Laporta consigue salvar a Limak de otro retraso histórico y ruinoso

Por el camino del tercer año en el exilio de Montjuïc, la prensa sigue mirando hacia otro lado y sin señalar ni a la constructora ni al presidente como responsables de un escándalo sin precedentes que abocará a Goldman Sachs a intervenir la tesorería del Barça

Joan Laporta, presidente del Barça

Todo indica que el Barça volverá al exilio de Montjuïc tan pronto como se pueda resolver, sea como sea, el primer partido de Liga programado contra el Valencia el 14 de septiembre. La decisión definitiva parece estar tomada, sobre todo después de que Albert Batlle, teniente de alcalde de Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, pusiera punto final al plan ilusionista de Laporta de iniciar la temporada oficial, ni que fuera parcialmente, en el Spotify Camp Nou. «Está bien —dijo— y es prudente que se empiece a pensar en alternativas, entre otros motivos porque no hay que tener prisas. No nos ponemos presión sobre los plazos y sí que tenemos que ponérsela a las condiciones sobre la apertura, con toda la seguridad del mundo. Probablemente —añadió—, el estadio Lluís Companys deberá usarse durante unos cuantos meses más«.

Fue la respuesta elegante y cuidadosa del Ayuntamiento al nuevo fracaso, estrepitoso y reiterado, de Joan Laporta de cumplir alguno de los plazos y de las promesas sobre la reapertura del estadio. El certificado de final de obra al que el consistorio dio como plazo límite de entrega el lunes pasado nunca llegó a presentarse porque ni reformulando casi fraudulentamente la Fase 1 de la obra -consistente en la terminación del subsuelo y de la Primera y Segunda Grada, reduciéndola en este caso a un pequeño sector de ambas, en la zona de Tribuna Principal y alrededores- la junta azulgrana fue capaz de completarla.

Nadie del Ayuntamiento quiso responder ni reaccionar como tocaría a la impresentable y descarada presión que Laporta ha estado poniendo desde hace meses, intentando señalar a la administración municipal como la única y directa culpable de la falta de los permisos necesarios para el retorno a Les Corts. Hace unos días salió la noticia de la petición oficial del FC Barcelona para alquilar Montjuïc, y el jueves fue un alto cargo del alcalde Jaume Collboni, el responsable de seguridad, quien salió a darle oficialidad -eso sí, amablemente- a otro desastre anunciado.

En la inspección de la semana anterior, prospectiva y autorizada desde el consistorio para intentar colaborar con el Barça para acelerar posteriormente el proceso de la Primera Ocupación, los expertos anotaron al menos 200 deficiencias imposibles de solucionar a tiempo para plantearse jugar en el estadio en solo tres semanas. Sólo faltó que un par de tormentas dejaran aún más en evidencia las goteras y filtraciones, que no desaparecerán hasta que se acabe la cubierta. El conflicto que viene, ya que su colocación requiere al menos cuatro meses, como mínimo, de paralización de la obra y del uso para acoger partidos.

Este escenario inminente de regreso a Montjuïc, donde deberá plantarse césped deprisa y corriendo y con el problema añadido del concierto previsto dos días antes, supone la enésima y lamentable catástrofe laportista en torno a la reforma del estadio en manos de Limak, la constructora que, según sus propias palabras y justificación, garantizaba cumplir los plazos y a un precio inferior que el resto de corporaciones que se presentaron.

Es, sin duda, una calamidad que empuja a la economía azulgrana a una precariedad financiera más aguda por los costes extras y la pérdida de ingresos prevista, además de la penalización que supondrá empezar a devolver el préstamo acordado con Goldman Sachs a partir de enero sin que las zonas VIP aporten los primeros beneficios de explotación.

Es una ruina, aunque no lo parezca, ya que los medios «amigos» como Mundo Deportivo, Sport y otros del conglomerado laportista no dejan de publicar diariamente imágenes e informaciones sobre los «avances espectaculares» de las obras, que sólo responden a que miles de operarios continúen trabajando —sólo faltaría—, pero en ningún caso a que el calendario constructivo se cumpla, ni mucho menos. Por el contrario, el retraso acumulado provocará seguramente un tercer año de exilio que iba a ser solo por una temporada, mientras que a estas alturas ya nadie puede garantizar la plena operatividad del estadio a partir del curso 2026-27, y eso que Laporta también justificó ir a Montjuïc para facilitar acelerar la ejecución de las obras.

Los mismos medios cómplices de haber engañado a sus lectores durante meses, dando cobertura al plan maligno de Laporta de intentar forzar los permisos municipales a través de este chantaje mediático, harían bien en admitir su ridículo y empezar a explicar las cosas tal y como son. Es decir, señalando a Limak por su incompetencia demostrada y poniéndola de una vez por todas en el foco principal de este desgarro made in Laporta.

En cambio, ni un titular sobre Limak, constructora que se ha preocupado desde el principio de ganarse la prensa por medios y canales desconocidos, del mismo modo que Laporta ha sabido esquivar el naufragio y poner a resguardo a quien es la única responsable del retraso y que, si fuera cierto lo que dijo el presidente, debería responder por su ineptitud con una indemnización —un millón por día de retraso, según Laporta— copiosa y millonaria.

Tampoco este anuncio presidencial se cumplirá: Limak saldrá del Camp Nou —algún día— tal y como entró, entre honores y bajo el palio de un presidente que, no hay duda, acabará siendo el héroe de este proyecto cuando esté terminado. Eso sí, con el Barça debiendo 4.000 millones hasta el año 2050 y con la tesorería gestionada por Goldman Sachs a partir de que Laporta ya no sea presidente. Su plan maestro avanza como él quería.

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