Esto del turismo es una actividad económica muy estrambótica. Consiste básicamente en extraer millones y millones de personas de su estado de confort habitual y transportarlas lejos, muy lejos (de ellas, casi cien millones hacia España, el segundo destino mundial después de Francia), a menudo con todo tipo de dificultades e incomodidades. Sin embargo, el turismo de masas es un caso de éxito, ya que supone algo más del 10% de PIB de todo el mundo (el 13% del estatal y el 12% del catalán). Resumiendo: sin turismo viviríamos económicamente peor, mucho peor.
Pero claro, no todo es la economía. Hay otros aspectos que hay que considerar y uno de los principales es en relación con la sostenibilidad. La actividad turística requiere una drástica transformación del espacio, es necesario convertir el medio ambiente natural (MAN) en medio ambiente turístico (MAT). Es decir, un espacio no modificado tiene poca capacidad de acoger turistas de sol y playa en masa: hay que situar hoteles, segundas residencias, parques de atracciones gigantescas, autopistas y aeropuertos para llegar, restaurantes, tiendas, todo tipo de trastos en la playa, puertos deportivos, desalinizadoras, depuradoras, molestias por saturación de algunos destinos (como parece que pasa en Barcelona), falta de personal para atender a tanta gente, etc. Todo ello, además de consumir suelo, produce ruidos, malos olores, contaminación atmosférica y, sobre todo, emisión de gases de efecto invernadero (GEI).
En función de las fuentes bibliográficas, hay varias cifras con relación a cuál es la contribución global del turismo a los GEI, pero se sitúan en torno al 10-12%, al mismo nivel que la contribución al PIB. ¿Es mucho o poco? Bien, si tenemos en cuenta que la industria del cemento y del hormigón supone un 7% de las emisiones globales y que la del acero es también un 7%, debemos concluir que el peso del turismo al cambio climático es bastante importante.
Con una segunda derivada: mientras la producción de cemento o de acero es independiente de la calidad del medio, el turismo requiere un entorno agradable y saludable, lo que a menudo es contradictorio con grandes masas de turistas concentradas en épocas muy concretas del año. Pero es más, los escenarios más probables del cambio climático en la zona litoral atentan directamente contra la actividad turística: pérdida de playas, olas de calor cada vez más intensas y prolongadas, fenómenos meteorológicos extremos, plagas asociadas a una meteorología diferente, etc. Es decir, los efectos del cambio climático alteran una actividad económica.
En un contexto de compromisos «buenistas» en el horizonte del año 2050, si de verdad se quieren reducir globalmente las emisiones de GEI hay que reflexionar muy seriamente sobre qué hacemos con el turismo, al menos con la modalidad llamada «sol y playa» que es, con mucho, la más practicada. ¿Puede el turismo crecer indefinidamente? ¿Cómo? ¿Debemos ir hacia el decrecimiento? ¿Cómo? ¿Debemos ir hacia un turismo de calidad, que con menor masa se aporte un PIB parecido? ¿Cómo? ¿Hay que conseguir un acuerdo de todos los estados porque no vale que unos sí y otros no? ¿Cómo? Son preguntas para as que no conozco ninguna respuesta consistente.
Desgraciadamente, tenemos ejemplos recientes de que cuando un engranaje de la economía patina, no se duda en sacrificar las políticas ambientales, como cuando se habla de prolongar la vida útil de las centrales nucleares o reabrir térmicas de carbón o hacer leyes para acelerar tramitaciones que se consideran demasiado exigentes. E incluso, nuevas necesidades bélicas (reales o supuestas) hacen que la Unión Europea haya eliminado el Programa LIFE de su borrador de nuevo presupuesto. Con estos antecedentes me cuesta mucho creer que se estará dispuesto a pensar e imponer si es necesario, un nuevo modelo turístico alineado con los objetivos de lucha contra el cambio climático, más allá de algunas medidas cosméticas como implantar tasas turísticas o limitar el número de cruceros.
Iremos creciendo desmesuradamente, midiendo el éxito equivocadamente al superar récords de visitantes y gasto per cápita año tras año, olvidando los impactos de un sector económico apreciado por la macroeconomía.