La reciente crisis de incendios en España ha puesto en evidencia la falta de una política coherente, especialmente ante las condiciones ambientales derivadas del cambio climático, que aumentan los riesgos. La escasa política de prevención, la poca dedicación de recursos y la falta de coordinación institucional muestran la necesidad de un pacto de Estado frente al cambio climático, ubicando la gestión forestal como eje central.
Sin embargo, la polarización política dificulta alcanzar este pacto. La derecha desplaza la responsabilidad al gobierno central, mientras algunos aliados del gobierno imponen exigencias ajenas al problema real. Es esencial superar una visión limitada y abordar la prevención para evitar tragedias repetidas. Y asumir que todas las instituciones tienen responsabilidades. No es coartada pasar la pelota a otras instancias. La poca inversión preventiva y la precarización de ciertos servicios es evitable.
Lo que pasa con los incendios es que, en gran parte, refleja territorios vaciados, con menos ganaderos y agricultores, menor cuidado del monte y más viviendas en áreas forestales, creando combustible listo para arder con olas de calor y sequías.
Los datos son alarmantes: según EFFIS, se han quemado unas 400.000 ha en España, cifra récord, con un coste de unos 4.000 millones de euros este verano, contando los medios aéreos. En comparación, una buena gestión preventiva costaría entre 1.000 y 3.000 €/ha en un período de 3 años. Greenpeace ha establecido que una gestión proactiva podría representar unos mil millones año contando con todos los aspectos, desde limpieza, promoción económica, cuadrillas estables y formación. Además, la prevención permitiría gestionar recursos forestales como fuentes de carbono verde, válidas para una economía circular. La clave está en prevenir, no en lamentar.
Durante años se ha medido el éxito por lo que se apaga, en la llamada “trampa de la extinción”, cuando lo decisivo es impedir que el incendio ocurra. Hay que evitar atajos: mitos como que la recogida de biomasa resuelve problemas solo funcionan si se realiza localmente. Si implica transporte a largas distancias o talas de baja calidad, no es ni barata ni ecológica, sin considerar costes sociales y públicos de no actuar correctamente.
La solución pasa por recuperar el mosaico agroforestal: bosques cuidados, cultivos y pastos que interrumpan la continuidad forestal. El pastoreo es aliado eficaz y económico. Se debe apoyar a cooperativas y agrupaciones de propietarios con reglas claras, contratos sencillos y menos burocracia, que hoy desincentiva la gestión forestal. También hay que facilitar la cadena de valor de los recursos forestales, como pellets, madera para construcción y valorización energética, sin descuidar la interacción de estas planificaciones con la utilización del territorio para energías renovables y para producir alimentos
La prevención requiere tareas a tiempo: clareos, limpieza de márgenes, mantenimiento de caminos, quemas prescritas y uso local de residuos. Reforestar rápido y densamente en suelos degradados es sembrar futuros incendios; es mejor proteger el suelo y favorecer la regeneración natural.
Es urgente revisar el urbanismo en zonas de interfaz urbano-forestal con franjas de seguridad, materiales adecuados y planes de autoprotección efectivos. La tecnología (sensores, cámaras, mapas) ayuda, pero no reemplaza un modelo sistemático con cuadrillas estables, conocimiento del terreno y coordinación entre administraciones, el sector privado y asociaciones rurales.
Hace falta gobernanza compartida con ventanilla única para propietarios, compras públicas que creen mercado y un marco fiscal que premie al que cuida. La política energética debe conectarse con la forestal, considerando el sector forestal como pieza clave de una economía circular sostenible.
El clima agrava el problema, pero culpar solo al clima es una excusa para no hacer política territorial. Idealizar el “todo bosque” sin gestión convierte el monte en mecha lista para arder.
En definitiva, un pacto climático debe colocar la dimensión rural-forestal entre sus prioridades. Incendios habrá siempre, pero megaincendios que arrasen vidas y hogares no son inevitables. La diferencia la marcará una gestión estratégica, sostenible, preventiva e integral que contemple territorio y participación de todos los actores.
(Este artículo lo firma también Joan Ramon Morante)