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El mirador del odio y Amir

Ya no sé qué me sorprende más de lo que está pasando en Gaza, si el silencio cómplice de Europa, de los países árabes, del mundo, o el traspaso de todas las líneas rojas por parte de Israel. Cada día se suceden más imágenes, a cual más cruel; cada día se hacen más declaraciones, más llamamientos a la paz, a la solución de los dos estados, al cese de hostilidades, a supuestas “amenazas” de reconocimiento del estado palestino. Nada importa ya. El olvido se va instalando como una losa en nuestras conciencias, seguramente porque ya no podemos hacer nada, porque en nuestras mentes se va inoculando el virus de la impotencia. A pesar de todo, no dejemos de hablar de Gaza.

Es difícil escoger alguno de los numerosos capítulos de este genocidio retransmitido en directo. A la visión de la destrucción total de viviendas, hospitales, escuelas e infraestructuras, a la constatación de la muerte vagando entre los escombros junto con el hambre en las miradas de los gazatíes, se une un mirador donde se reúnen miles de judíos a celebrarlo. Me cuesta hasta escribirlo. Me duele desde las puntas de los dedos hasta el alma, esa alma que, según Josep Borrell, ha perdido definitivamente Europa. Aplausos, fiesta y jolgorio cada vez que un caza israelí bombardea a los famélicos palestinos que ya no saben dónde huir. Los entrevistan diversas cadenas de televisión y el vómito del odio y del mal es patente en sus miradas y en sus argumentos. En ese momento pienso en el rencor, en el ojo por ojo tan judío, en la necesidad de que, en algún momento de la historia, otra vez, les recuerde que todo dolor infringido sobre un pueblo por parte de otro se vuelve en su contra. Se lo merecen.

Europa, también España, lavan sus conciencias lanzando comida desde los aviones a los que Israel ha permitido volar por su espacio aéreo horas antes. Un acto de una indignidad y de una hipocresía terribles. Todo llega tarde, hasta el reconocimiento del Estado palestino, que ya no sirve para nada, que ya será únicamente una frase en los libros de historia. Una declaración completamente hueca de contenido encima de los cadáveres de hombres, mujeres y niños y de los miles de huérfanos, de mutilados, de gentes que nunca entenderán el desprecio y la indiferencia a la que han sido sometidos.

Los integrantes de ese movimiento de judíos asesinos no pudieron ver en directo la imagen de Amir, un chico palestino besando la mano de un exmiembro de las Boinas Verdes estadounidenses que le había ofrecido instantes antes un puñado de arroz y de lentejas. Ese gesto, esa imagen de agradecimiento, se truncó minutos después cuando militares del ejército sionista de Israel lo mataron de un disparo. No me cansaré de repetirlo porque es verdad, porque está documentado. Los militares tienen órdenes de disparar a la cabeza a niños y a adolescentes. Estos llegan a los hospitales con esas marcas que los matan o los dejan imposibilitados de por vida, si es que llegan al siguiente asalto de esta competición absurda para conseguir comida.

Amir no es solamente un nombre. Era un niño cuya única esperanza era comer algo después de haber caminado más de doce kilómetros. Era un ser humano que, con toda probabilidad, tenía sus anhelos y sus ilusiones: ayudar a su familia, estudiar, trabajar, viajar. No es Israel quien lo ha asesinado; tampoco lo son en exclusiva nuestros gobiernos, que juegan al despiste con declaraciones rimbombantes, mientras siguen comprando y vendiendo armamento a Israel. Todos tenemos una responsabilidad. La primera, no dejar de hablar de Gaza, explicar lo que está sucediendo a nuestros familiares, a nuestras amistades; la segunda, dejar de comprar productos que vengan de Israel o de países que apoyan el genocidio y de empresas que colaboren con esta limpieza étnica; la tercera, ayudar económicamente a las organizaciones que siguen trabajando sobre el terreno para paliar este desastre. Ni nos imaginamos la catástrofe humanitaria que se refleja en el día a día en los campos de refugiados. Todo, con la connivencia de Europa. El hambre como arma de guerra que Israel utiliza con el beneplácito de todo el mundo.

Amir y su beso en la mano de ese exmilitar van a quedar en mi mente para siempre; Amir y esos miles y miles de gazatíes que van muriendo poco a poco. Leer sus nombres y apellidos sin parar, como han hecho en Barcelona y en otras ciudades del mundo, no traerá la paz, pero muestra un sentimiento de humanidad que tenemos que seguir implementando. No olvidar es el primer paso para que esos asesinos sean juzgados y condenados algún día. Espero verlo.

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