En Barcelona no se habla jamás de política municipal. En más de una ocasión he comentado en estas mismas páginas como uno de los hitos más agradecidos del actual alcalde socialista es su poca presencia pública, más aún sus silencios, sensacionales a priori en contaste con la excesiva maquinaria de declaraciones en las anteriores legislaturas por parte de su antecesora en el cargo.

En realidad, ambos dirigentes, supuestamente de izquierdas, marcan personalidad con estos rasgos visibles para la opinión pública. En el caso de Ada Colau, su obsesión para hacerse ver la perjudica por exceso de proyección, mientras en lo relativo a Jaume Collboni se aprecia, al menos yo lo veo así, una muy buena asesoría en asuntos comunicativos, algo que lo beneficia, sobre todo por la pobreza de informaciones periodísticas relativas a Barcelona, preocupadas por cualquier cosa menos estudiar la ciudad y ejercer el legítimo derecho a crítica para formular propuestas hacia su mejora.
El mandatario se aprovecha de esto en grado sumo. De hecho, si lo piensan, es más que probable que pocos ciudadanos conozcan a los otros líderes del Consistorio, pues el ganador de las últimas elecciones y la hipercarismática lideresa ya no están, el primero contento por cumplir con su misión de echar del poder a un partido que el sistema no considera suyo, mientras la segunda no descarta volver, como si la esperaran, cuando perdió, entre otros motivos, per su escasa labor en los barrios, los que deberían haber sido su principal caladero de votos.
De este modo, Collboni es el único rostro reconocible para la mayoría para delicia de un futuro sin rivales fuertes en el horizonte, algo magnífico para este político sin ningún tipo de carisma y apoyado, pese a todas sus derrotas, por los suyos, bien contentos de ostentar el bastón de mando en la capital catalana, ponerse medallas por obras que impulsaron sus oponentes progresistas y ver el camino libre de obstáculos de cara a 2027, sin importar mucho si las medidas aplicadas son positivas.
Esto podría dar pie a cometer un error. Los socialistas catalanes no tienen necesidad de realizar simulacros de calves ahora que tienen un corazón muy digital como logo. Han renunciado a sus ideales y nos dicen que combaten contra la turistificación poniendo freno a los pisos que acogen a los visitantes, pero de mientras apuesten de manera bien decidida por la ampliación del Aeropuerto, que aumentara en veinticinco millones el número de pasajeros, una bestialidad a nivel de sostenibilidad, gentrificación y densidad, como si Barcelona no fuera una de las urbes europeas más destacadas en este sentido.
Mientras todo esto paso, y casi nadie alza el dedo, se maltrata el patrimonio de los barrios con toda impunidad y Collboni viaja por el Viejo Mundo, muy convencido de un liderazgo bastante ridículo que, no obstante, es sólido dada la situación de sus contrincantes, inexistentes.
El tema aeroportuario debería ser un balón de oxígeno para las horas bajas de los Comunes. Con toda probabilidad no lo cogerán ni tan siquiera al vuelo porque con sus seis escaños en el Parlament pintan más bien poco y otras formaciones pueden apoyar el sueño húmedo del PSC neoliberal y democristiano, el mismo que cuando muera Pujol no debería organizarle un funeral de Estado , el mismo que mercadea con la Cultura para satisfacer a los independentistas y la fuerza que, no lo neguemos, puede presumir de haber desactivado el Procés, una rémora del pasado a la que aún le tiene mucho miedo.
Pero eso, seamos sinceros, da igual en Barcelona, donde un hombre gris como sus trajes parece gozar un poder omnímodo más que indecente, factor propulsado por la incomparecencia de los demás.
Este análisis no es absoluto. Quedan dos años para los próximos comicios municipales y por ahora el premio se debe, asimismo, a la indiferencia ciudadana. En este sentido, los socialistas no pueden presumir demasiado. La gente no habla de política local, el sistema goza con este alcalde y todo parece ir sobre ruedas, pero deberían prestar atención, más allá de Cerdán y Ábalos, con la indiferencia, no vaya a ser que, de repente, tengan sustos inesperados.
Que la calle no comente nada de lo que ocurre es signo de personas hartas de sus representantes, desconectados del tejido social, sin medidas propias de sus supuestos ideales y descarados, de forma literal, a causa de este camino tan allanado, sin protestas ni quejas, anuladas en los medios y la vía pública tras tantos años de tensión. ¿Cambiará el escenario? Todo podría ser, sobre todo por cómo el panorama amenaza con más niebla de corrupción. Si de veras Collboni quiere ganar, no sólo mantener el poder, debería reflexionar sobre lo que supone el municipalismo de izquierdas, donde se trabaja para la ciudadanía, no sólo para los intereses privados que le roban el corazón en Queviures Múrria o en cimeras empresariales.