La muerte de Víctor Terradellas, exresponsable de relaciones internacionales de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), ha dejado al independentismo huérfano de uno de sus principales protagonistas. El procés tal y como lo entendemos en la actualidad habría sido muy diferente si Víctor Terradellas no hubiera existido. Fue el comodín utilizado por los partidos y por los gobiernos de turno para remover medio mundo en busca de apoyos internacionales. Un derrame cerebral que sufrió el 28 de agosto le causó la muerte el 31 del mismo mes. Con él se ha ido una de las figuras más emblemáticas del procés.
Terradellas, desde muy joven, se implicó en acciones solidarias en países de Oriente Medio, Latinoamérica y los Balcanes; más tarde, estableció contactos con organizaciones norteamericanas y rusas para buscar grietas por las que contactar con los servicios secretos y atar sinergias que ayudaran a proclamar la independencia de Cataluña. Creó las ONG Igmar Acció Solidària y CatMón, que dirigió junto a su amigo Francesc de Dalmases y con las que obtuvieron centenares de miles de euros en subvenciones.
Por los movimientos de dinero a través de estas dos organizaciones, el juez Joaquín Aguirre les acusó a ambos de malversación de fondos públicos y de concesión irregular de ayudas por parte de la Diputación de Barcelona, de Presidencia de la Generalitat y de la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo (ACCD).
En su móvil le encontraron dos conversaciones, una con David Madí y la otra con Xavier Vendrell, en las que hablaba de contactos con los servicios secretos rusos y de las ofertas militares y económicas que, supuestamente, el Kremlin había hecho a los independentistas en apoyo de su causa. Estas conversaciones desencadenaron una investigación que culminó en octubre de 2020 con la detención de una veintena de independentistas de primera línea. Fue el golpe judicial más importante al independentismo, aunque luego todo quedó en nada al haberse aprobado la ley de amnistía, que exoneraba a todos los implicados en cualquier delito.
En petit comitè, Terradellas era un hombre afable, honesto con sus ideas y franco. Nunca escondió que su meta era la independencia de Cataluña y supo trasladar su bonhomía a todas las acciones de su vida, tanto privadas como públicas. Amigo de sus amigos, nunca dejó a nadie en la estacada, aunque a él lo abandonaron a la primera oportunidad. Cuando en 2020 se desató la operación Volhov desde el Juzgado de Instrucción número 1 de Barcelona, muchos de sus antiguos compañeros le dieron la espalda. Él ya se lo esperaba, aunque nunca protestó por ello. Es más: siguió trabajando, ya fuera del ámbito de Convergència, y en los últimos meses había puesto en marcha diferentes círculos políticos con vistas a diseñar un nuevo partido futuro o sumarse a alguna de las formaciones soberanistas emergentes y barrer del mapa a Junts y ERC.
Para llegar a esta situación, vivió en un auténtico Dragon Khan político. Subió arriba del todo y cayó en picado. Pero siempre actuó con la aquiescencia de la cúpula política convergente. Un auto judicial explica que CiU, desde el Gobierno, «le proporcionó una estructura organizativa, contactos, cobertura económica y apoyo, lo que le permitió desarrollar una política integral internacional de la que era acérrimo defensor, primero bajo la presidencia de Jordi Pujol y después, en una clara línea continuista, con Artur Mas y Carles Puigdemont, cuando llegó a desempeñar un papel de notable relevancia: su plan de internacionalizar el supuesto conflicto catalán».
Puedes leer el reportaje entero en la edición número 1633 de EL TRIANGLE