Ecos del pasado

Bluesky

Este mes de agosto se cumplen 80 años de la capitulación del imperio japonés que conllevó el término de la II Guerra Mundial. La conclusión de un conflicto que asoló buena parte de Europa y del globo, un enfrentamiento que durante seis años se cobró la vida de cerca de sesenta millones de personas, según las estimaciones más conservadoras. Medio siglo de odios viscerales que dieron lugar a la matanza indiscriminada de todo tipo de minorías (gitanos, disidentes, homosexuales, entre otros), así como el exterminio del pueblo judío con hasta seis millones de muertos. La sangre derramada supuso el triunfo del rencor acumulado, a la vez que el desmoronamiento del progreso invocado durante siglos.

En tiempos en los cuales el gran temor subyace en los fanatismos religiosos, resulta cuanto menos curioso que las formas más crueles y destructivas proviniesen de la nación que nos dio a pensadores de la talla de Hegel o Kant, además de las bellas sinfonías de Beethoven.

Tras la catástrofe, el relato fue claro al enfatizar los logros alcanzados en el período postconflicto: El nacimiento de las Naciones Unidas, Bretton Woods, así como el establecimiento de los primeros cimientos de la Unión Europea. Parecía rehuir del sentimiento de culpa, acallar las voces de los civiles masacrados en Hiroshima y Nagasaki a través de las sucesivas proclamas que invocaban la inquebrantable cooperación internacional obtenida. Décadas después, Vietnam, la cumbre de las Azores, la guerra actual de Ucrania, muestran las carencias de un sistema incapaz de superar la dialéctica de estados, negado a trascender a los intereses monetarios y los choques étnico-culturales. La “Realpolitik” personificada por Kissinger y definida en El Príncipe de Maquiavelo, sigue siendo la piedra angular de la diplomacia mundial, también la razón del silencio ante las injusticias que asolan el pueblo saharaui y yemení.

Karl Marx en su obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte dijo que “la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa”. Quizás estemos condenados a repetir los pecados capitales que nos llevaron a una autodestrucción sin precedentes en el pasado, todo dentro de la sociedad del espectáculo que ejemplifica el siglo XXI. Solo así entendemos la chulería del presidente Trump al amenazar a sus socios con aranceles, con la misma frivolidad con la que decía “¡Estás despedido!” en el clásico programa de televisión de la NBC. Tal vez la farsa a la que hacía mención Marx sea la de reconocer a Palestina como estado por parte del gobierno español, siendo el país que más armas y municiones ha importado desde Israel entre febrero y mayo de este mismo año. Mientras, miles de palestinos sufren las tropelías de unas gentes convertidas de víctimas a verdugos.

Queda claro que las enseñanzas acerca de la II Guerra Mundial jamás fueron tales, tan solo un mero juicio moral a un ayer que se vislumbra de nuevo en el horizonte. De entre las cenizas de los conflictos bélicos que sacuden el mundo, Alemania anuncia un rearme sin parangón que le llevará a ser el mayor presupuesto militar de Europa; de la misma forma, Japón se pliega al extremismo nacionalista de la formación política Sanseito que tan calamitosos resultados les dio antaño.

Sin embargo, continuaremos asociando únicamente la gran guerra que sacudió la mitad del siglo pasado a los desvaríos de Hitler y otros tantos tiranos de la época, con una población percibida como meros títeres de la dictadura. No entenderemos qué los llevó a dar rienda suelta a esa crueldad sin miramientos, a ese odio fervoroso a la otredad, a esa desesperación que sin duda truncó la totalidad de sus vidas.

En paralelo, las frágiles democracias occidentales siguen cayendo como piezas de dominó ante la vorágine xenófoba que se abre paso, respuestas fáciles en tiempos de incertidumbre, proclamas sencillas que socorren el auxilio de una clase obrera ahogada por la precarización laboral y el aumento del precio de la vivienda. El radicalismo en pleno 2025 no es más que la derrota categórica de una izquierda obcecada en la batalla cultural y desprovista de cualquier ánimo por elevar las condiciones materiales de la población.

Es momento de aprender de la II Guerra Mundial. Solo a través de su estudio podremos evitar caer en los mismos errores.

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