El viernes pasado por la tarde, a 48 horas del tercer partido de Liga y a tres días del cierre oficial del mercado, la directiva de Joan Laporta realizó un movimiento financiero de urgencia. Añadió 5 millones al anterior aval de 7 millones (para 12 millones en total) con la finalidad exclusiva de asegurar las inscripciones pendientes, pues ni con la cesión de Iñaki Peña y la rescisión de contrato de Oriol Romeu el Barça disponía de margen salarial suficiente para las licencias de Gerard Martín, Szczesny y Roony. Posiblemente, el peor y más triste día de la segunda presidencia de Laporta, tras haber liberado más de 40 millones de masa salarial a lo largo del verano.
La maniobra respondía, presuntamente y en primer lugar, al límite de la paciencia, de la comprensión y del cabreo supino de Hansi Flick, al que Laporta lleva engañando desde que acabó la exitosa Liga pasada con las mismas falsas promesas que al resto de los socios y de los aficionados. Antes de la rueda de prensa del sábado, previa a la tercera salida del equipo, a Vallecas, el riesgo de explosión mediática del técnico alemán era elevado si al amanecer de ese día no estaban inscritos, por lo menos, todos los futbolistas con los que lleva trabajando desde el arranque de la pretemporada. Hansi -o, mejor dicho, su irritable y justificado estado anímico- era uno de los problemas urgentes que aplacar.
Esa misma tarde, en paralelo, surgió la solución para casi todos los males con la venta imprevista de Fermín al Chelsea porque no solo permitía recuperar un elevado porcentaje del ahorro salarial gracias a alcanzar el estatus 1:1. También podía mejorar el balance del ejercicio y, sobre todo, revertir los avales entregados a cuenta y a tiempo de mantener, por lo menos, la plantilla de Hansi Flick, si el Chelsea estaba dispuesto a pagar los 90 millones que, según los medios servilmente laportistas, el Barça pedía por una de sus joyas del centro del campo más polivalentes y prometedoras.
Más allá de cómo se pudieran desarrollar los acontecimientos en las siguientes horas, entre ese viernes de avales -ya contra pagarés porque no había tiempo de formalizarlos vía bancaria ordinaria- y el final del mercado, el escenario era de una más que gráfica y evidente precariedad, sin precedentes incluso en la larga crónica del laportismo.
O sea, del «ya estamos operando en la regla 1:1» con la que Laporta mintió a los socios del Senat Blaugrana en junio, a la patética realidad de no tener otro recurso que avalar para encajar en el fair play financer las fichas menores de Marcus Rashford (cedido), Gerard Martín, Wojciech Szczesny y Roony Bardghji. Eso luego de haber podido inscribir a Joan Garcia solo con la lesión de Ter Stegen y de las maniobras inútiles de haber estirado los contratos de Koundé y de Iñaki Peña (migajas para hoy y hambre para mañana), además de la rescisión del de Oriol Romeu, todavía no explicada del todo, pues si es cierto que perdonó generosamente la ficha del año que tenía asegurado cobrar del Barça, cuando menos debió anunciarse su adiós al Barça con unas líneas de agradecimiento.
La única conclusión, dramática, es que el desfase de Laporta con respecto al fair play financiero para alcanzar la normalidad de la regla 1:1 puede estimarse en unos 70 millones, según algunas de las fuentes mejor informadas del consorcio mediático laportista, por su parte más pendientes de poder celebrar con júbilo, ovación y vuelta al ruedo del presidente la inscripción de Roony Bardghji, el último de la fila de este verano azulgrana, que de enfatizar esta realidad teñida de pobreza y marcada por una angustia financiera vergonzosa.
Una vez más el discurso del presidente y el relato de su prensa eran otro cuento chino moldeado chapuceramente con improvisación y embustes.
La mejor prueba es que, en la máxima desesperación de las horas finales, un futbolista tan prometedor como Fermín, insustituible para Hansi Flick, fue presionado por todas partes desde dentro del aparato laportista -excepto por el entrenador alemán- para que aceptase irse del Barça en un supremo acto de sacrificio (solo por las necesidades de la tesorería azulgrana) y en claro detrimento del potencial del primer equipo.
Si le salía bien la jugada, Laporta medio salva los muebles del fair play financiero, que no del ejercicio 2024-25, pues difícilmente el auditor le iba a permitir incluir la plusvalía en el haber de la cuenta de explotación del ejercicio cerrado a 30 de junio, y de paso hacía negocios con el Chelsea, el club sospechoso de haber realizado operaciones más o menos relacionadas con la empresa de representación de jugadores en la que se mueve uno de los hijos del presidente.
Con razón se vivirá la máxima tensión hasta el último minuto del final del mercado. En circunstancias normales, en un club serio y bien gestionado en todos los órdenes, deportivo y económico, ni siquiera hubiera trascendido la llamada del Chelsea con una respuesta rápida y contundente: Fermín no está en venta. Al contrario, Laporta ha jugado a que, sobre todo mediáticamente, el futbolista sienta que para la directiva solo es carne de cañón para los desastres financieros del presidente.











