En las turbulencias, la táctica de Joan Laporta y de su embustera oficial para los asuntos del Espai Barça, Elena Fort, es siempre la misma. Esconderse. Será tras otra victoria de Lamine Yamal, la única medicina que alivia al barcelonismo, cuando uno u otro salgan a dar por buena una narrativa peculiar sobre el acierto de haber maniobrado a tiempo de regresar a Montjuïc antes que a Les Corts.
Existen fundadas razones arquitectónicas, constructivas, logísticas y de seguridad, sobre todo que avalan, debido al retraso de Limak y la soberbia y fanfarronería del presidente, la decisión de seguir en el Lluís Companys al menos hasta febrero. Pero también influyó, y no es broma, que lloviera en Barcelona esta semana a tiempo de comprobar que jugar sin cubierta es algo a lo que la directiva no está dispuesta a afrontar.
La frivolidad y la improvisación dominan el estilo de gestión de la actual junta, cuya vicepresidenta institucional, sigue siendo pasto de un revival permanente y sistemático de sus tuits de cuando era oposición. En 2020, por ejemplo, decía: “En siete meses de mandato por delante no tienen (la directiva de Bartomeu) ninguna legitimidad para emprender ninguna reestructuración de la plantilla. No son nadie para hipotecar a la siguiente junta. Deberían abstenerse de grandes decisiones. Y que no toquen nada del Espai Barça. Es preciso dejar a la próxima junta la gestión del Espai Barça y evitar peligrosas decepciones”.
Es por este tipo de cosas y porque debe serle difícil -o no tanto- salir a explicar más trolas por la que tanto ella como el presidente no admitirán preguntas si han de dar la cara en los próximos días sobre este giro no tan inesperado de seguir en Montjuïc. O pactarán con algún medio amigo o hablarán para Barça One si son capaces de que funcione el streaming o directamente ya hablarán en la asamblea virtual y telemática donde no hay ni réplica ni libertad de expresión.