Una noticia aislada puede tener un determinado sentido, pero si se compara con otra diferente, el resultado puede ser como mínimo sorprendente. Al menos, yo he experimentado esa sensación. Al parecer y en relación con el turismo, Barcelona se está muriendo de éxito (que es una de las formas quizás menos desagradables de acabar) y que soporta un exceso de visitantes. Yo no conozco ningún estudio serio de la «capacidad de carga» que tiene Barcelona como destino turístico (estudios que sí se han hecho en parques naturales, como en el Parque Nacional de Aigüestortes y en el Estany de Sant Maurici o Montseny). Quizás sólo base de sensaciones está muy extendida la idea de que hay que reducir el número de turistas en Barcelona.

Por tanto, se pretende el decrecimiento de un sector económico, cuestión que a menudo se pone encima de la mesa sin que nadie conozca con exactitud cómo se puede abordar un cambio radical y voluntario de modelo. Yo solo conozco dos casos claros de decrecimiento, el que provocan las guerras (España tardaría diecisiete años en recuperar el nivel de prosperidad que tenía justo antes del golpe militar que provocó la Guerra Civil) y el que originó la Covid (la economía española se hundió un 11% en 2020). Esto del decrecimiento económico parece peligroso, al menos tan peligroso como que la prosperidad de la humanidad se mida en términos de PIB, que no puede crecer indefinidamente.
La primera de las noticias que quiero comentar es el protocolo firmado entre la Autoridad Portuaria de Barcelona y el ayuntamiento para poner límite al volumen de cruceristas (por tanto, un decrecimiento) que escalan en la capital catalana, con una reducción de las terminales dedicadas a este negocio: de las siete que operan actualmente a cinco a partir del año 2030. A su vez, se ha hecho pública la propuesta del Gobierno para la ampliación del aeropuerto de El Prat (por tanto, un crecimiento), pactada entre el Ministerio de Transportes, la Generalitat y AENA, que implica alargar la tercera pista del aeropuerto, la más próxima al mar, construir una terminal satélite y remodelar las terminales T1 y la T2.
Las dos noticias, una tras otra, me han parecido un tanto contradictorias y chafardero como soy, he buscado algunos datos. Y resulta que los cruceristas fueron 3,65 millones durante 2024, un 2,4% más que el ejercicio anterior. En el mismo año, el aeropuerto de Barcelona-El Prat tuvo alrededor de 40 millones de pasajeros internacionales, que en principio se podrían asociar a visitantes turísticos, aunque hasta llegar a los 55 millones totales, algún turista más se podría contabilizar ciertamente. Así de sencillo: por el aeropuerto entran diez veces más de potenciales turistas que por el puerto.
Y si alguien piensa que la manera de reducir el impacto negativo que el turismo provoca en la ciudad es limitar el número de entradas, por la aplicación de la sencilla regla de Pareto, parece que hay más que hacer donde la masa de visitantes es mayor. Si se pretenden políticas reduccionistas, tendría más sentido empezar por el aeropuerto. Es un análisis muy simple de la problemática, ya que el turismo también viene por carretera y por tren (más que nunca) y parece que queremos ampliar estaciones; a la vez si se pretende un turismo de calidad, habría que analizar qué relación tiene todo con el precio del billete.
No entiendo como si lo que se quiere es limitar la masificación en la ciudad, se pueda estar contento por la reducción del número de cruceros y a la vez exultante por la ampliación de la cantidad de aviones (y de trenes). Parece contradictorio y falto de toda lógica que las dos políticas puedan ser acertadas a la vez. Además, los impactos ambientales (es necesario siempre evaluar el coste ecosistémico de los proyectos) son inexistentes en el caso de los cruceros, ya que la actividad se desarrolla en unos muelles de una zona ya degradada mientras que en el caso del aeropuerto, hay que ocupar un espacio de la Red Natura 2000. Y si al final se consigue poner con calzador una tercera pista, se debería valorar dónde se situará la cuarta (si Barcelona quiere tener un aeropuerto a la altura de Madrid o París).
Muy seguro que es mi ignorancia la que ha hecho que considere contradictorio reducir los barcos y aumentar los aviones a la vez si el objetivo es evitar la masificación de los turistas en Barcelona (sin que nadie haya decidido cuál es el umbral de sobrecarga). Si es así, me disculpo… aunque también podría ser la falta de una visión global y coherente de la problemática.










