Cataluña solo avanza y consigue los objetivos que se propone cuando los catalanes somos capaces de ponernos de acuerdo e ir a la una. Esta es la gran enseñanza que nos legó el presidente Josep Tarradellas, que demasiado a menudo olvidamos, y el espíritu fundacional de la Asamblea de Cataluña, que puso, en 1976, las bases del país que tenemos hoy: libertades democráticas y Estatuto de Autonomía.
Ahora mismo, Cataluña tiene una urgencia perentoria: difundir y extender el uso de nuestra lengua para poder garantizar su vitalidad y continuidad a las generaciones futuras, por los siglos de los siglos. Solo hay que abrir los oídos para darnos cuenta que el uso social del catalán está en regresión, tal como señalan las encuestas.
Esto no es culpa de nadie. Tenemos una nueva realidad demográfica, que ayuda de manera decisiva a revitalizar la economía, pero los recién llegados no se han acostumbrado todavía a asumir y a emplear la lengua catalana como vehicular, en especial en las grandes aglomeraciones urbanas del país.
La oleada migratoria que tenemos en Cataluña es parecida, por su magnitud e impacto, a la que se produjo en los años 60-70 del siglo pasado. Buena parte de aquella migración aceptó y adoptó la lengua catalana, por múltiples razones. Una de ellas es que nuestra lengua había sido represaliada durante la dictadura y su aprendizaje y uso era una manera de reivindicar y defender la democracia.
El desafortunado proceso independentista, que intentó dividir y enfrentar a la sociedad, ha sido el principal enemigo del proceso de normalización del catalán. Se ha acabado extendiendo la sensación entre la gente castellanohablante y la recién llegada que el catalán es cosa de los indepes y esto ha producido y produce un daño terrible. Despolitizar radicalmente la lengua es el primer paso imprescindible para conseguir el bien supremo: recuperar e impulsar el uso del catalán en el día a día de nuestros pueblos y ciudades.
Conseguir el reconocimiento de la oficialidad del catalán en la Unión Europea es importante, pero no es determinante. Con la aplicación intensiva de la Inteligencia Artificial, las pesadas tareas de traducción desaparecerán y esto facilita la incorporación del catalán, del vasco y del gallego en el engranaje de la burocracia europea.
El combate que tenemos es otro: familiarizar el catalán entre la migración y hacerlo atractivo. Los grandes instrumentos que se desplegaron en la década de los años ochenta para conseguirlo (inmersión lingüística en las escuelas, TV3 y Catalunya Ràdio, Consorcio de Normalización Lingüística…) hoy, en la era de la digitalización y de las redes sociales, son totalmente insuficientes.
Ante esta evidencia, el Gobierno de la Generalitat ha impulsado, con buen criterio, el ambicioso Plan Nacional por la Lengua (PNL), con el objetivo de incorporar 600.000 catalanoparlantes en el horizonte del 2030. Pero esta tarea, titánica e imprescindible, nace coja: ni Junts x Catalunya, ni la CUP, ni Aliança Catalana, ni el PP (con la loable excepción de Xavier García Albiol, alcalde de Badalona) ni Vox han querido apoyarlo en el Parlamento. Decepcionante e incomprensible.
Por supuesto, todavía están a tiempo de sumarse y espero que así lo hagan. Numerosas entidades empresariales, sindicales, municipales, sociales… ya se han adherido al PNL, pero el peligro es que todo quede en un puro formalismo para quedar bien y que las dinámicas que nos han llevado a este estado de alarma lingüística persistan, implacables.
O nos tomamos seriamente el PNL, que prevé una dotación presupuestaria anual de 200 millones de euros para hacer avanzar la normalización lingüística, o perderemos un combate decisivo para salvar la lengua que nos han legado nuestros padres. Es ahora o nunca. Y también por eso es fundamental aprobar los Presupuestos de la Generalitat para el 2026.
¿Cómo hacer comprender a los recién llegados que es importante aprender y emplear el catalán? No con imposiciones, que siempre generan rechazo. En Cataluña tenemos magníficos sociólogos, psicólogos, creativos publicitarios, comunicadores, prescriptores en las redes sociales… con capacidad para desplegar una formidable e inteligente estrategia que seduzca e invite a aprender y a hablar en catalán a quienes no lo hacen.
A la vez, los ayuntamientos, en colaboración con las entidades sociales y los sindicatos, tienen que poner a disposición de los recién llegados los instrumentos de proximidad, como aulas abiertas, para facilitarles el aprendizaje de nuestra lengua. En YouTube hay infinidad de cursos que enseñan los conceptos básicos para poder acceder al uso del catalán y sería bueno que las empresas invitaran a sus trabajadores a seguirlos.
Situados en 2025, primer cuarto del siglo XXI, la sociedad catalana afronta otro reto crucial: el avance del fascismo, disfrazado de trumpismo. Con la excusa de la emigración, esta oleada populista e identitaria que está sacudiendo a Occidente pretende secuestrar la democracia e imponernos un régimen autoritario, como vemos que pasa en Estados Unidos.
Del mismo modo que el catalán se convirtió en un baluarte y un símbolo contra la dictadura franquista, ahora también lo tiene que ser contra el nuevo totalitarismo que nos llega con el huésped de la Casa Blanca y sus aliados locales en la Unión Europea. En este mar de populismos facciosos que ahoga al Viejo Continente, Cataluña es una isla singular donde las ideas, los valores y los partidos progresistas son rotundamente hegemónicos y nos tenemos que sentir orgullosos de ello.
No hay ningún otro lugar en Europa como Cataluña, donde la izquierda gobierna en la gran mayoría de ciudades, la institución autónoma de autogobierno y las principales administraciones supramunicipales. Este «triángulo rojo» es un foco de resistencia activa contra el embate fascista y, a la vez, un referente en el cual tiene que reflejarse toda la izquierda democrática europea e internacional.
Con una particularidad: aquí tenemos nuestra lengua propia, la queremos y la defendemos. En los tiempos que corren, identificar el catalán como el idioma que representa los valores democráticos, fraternales y progresistas, frente al fascismo rampante acercaría su interés a los migrantes -chivo expiatorio de los movimientos identitarios de ultraderecha- que no lo hablan y que, de entrada, desconocen.
Este es el «clic» que hay que hacer. El catalán tiene que dejar de ser la lengua que identifica a los independentistas para convertirse en la lengua del antifascismo y del antirracismo. También es la manera de cerrar el paso a Aliança Catalana, que intenta apropiárselo para hacer bandera de su estrambótica y tóxica cruzada xenófoba y reaccionaria.







