diferenciarse del occidental: tiene que ser más colectivo, de propósito utilitario… Algunas montañas son bautizadas con nombres como «XX Congreso del Partido Comunista de Azerbaiyán».

¿Dónde se puede encontrar el último reducto virgen de la montaña, en un mundo tan colonizado y consumista como el actual?

Por ejemplo, en Bután. Un país muy montañoso que mantiene cerrado el acceso a los alpinistas extranjeros. Esto pasó con la conquista de los ochomiles, que se produjo en los años 60. Antes no pudo ser porque algunos países estaban cerrados. Estas decisiones, que son políticas, también marcan la historia del alpinismo. Y hoy en día sigue habiendo incluso sietemiles sin conquistar.

¿Qué se puede decir, por el contrario, de las masificaciones, como la que sufre el Everest?

Si quieres gastarte unos cuantos miles de dólares, no es difícil subir al Everest, sino todo lo contrario. Pagas a sherpas y a porteadores, compras oxígeno, que quizás falta en los hospitales de la zona, y ya está. Se hacen locuras como las ascensiones exprés, que, de domingo a domingo, te recogen en tu casa en Londres, ya aclimatado, te suben, te bajan, y a casa de nuevo. Esto parece incompatible con el espíritu de la montaña, pero existen los selfies, las redes sociales…

¿Se puede hablar con propiedad de un cierto perfil conservador en el montañismo?

Sí, también hay una parte de eso. La pulsión de algunas personas por huir de la ciudad y reencontrarse con lugares donde el tiempo parece haberse detenido. Hay tópicos, como el de la idílica Suiza, que tienen muy poco que ver con la realidad. Viajeros del siglo XIX describen una vida, como la del abuelo de Heidi, en la que no tenían nada para comer, padecían de bocio. Igual que los sherpas de Nepal, guiaban a la gente por la montaña.

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