Hubo un momento en que el modelo de Cataluña, impulsado por Jordi Pujol, tenía que ser el Estado de Israel. Los estrechos vínculos económicos y de amistad de las familias Pujol y Tennenbaum escalaron al ámbito político y, de este modo, la influencia sionista fue muy potente durante los 23 años de su presidencia de la Generalitat.
Incluso dio cobertura financiera y mediática a un “think tank” de intelectuales y periodistas (Joan B. Culla, Pilar Rahola, Vicenç Villatoro, Marta Pesarrodona, Valentí Puig, Francesc-Marc Álvaro, David Madí…) que proclamaban, en catalán, las razones y las bondades del proyecto sionista. Jordi Pujol, cuando era presidente de la Generalitat, realizó tres viajes oficiales al Estado hebreo (1987, 1994 y 2003) y su “encargado” Artur Mas, otro en 2013.
La modernización de los Mossos d’Esquadra, de la mano de Miquel Sellarès, se hizo con el asesoramiento de especialistas israelíes en seguridad. La Generalitat pujolista también contrató servicios de contrainteligencia judíos para protegerse de la amenaza de injerencias externas.
Afortunadamente, este delirio de intentar hacer de Cataluña un segundo Estado hebreo -pero poblado con catalanes de religión católica, misa dominical y “tortell”- fracasó estrepitosamente con la caída del pujolismo y quedó barrido por el viento de la historia. Es más: Cataluña es uno de los lugares del mundo donde la causa palestina cuenta con más simpatías y adhesiones de la sociedad.
Desde que las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, en 1947, los sionistas no han parado de ocupar más y más territorios, a base de masacrar y de expulsar a la población local. Paradójicamente, desde hace décadas, la misma ONU que dio vida al Estado hebreo ha aprobado, por abrumadora mayoría, un montón de resoluciones que obligan a Israel a cesar su política expansionista y a devolver a los palestinos las tierras ocupadas.
En balde. Los Estados Unidos han convertido a Israel, “de facto”, en su 51º estado y ejercen su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para bloquear, de manera sistemática, todas las resoluciones que puedan perjudicar los intereses de los sionistas.
La brutal y desmesurada reacción de Benjamin Netanyahu al atentado y a la toma de rehenes de Hamás del 7 de octubre del 2023 ha tenido un efecto bumerán que ha provocado, como nunca, el rechazo de la comunidad internacional al genocidio que se está perpetrando, ante los ojos y el horror de todo el mundo, en la Franja de Gaza. El asesinato premeditado de seis periodistas ante el hospital de Al-Shifa, el pasado domingo, ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Benjamin Netanyahu ha justificado el asesinato de Anas al-Sharif afirmando que, en realidad, este respetado periodista de la cadena Al-Jazeera era un “terrorista de Hamás”. ¿Y Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher, Moamen Aliwa, Mohammed Noufal y Mohammed al-Khaldi, los otros periodistas muertos en este ataque de las FDI, también eran terroristas? ¿Un terrorista a cara descubierta, con un micrófono y ante una cámara, dónde se ha visto tal cosa? El primer ministro israelí ha dado un paso más en su aberración amoral, en su degeneración criminal.
En este largo y sanguinario conflicto que se arrastra desde 1947, las palabras son importantes y tienen que ser empleadas de manera precisa. No es lo mismo un semita, que un judío, que un israelí, que un sionista o que un ultraortodoxo. Hay muchos judíos e israelíes que están totalmente en contra de la barbarie genocida de Benjamin Netanyahu en la Franja de Gaza. También hay grupos de ultraortodoxos que denuncian la militarización de Israel y la “limpieza étnica” de los palestinos.
Las generalizaciones son erróneas y peligrosas y son utilizadas por los sionistas para confundir a la opinión pública. Hay que focalizar la ira en Benjamin Netanyahu y su partido Likud, que solo tiene 32 de los 120 escaños de la Knéset, pero que gobierna mediante precarios e inestables pactos con grupos minúsculos de extrema derecha. Benjamin Netanyahu ya fue primer ministro entre 1993-9 y ahora lo es, ininterrumpidamente, desde el 2005, a pesar de los numerosos casos de corrupción y las investigaciones judiciales que lo asedian.
Él y su gobierno -no los judíos y los israelíes, por antonomasia- son los responsables directos del exterminio de 60.000 gazatíes, de los cuales 18.000 niños, del hambre extrema e inhumana que provocan en la población recluida en la Franja y de la agresiva e impune expansión de los colonos en Cisjordania. Desgraciadamente, los nuevos aires que soplan en el mundo, desde el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, favorecen la pulsión genocida de Benjamin Netanyahu y abonan su plan de invadir militarmente la ciudad de Gaza.
En homenaje a los 238 periodistas que han sido asesinados por el ejército israelí en la Franja de Gaza desde el aciago 7 de octubre del 2023, hay que ser más objetivos y valientes que nunca y decir las cosas por su nombre. El mundo ha caído en manos de tres peligrosos criminales que amenazan gravemente a la humanidad por intereses absolutamente despreciables: Donald Trump, Benjamin Netanyahu y Vladímir Putin.
La respuesta tiene que ser clara y contundente: solidaridad consciente con las víctimas de esta agresión concertada -palestinos, ucranianos y todos nosotros- y ningún tipo de trato ni comercio con los gobiernos de los Estados Unidos, Israel y Rusia. Ante la magnitud de la tragedia colectiva que provocan estos jinetes del Apocalipsis, no hay ningún gobernante del mundo que les apoye (salvo Kim Jong-un, Aleksandr Lukashenko y Javier Milei): están solos y tienen que catar el profundo rechazo y desprecio de la comunidad internacional. A la vez, hay que promover y ayudar a la disidencia y a la oposición interna en estos países para provocar la caída de estos seres desgraciados y prepotentes, enemigos declarados de la condición humana.
Desde EL TRIANGLE hemos apoyado y nos hemos añadido a la manifestación de los profesionales de la información, convocada en la plaza de Sant Jaume este miércoles, para mostrar nuestra indignación y nuestra repulsa por el asesinato de 238 compañeros en la Franja de Gaza. No es corporativismo. Los periodistas podemos y debemos hacer mucho para contribuir a descabalgar y derrotar a estos jinetes del Apocalipsis.
¿Cómo? Pensando globalmente, actuando localmente: denunciando y confrontando a los grupos de extrema derecha -aquí, Vox y Aliança Catalana- que están alineados con las estrategias criminales de Donald Trump, Benjamin Netanyahu y Vladímir Putin y que repiten como loros, sirviéndose y abusando de las redes sociales, sus tóxicas mentiras y manipulaciones.
Nos quieren arrebatar las libertades y la democracia y los periodistas, como testigos y portavoces de los anhelos sociales y humanitarios, no lo permitiremos. Esto no es una “guerra cultural”, esto es un combate sin cuartel por la supervivencia y el progreso de la civilización.