Mientras Leo Messi aún no ha presumido demasiado de haber ganado ocho Balones de Oro, pues siempre ha preferido subrayar y destacar los títulos colectivos, con el Barça y con la selección Argentina, su presunto sucesor, Lamine Yamal, ya parece estar celebrando los que todavía no ha ganado. Una legítima y lógica ambición que nadie de su entorno ha sido capaz de reconducir en beneficio no solo de su imagen, sino, sobre todo, de esos trofeos y campeonatos que le esperan si su carrera sigue con su espectacular proyección.
Al menos hasta ahora, desde que hace más de un año dejó de vivir en la Masía para independizarse, su mayoría de edad legal no ha corrido al mismo ritmo que la futbolística. Seguramente, porque sus padres ya no ejercen una autoridad próxima y porque su tutor en la vida del fútbol, Jorge Mendes, como le pasa a Joan Laporta, le ríe todas las gracias -incluida la celebración de su 18º cumpleaños- desde la distancia y sin más interés que el derivado de las muchas ganancias que Lamine le puede proporcionar.
La prima de escándalo que se llevaría Mendes si Lamine gana el Balón de Oro 2025, con solo 18 años, explica en buena parte que el precoz delantero azulgrana haya alimentado esa voracidad por una distinción individual por la que parece competir con Osumane Dembélé, según todos los expertos.
Es evidente que tras la lesión del delantero francés del PSG, precisamente por acumular partidos en el verano con el Mundial de Clubs (que no ganó) y cargar con el peso de jugar con Francia las eliminatorias del Mundial 2026, el entorno de Lamine Yamal interpretó que todavía podía aspirar al trono de mejor futbolista del año.
Así se lo inculcaron, como lo de vestirse de gánster para su cumple y dejar que le organizaran la fiesta no quienes le quieren de verdad, sino los que pueden forrarse a su costa, en las horas previas de los dos últimos partidos de España en Bulgaria y Turquía, estimulando el gen competitivo propio de un chaval con apenas edad para conducir que se siente capaz de todo y de deslumbrar al mundo con su juego de piernas.
La guerra de quejas, lamentaciones, acusaciones y de tensión entre el Barça y la Federación Española de Fútbol después de que Lamine causara baja para el regreso a la Liga contra el Valencia, y seguramente en el estreno de la Champions en Newcastle este jueves, ha dejado entrever que por encima de todas las alarmas y protocolos que no se cumplieron por ambas partes, pues un fisioterapeuta que lo cuida en el Barça estuvo en la concentración para controlar y evitar riesgos y percances como el que se ha producido, prevaleció la voluntad del futbolista de jugar el máximo de tiempo posible con la finalidad de aprovecharlo de cara su brillo personal en el ámbito internacional.
La lección que Dembélé no aprendió, muy a pesar de los deseos de Luis Enrique, que intentó por todos medios impedir la participación de su mejor crack en las filas de Francia, tampoco es que Lamine y su círculo de influencia fueran capaces de asimilarla. Al contrario, tropezaron en la misma piedra.
El resultado, una sobrecarga en el pubis a la que, ahora sí, con cabeza, se aplicará el criterio correcto de no forzar para el debut en la Champions, recuperarse bien antes de volver en Liga y, desde luego, con la mirada puesta en el estreno en casa ante el PSG en menos de dos semanas.
Con motivos de sobra, Hansi Flick encajó la mala noticia con un evidente malestar y palabras de enfado y de crítica contra la actitud del seleccionador español por aplicarle analgésicos para que pudiera disputar el segundo partido.
Públicamente, Luis de la Fuente no le ha respondido, ni lo hará, para evitar una escalada de reproches, estériles por otra parte, si ha sido Lamine Yamal quien, en su inmadurez, ha forzado la máquina. Puede que, para evitar males mayores, De la Fuente opte por castigar a Lamine Yamal sin convocarlo para los dos próximos partidos en casa de España clasificatorios para el Mundial en octubre próximo.