Mientras hay vida, hay esperanza, dicen…

Y este artículo no es solo una opinión, es un grito. Un grito para todas las familias que empiezan el curso 2025-26 con el corazón encogido. Para quienes ven cómo su hijo se hunde en silencio, cómo cambia, cómo se vuelve sombra. También es para todas las víctimas, como yo, que hoy somos supervivientes y que hicimos la educación primaria en escuelas que no educan, sino que aplastan. Que hablan de valores mientras permiten el maltrato entre sus paredes.
Pero este grito también quiere recordar que sí existen escuelas que funcionan. Escuelas con menos recursos —paradójicamente casi siempre— pero con más humanidad. Las escuelas vitamina. Las escuelas que te pueden salvar la vida.
Hay que decirlo claro: la víctima nunca debería ser quien se va. Que eso siga ocurriendo es la prueba más cruel de que tenemos un sistema educativo fracasado. Un sistema que protege el silencio, el prestigio y la reputación institucional antes que a la infancia. Un sistema que permite que escuelas con casos graves de bullying, ciberacoso, abusos, pederastia o suicidios sigan abiertas, intactas, intocables, protegidas por fundaciones, intereses políticos o religiosos. Es la confirmación más clara de que ni la educación ni la justicia están dispuestas a poner solución. Es un sistema podridamente cómplice.
Este último curso, el 2024-2025, se han registrado 1.333 casos de bullying en Cataluña. Insisto: solo los registrados. Eso ya supone un 110% más que el curso anterior. Seis casos nuevos cada día. ¿Y la respuesta institucional? Prohibir móviles. Superficial. Una medida cosmética, como si el problema fuera una app y no el odio, la negligencia y la impunidad.
Y mientras tanto, los niños se rompen por dentro. Y tú, madre o padre, no puedes esperar. Si ves que tu hijo no está bien, sácalo. No es rendirse. Es protegerlo. Como activista educativo, odio tener que decir esto, pero un cambio de escuela a tiempo puede salvar una vida. Lucha, denuncia, habla con quien haga falta… pero si nada cambia, prioriza su felicidad y seguridad. Nadie debería sufrir para aprender. Y nadie ha venido al mundo para sobrevivir a la escuela.
Lo dice también la Convención sobre los Derechos del Niño: todos los niños y niñas tienen derecho a una educación digna, respetuosa y plena. Pero en este país, demasiadas veces, ese derecho se vulnera. Aquí se protege el sistema, no a la infancia.
Yo viví las dos caras. En primaria, el infierno: insultos, humillaciones, golpes, miedo. Y cosas aún peores que solo yo y aquella escuela sabemos. Y sí, tuve que irme. Porque este sistema rompe a las víctimas y protege a los culpables, a los agresores.
Después llegó la EMDN. Una escuela pequeña de barrio, con un patio que parecía una azotea comunitaria. Nada de grandes instalaciones, ni huertos urbanos, ni proyectos pedagógicos de catálogo. Pero por dentro… había paz, respeto, confianza. Y eso vale más que cualquier fotografía de revista.
El director, el Sr. Roig, Montserrat —mi tutora de 1º de ESO— o profesores como Rovira, Juanan, Irene o Ricard… me devolvieron la ilusión que nunca deberían haberme robado. Me cuidaron durante toda la etapa de ESO y Bachillerato. Me hicieron sentir que sí era capaz, que sí era uno más. Y allí, en aquel espacio pequeño, viví cosas grandes: hice amigos de verdad, recuperé la confianza, me reí, aprendí. Me gradué en Bachillerato.
Y por fin, hice un viaje de fin de curso a Berlín, riendo, compartiendo, sintiéndome parte de un grupo. Un recuerdo precioso… Qué contraste con aquellas colonias de primaria, donde solo quería desaparecer y esconderme por miedo a los monstruos.
No todo es imagen. No todo son recursos. No todo es el nombre del centro. En mi experiencia, una escuela de barrio, con una azotea por patio, me hizo feliz. Y una escuela de élite, con campos de básquet, fútbol, huertos, tecnología y vistas espectaculares, me destruyó la infancia.
El bullying no son “cosas de niños”. Es violencia. Es tortura emocional. Y no, no se supera del todo. Pero puedes aprender a convivir con ello. Puedes construir una nueva etapa. Yo fui feliz, por primera vez, en la ESO y el Bachillerato. Cuando me dejaron ser. Cuando sentí que valía la pena volver a vivir.
A ti, que estás leyendo esto: no te rindas. No es culpa tuya. Pero sí tienes el poder de dar el paso que el sistema no dará. Igual que hay profesores cómplices y escuelas criminales, también hay maestros que luchan y escuelas que abrazan. Escuelas que pueden devolverte la felicidad que nunca deberían haberte arrebatado.
Yo soy testigo. Y te juro que sí: es muy duro, pero se puede salir del túnel.Busca ayuda. No luches solo contra un sistema que ni siquiera te tiene en cuenta.Para ellos, solo eres un número más. Un niño más. Un “caso aislado” que, si denuncias, probablemente terminará archivado, como tantos otros, por lo que sea…







