El viernes se cumplieron 89 años del golpe de Estado militar contra la democracia española dirigido por el general Francisco Franco. Se interrumpió la evolución democrática del país y una terrible guerra civil acabó decantándose a favor de los golpistas. Los ‘míos’ resistieron todo lo que pudieron. Se popularizó el clamor de ‘No pasarán’ entre los demócratas republicanos, pero Europa nos dejó tirados, igual que ahora ha abandonado a Palestina, y, desgraciadamente, pasaron y tuvimos que aguantar una dictadura infame durante casi cuarenta años.
Ahora, herederos de aquella ideología se sienten fuertes y campan por el país cantando alabanzas del dictador y el régimen que impuso. Cada vez disimulan menos y no faltan los dirigentes de la derecha supuestamente moderada que lavan la cara de ese periodo oscuro. «A la larga, la dictadura fue mejor que la Segunda República», ha osado decir Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, en representación del Partido Popular.
Los historiadores nos reclaman que no utilicemos gratuitamente el término «fascista» para referirnos a los comportamientos y mensajes de VOX y los grupos que lo rodean y apoyan. Pues hablemos de «ultras», «racistas», «supremacistas», «difusores de odio», «trumpistas»… Sea como sea que los llamemos tenemos que pararlos, no pueden pasar.
La derecha española cuenta con VOX para hacerse con las cuotas de poder que puedan caer en sus manos. Vuelvo a Jorge Drexler y su alusión a que «el odio es el lazarillo de los cobardes» y que «amar es cosa de valientes».
La extrema derecha rasca en la parte oscura de los ciudadanos para arrancarles votos a cambio de satisfacer su recelo al impacto que en sus condiciones de vida pueda tener la llegada de muchos inmigrantes. A nadie se le esconde que el aumento de la población de una ciudad, una comunidad o un país, en base a la llegada de muchos migrantes, genera tensiones y nuevas formas de convivencia. Estas tensiones pueden afrontarse promoviendo el odio y el rechazo o la fraternidad y la comprensión.
Desgraciadamente, la música que difunden muchos medios de comunicación y especialmente las redes sociales clama por etiquetar negativamente al conjunto de la inmigración. El combate por la supremacía del mensaje parece perdido por quienes defendemos la necesidad de resaltar la parte positiva de las de las personas y de la inmigración.
Tenemos que bombardear la población no con las bombas que nos lanzaba Franco sino con la idea de que hay que dejar de dividir a los 48 millones de españoles o a los 8 millones de catalanes entre los que son de aquí y los que han venido de fuera. De entrada, parece que fomentar el odio hacia los inmigrantes da votos. El amor y la fraternidad no se imponen siempre. Por eso es de valientes apostar por ellos.
Más pronto o más tarde emergerá la parte buena de los seres humanos y enviará a los promotores del odio a la papelera de la historia.
No pasarán. Esperemos que esta vez sea la buena.







