En los últimos años, tristemente, la antipolítica ha ido ganando cada vez más terreno en la conversación pública. Frases como «todos son iguales» o «no vale la pena votar porque todos los políticos son unos aprovechados» han ido, progresivamente, calando en diferentes segmentos de población. Es evidente que ha habido dirigentes y formaciones que han sido cruciales, de un modo u otro, para el auge de estas narrativas. Sin embargo, vale la pena recordar que hay responsables públicos, tanto de opciones progresistas como conservadoras, que llevan a cabo cada día sus tareas con la voluntad de servir a sus vecinos y a sus vecinas. Responsables públicos que, desde la fidelidad a unos valores y a unos principios, se presentan a unas elecciones porque quieren contribuir a mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos y de sus conciudadanas.
Este era el caso de Joan Callau (Santa Coloma de Queralt, 1959), alcalde de Sant Adrià de Besòs entre 2013 y 2021, que nos ha dejado hoy. Era una de las figuras políticas que me venían a la cabeza cuando oía a personas de mi entorno enarbolar discursos contrarios a la política democrática. Siempre pensaba: «Qué lástima que no conozcan a Joan».
Nos conocimos a mediados del año 2021. Él ya no era alcalde de Sant Adrià de Besòs, pero mantenía intacta su vocación por la política y por el servicio público. Poco a poco fuimos trabando una relación de amistad que ha durado hasta el día hoy. Imagino que nos ha unido compartir un mismo anhelo de modelo de sociedad así como la pasión por los libros.
Uno de los rasgos característicos que mejor lo definían era el uso que hacía de las redes sociales. En un momento en que lo que predomina es la exaltación del yo, Joan, en cambio, aprovechaba espacios como X o Facebook para recomendar lecturas o para compartir artículos de prensa que le parecían interesantes. Pocas horas después de que se haya hecho público su traspaso, algunos usuarios de las redes sociales han remarcado que echarán en falta sus recomendaciones diarias. Yo también. Quizás, y sólo es una idea, una buena forma de recordarlo será manteniendo esta tradición.
Otra de las características que mejor lo definían (y que más pude admirar de él) fue su combate contra la indiferencia. Joan, en este sentido, no fue una persona que se pusiera nunca de perfil. En un contexto de liquidez, él representaba la solidez de las convicciones y de los valores. Unas convicciones y unos valores que contribuyeron a mantener vivo el proyecto socialista en Cataluña en los peores momentos del proceso independentista.
Se sentía un ciudadano del mundo al que le preocupaba lo que pasaba en Sant Adrià, su ciudad, pero también lo que ocurría en Ucrania, Gaza o en determinadas franjas geográficas de África. Por este motivo, utilizaba también las redes sociales para denunciar continuamente las decisiones que tomaban autócratas como Putin, Netanyahu o Trump. Su fuerte empatía venía de un humanismo que hacía que le angustiara el sufrimiento que sentían las personas que sufrían injusticias o las que tenían menos oportunidades. Quizá esto explica porque siempre se opuso a las políticas nacionalistas; entendía que llevadas al extremo generaban división, odio y resentimiento. Sólo hay que ver cómo está el mundo actualmente para darle la razón.
Sin embargo, fue, diría, la fusión de esta vertiente humanista con sus convicciones socialistas lo que le llevó a comprometerse con la política local. Como alcalde luchó por reducir las fuertes desigualdades en Sant Adrià y por combatir los prejuicios y estereotipos del municipio. Lo hizo siempre teniendo presente el histórico lema de «Libertad, igualdad y fraternidad» (siempre lo ha tenido colgado en el perfil de sus redes sociales) y sin perder nunca la proximidad y la dedicación plena a sus vecinas y a sus vecinos.
Ser alcalde de cualquier ciudad siempre es complicado, pero siempre le decía a Joan que liderar un municipio como Sant Adrià tenía el doble de mérito por las necesidades y los retos que requería la localidad. Él, con su modestia y su humildad habituales, solía restarle importancia.
Joan Callau ha dejado un fuerte vacío entre quienes lo queríamos y apreciábamos. Echaremos en falta su sentido del humor (solía repetir que la ironía es la mejor herramienta para combatir los fanatismos), su afabilidad y, sobre todo, sus reflexiones sobre el devenir político y social de unas sociedades que necesitarán figuras políticas como él si quieren avanzar en el progreso por el que él trabajó tanto.