Hace unos días iba caminando a desayunar a un bar cerca de casa y me detuve frente a un semáforo en rojo. A mi lado tenía un hombre que hacía footing. Un taxi se paró delante nuestro ocupando parte del paso de peatones y vi que el deportista estaba molesto. Cuando el semáforo se puso verde para nosotros, aquel hombre cruzó gritándole al taxista «¡podías aparcar un poco más adelante, capullo!».
Unos cuantos días antes, en el cruce que hay debajo de mi casa, un motorista casi se llevó por delante una chica que iba en bicicleta y que, como pasa muy a menudo, se había saltado su semáforo en rojo. «¡Hija de puta!», bramó el de la moto.
Lógicamente, las dos infracciones podrían haberse debatido sin necesidad de echa mano del insulto inmediatamente. El hombre que hacía footing se fue corriendo, el taxi dejó a su pasajero y se marchó y el motorista y la chica de la bicicleta siguieron sus caminos. La sangre no llegó al río. No siempre es así y el insulto es el paso previo a los puñetazos.
¿Por qué se utilizan los insultos con tanta facilidad?
En Cataluña, se ha normalizado gritar «puta España» en muchos conciertos y en las redes sociales. Humoristas y activistas de TV3 y Catalunya Ràdio han liderado y lideran esta campaña de normalización de este insulto. Que millones de catalanes se sientan ofendidos les da igual. «Es el sentimiento del pueblo», dicen.
En España se ha normalizado desde hace unos meses que, en los conciertos musicales, un grupo de jóvenes se arranque con gritos de «Pedro Sánchez, hijo de puta». En este caso, son los medios de la fachosfera los que hacen de herramienta de difusión. OK Diario, el periodismo basura que dirige Eduardo Inda, dice que es un clamor que recorre todo el país.
¿Cómo se puede detener esta dinámica? La solución no puede ser entrar en la rueda de los insultos cruzados. Gritar «puta independencia» en los conciertos o «Núñez Feijóo, hijo de puta», «Alejandro Abascal, hijo de puta» o «Isabel Díaz Ayuso, hija de puta» es la peor de las respuestas, aunque la presidenta de la Comunidad de Madrid haya sido la primera en insultar desde un asiento de invitados en el Congreso.
El ayuntamiento de Mont-roig del Camp ha denunciado por delito de odio al DJ Ruben Romero que actuó el día 26 de julio en la Fiesta Mayor de Sant Jaume en Miami Platja porque profirió insultos contra Pedro Sánchez y animó a los asistentes a añadirse a ellos.
Estas denuncias son imprescindibles pero hay que dar un paso más. Necesitamos eliminar los insultos de nuestro vocabulario habitual. Mientras paseamos, cuando cogemos la moto, cuando vamos a un concierto, cuando hacemos un programa de humor en la radio o la televisión o cuando participamos en un debate político. De la crispación no sale nada bueno. La razón no está del lado que insulta más o lo hace más alto.
Convencer, no vencer. De eso se trata. Las causas justas nunca se defienden y mucho menos se ganan insultando a los que no comparten nuestras ideas.
