Los brutales incendios que están diezmando el oeste peninsular no conocen fronteras. Los media españoles focalizan todo el interés informativo en lo que pasa en Extremadura, Castilla y León y Galicia. Pero, a pocos kilómetros de aquí, en territorio de Portugal, pasa exactamente lo mismo e, incluso, hay incendios que afectan a la vez a los dos países.
Desde finales de julio, más de 40 fuegos están devastando grandes masas forestales de Portugal y, desde el inicio del 2025, se calcula que ha quedado destruido por las llamas el 2,35% del territorio del país vecino. No hay frontera más porosa que la que divide España y Portugal y, desgraciadamente, los incendios de estos días así nos lo demuestran.
No podemos hablar, por tanto, de la catástrofe que afecta a los bosques y pueblos de España y/o Portugal, sino de un pavoroso cataclismo ecológico que está arrasando una parte muy importante de Iberia. Esta zona coincide con la Raya, que son las comarcas situadas a ambos lados de la frontera, flageladas desde hace décadas por la soledad y el olvido.
La entrada de España y Portugal en la Unión Europea, en 1986, significó, “de facto”, la supresión de las barreras físicas y aduaneras entre ambos países. Pero, inopinadamente, 39 años después de la entrada en vigor del Tratado de Adhesión, persisten las fronteras mentales y prácticas. ¿Queréis un ejemplo más absurdo que, para ir de un país al otro, hay que avanzar o atrasar el reloj una hora?
Los incendios de este verano nos demuestran dos cosas: que la naturaleza no conoce fronteras y que tiene las mismas raíces y la misma savia en Portugal y en España; y que el “efecto frontera” -que se traduce en el abandono y la despoblación de las zonas limítrofes- continúa 39 años después de su desaparición formal, a pesar de las buenas palabras de los políticos democráticos de Madrid y de Lisboa.
El drama del fuego es común, pero a la hora de prevenirlo, de atacarlo y de extinguirlo, cada cual va por su lado. En el caso de España, el desbarajuste operativo entre el Gobierno central y las comunidades autónomas, que tienen transferidas las competencias de la lucha contra los incendios, ha sido una de las causas de su fulgurante expansión e ineficacia en su extinción.
La gran profesionalidad y especialización de los Bomberos de la Generalitat -conseguida después de décadas de graves siniestros forestales en Cataluña- lo han convertido en un cuerpo de referencia europeo. Lo hemos podido constatar con la extraordinaria diligencia mostrada en la liquidación de los dos peligrosos incendios que nos han afectado este verano, en la Segarra y en el Baix Ebre.
Contrasta el grado de excelencia y de medios de los bomberos catalanes con la precariedad de los recursos que dedican los gobiernos autonómicos de Extremadura, Castilla y León y Galicia a las tareas de extinción del fuego. Ha sido gracias a la intervención de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y a la llegada de convoyes de bomberos procedentes de otros lugares -con especial mención a la participación de los Bomberos de la Generalitat- que se ha podido contener y atacar esta feroz oleada de incendios.
En Portugal, el gobierno de Luis Montenegro ha recibido duras críticas por la lentitud y la falta de medios para hacer frente a este tsunami de fuego. ¿Por qué si el problema es común a ambos lados de la frontera no nos ponemos de acuerdo para resolverlo conjuntamente?
El año 2020, los gobiernos de España y Portugal aprobaron la Estrategia Común de Desarrollo Transfronterizo (ECDT), que preveía la revitalización económica y social de la zona de la Raya, que ahora ha quedado asolada por los incendios. Las buenas intenciones que contiene este documento han quedado en papel mojado, por la desidia de las autoridades políticas encargadas de su concreción.
Tenemos unas estructuras institucionales, las eurorregiones, que podrían actuar de paraguas común y de mecanismo de coordinación operativa en casos de emergencia como este. En concreto, la Eurorregión Norte de Portugal-Galicia y la Eurorregión EUROACE (Alentejo, Extremadura y Centro de Portugal) reúnen buena parte de los territorios, a ambos lados de la frontera, que han quedado calcinados estos días.
Pero estos organismos, que cuentan con la bendición y el impulso de Bruselas, están lejos de desplegar todas sus potencialidades competenciales. La península Ibérica es un espacio paradigmático para implementar las organizaciones eurorregionales, rompiendo las viejas y perniciosas dinámicas impuestas por la antigua frontera entre España y Portugal.
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el mundo está sometido a una terapia de choque. La Unión Europea se ha convertido en la víctima propiciatoria de las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos y de Rusia. La débil reacción de la presidenta Ursula von der Leyen y de su equipo envía inquietantes signos de desorientación y de resignación.
Sin embargo, hay un proyecto geopolítico y geoeconómico que puede actuar como revulsivo para revertir el europesimismo reinante: la Confederación Ibérica y la dimensión americana y africana que comporta. En el mundo hay más de 800 millones de personas que hablan español o portugués, dos lenguas hermanas, prácticamente idénticas y fácilmente intercomprensibles.
Los terribles incendios de estos días en España y Portugal también tienen que servir para “iluminar” esta realidad escondida que tenemos ante nuestras narices: las llamas no conocen de fronteras e Iberia es una contundente unidad geográfica, anacrónicamente y desgraciadamente descuartizada, que hay que reivindicar con más convicción que nunca. Hoy estamos unidos en la desgracia; ¿por qué no nos unimos para construir un futuro de esperanza?