Habrá quien considere, una vez más, que la inscripción in extremis de un fichaje como el de Joan Garcia debe añadirse a las hazañas del presidente del Barça, Joan Laporta, porque finalmente ha encontrado la fórmula para superar todas esas adversidades y trabas que, entre LaLiga, el auditor y la UEFA, como si se tratara de una conspiración internacional, se habían interpuesto en el legítimo y objetivo final de reforzar y mejorar la plantilla de Hansi Flick.
Creerse este relato, admitirlo como el único correcto, ajustado a la realidad, y hasta celebrarlo, como profusamente hace la prensa laportista, es el tipo de mecanismo y de orden escénico del neobarcelonismo en el que Laporta se ha instalado para justificar este estado crónico de improvisación y de despiporre en el gobierno del club.
De tal dimensión que el miércoles pasado, una vez LaLiga le comunicó la validez del pronóstico de baja de larga duración de Ter Stegen -superior a cuatro meses- que Laporta no pudo inscribir al portero catalán por culpa de otro pufo imprevisto, el derivado de haber desatendido el seguimiento y el obligado cumplimiento del plan de tesorería que hace tres años hubo de aceptar el Barça impuesto por la patronal cuando se descubrió el pastel de Barça Studios y resultó ser humo toda aquella operación.
Desde entonces, cada céntimo del gasto en salarios deportivos de las secciones debe ajustarse a un presupuesto porcentual de los ingresos que, a diferencia del primer equipo, con sus excepciones, trucos y flexibilidad, no admite desvíos ni excesos. LaLiga le advirtió que la inscripción de Joan Garcia no podía hacerse efectiva porque, le recordó, el gasto límite de las secciones había sido superado y estaba en rojo de nada menos que de siete millones.
Con urgencia, con los directivos de vacaciones, el presidente hubo de convocar una junta extraordinaria para reparar esa otra fuga negligente de su administración, una más, a base de un aval personal de la junta, ya que LaLiga no permite a los clubs compensar este tipo de deficiencia con ingresos propios de la explotación del primer equipo.
El problema, paradójicamente, es la propia solución, tan insólita como delirante, pues es evidente que la junta de Laporta ha reducido considerablemente el gasto en las secciones deportivas, cuando menos comparativamente respecto a otras temporadas. Prueba de esta precariedad es la inquietante devastación sufrida en las últimas semanas por el Femení, que ahora mismo ha bajado a apenas 17 jugadoras inscritas, y que se ha visto inesperadamente envuelto en una espiral de bajas y traspasos como nunca antes había vivido la sección más exitosa del club de las últimas temporadas. Laporta, que siempre ha dado muestras indudables de su rechazo, pasotismo y despreocupación en general por las secciones, no le perdona haber perdido la última final de la Champions.
El apresurado aval para, por lo menos, desencallar la inscripción de Joan Garcia, reaviva esos demonios de su propia gestión. Tristemente, el único éxito tan aplaudido por el periodismo laportista ha sido la providencial lesión de Ter Stegen, el portero titular renovado por Laporta hace dos temporadas hasta 2028 y ahora puesto en el disparadero de salida del club porque su salario, que no es de ninguna herencia, sino el resultado de la nefasta planificación deportiva, ahora resulta que es un lastre.
Su renovación fue también ensalzada y festejada por la prensa laportista porque, en su momento, aunque Laporta le aumentó las condiciones económicas al estirar el contrato hasta 2028, el efecto perseguido por esa maniobra en la masa salarial de la temporada 2023-24 fue de una rebaja provisional para salir del paso.
Siempre es lo mismo. Cada solución de Laporta a su gestión alocada, caprichosa e imprudente, eso sí dejando un rastro de millones en comisiones que siempre acaban en el bolsillo de cualquiera de sus amigotes, lo que provoca es un desequilibrio posterior, provoca un problema superior y más peliagudo que el original, como ha sido el caso de Ter Stegen y de Ansu Fati.
A menos, claro está, que el auditor (blablablá) valide los asientos VIP de un estadio (blablabá) que debería reabrirse en un mes, que las cuentas le cuadren a Laporta (blablablá), que los pufos de Barça Studios y de Lockley Invest no corroan el resultado económico del ejercicio aún abierto, que el fair play azulgrana alcance por fin el estado 1:1 y que tantas otras pésimas decisiones anteriores no se sigan volviendo contra esa bonanza financiera de la que tanto presume Laporta y de la que realmente el Barça carece.
Por suerte para el Barça, a Laporta siempre le quedará la herencia de la Masia de Bartomeu, sobre la que recae hoy la esperanza de vida del club, eso sí, con permiso y bajo la intervención de la tesorería por parte de Goldman Sachs…, si es que Limak acaba el estadio algún día.