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La estigmatización de los magrebíes

Jaume Reixach

Periodista de vocació i, per això mateix, fundador i editor d’EL TRIANGLE des de 1990. Militant de la causa per un Món millor
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La comunidad magrebí (marroquíes, argelinos y tunecinos) en Cataluña es, según datos del Idescat, de unas 250.000 personas, el equivalente al 3% de la población. Es, por consiguiente, una minoría muy minoritaria en el conjunto de la sociedad catalana, aunque los marroquíes sean la primera nacionalidad no europea y que su concentración en determinadas ciudades y barrios nos pueda llevar a pensar que es mucho más numerosa.

Focalizar, como hacen Sílvia Orriols y Vox, la alarma, el rechazo y el odio contra esta minoría del 3% es totalmente exagerado e injusto. Lo mismo podemos decir de los menores no acompañados (menas): en los últimos cinco años, a Cataluña han llegado unos 10.000, que son atendidos por la Generalitat en centros de alojamiento y formación, a la vez que hay un centenar que viven con familias de acogida.

Con los migrantes magrebíes pasa como en todos los colectivos humanos: la inmensa mayoría son personas que practican la convivencia pacífica con los vecinos y que trabajan duro para poder prosperar, pero siempre hay algunas excepciones que rompen la norma y se comportan de manera asocial. Atribuir hechos delincuenciales (robos, agresiones, violaciones…) a la comunidad magrebí –así, en general– es una injuria y una infamia.

La adolescencia es una edad complicada, en todos los países y civilizaciones. Hay una conflictividad objetiva en nuestras ciudades, asociada a pequeños grupos de adolescentes marroquíes, pero estas actitudes provocativas y hostiles siempre se acaban curandocon el crecimiento y el apareamiento.

Hay aspectos de la religión y de la cultura musulmana que, en su expresión más rigorista, chocan con las tradiciones y convenciones de la mayoría de la sociedad catalana y española. La ablación genital y los matrimonios forzados, por ejemplo, son totalmente incompatibles con nuestro ordenamiento jurídico, de obligado cumplimiento para todo el mundo, con independencia de las creencias de cada cual, y tienen que ser perseguidos y castigados penalmente.

En cambio, hay rituales inherentes al islam, como el ayuno del Ramadán o la prohibición de beber alcohol o de comer carne de cerdo, que son opciones perfectamente respetables e, incluso, saludables. Llevar hiyab también es muy lícito, siempre que la mujer lo asuma por voluntad propia o por costumbre.

Los clichés, desconfianzas y malentendidos que hoy provoca la presencia de un número importante de magrebíes en Cataluña se irá diluyendo con el paso de los años. Como pasa en todos los procesos migratorios, la interacción y la mezcla se empieza a forjar en la escuela y se consolida, posteriormente, en el ámbito laboral y familiar.

En este sentido, tengo mucha confianza en la fuerza de cambio de las jóvenes y mujeres musulmanas. Estoy convencido que serán ellas, si cuentan con nuestro apoyo incondicional, las que romperán las normas más retrógradas que todavía encorsetan la cultura y la religión musulmana y que no se avienen con los adelantos de la civilización humana del siglo XXI.

También hay que prestar mucha atención a los imanes, enviados para controlar a las comunidades marroquíes que se han instalado en nuestros barrios y ciudades. Además de enseñar los preceptos del Corán, actúan como una «policía de la moral» que reprime e impide las interacciones entre los musulmanes y los no musulmanes y obstaculizan el necesario e irreversible proceso de integración.

Para poner a cada cual en su lugar, hay que vigilar y expulsar del país a los imanes que coarten las libertades democráticas a las cuales tenemos derecho todos los ciudadanos que vivimos en la Unión Europea, profesemos las creencias que profesemos. Las funciones de mantenimiento del orden están perfectamente regladas en el marco constitucional y es inaceptable que nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad, muy bien formadas profesionalmente, tengan que ver entorpecida o solapada su tarea por esta «policía de la moral».

No es cuestión de rememorar el fantasma del criminal imán Abdelbaki es Satty, que manipuló sectariamente a un grupo de jóvenes de Ripoll, autores de los trágicos atentados del 17-A, en Barcelona y Cambrils. La libertad religiosa es, desde el siglo XVI, un pilar fundamental de las sociedades modernas y un factor clave de su progreso.

Ahora bien, las religiones, todas, se tienen que amoldar a la existencia superior del Estado y respetar el marco jurídico que emana de él, decidido por voluntad democrática mayoritaria. Hay que responder, con la fuerza de la ley, a los excesos, contrarios a los derechos humanos y a las libertades públicas, de todas aquellas pulsiones y expresiones de raíz religiosa.

A los ciudadanos que forman parte de la comunidad magrebí de Cataluña se les tiene que dejar madurar y evolucionar. Desde el máximo respecto a sus creencias y tradiciones, se les tiene que invitar y ayudar a salir de la cultura de ghetto, que es un reflejo de sus miedos e inseguridades, totalmente comprensibles, de entrada, en todos los migrantes que marchan a vivir a un país nuevo y extraño.

No hay que repetir, porque es obvio, que necesitamos la presencia de la emigración para rejuvenecer y reconstruir la pirámide demográfica, muy deteriorada en Cataluña por la baja tasa de natalidad de los autóctonos. Por lo tanto, los magrebíes son necesarios y tenemos que agradecer su participación en el proyecto común de sacar adelante el país.

Aliança Catalana y Vox azuzan la paranoia contra la población magrebí, acusándola de todos los desmanes, para hacerse un hueco electoral. Parece que esta miserable estrategia de división y de confrontación les funciona, según constata el último informe del CEO. Una consecuencia de este clima de hostilidad xenófoba que ha creado la extrema derecha es, por ejemplo, el lamentable incendio que ha sufrido la nueva mezquita de Piera.

Tanto Aliança Catalana como Vox son partidos soufflés, muy ligados al hiperliderazgo de Sílvia Orriols y Santiago Abascal. Su ascensión es coyuntural y después vendrán la gran bajada y las disputas internas. Desde la profundidad de los tiempos, la humanidad busca la paz y la armonía en justicia social. Quienes promueven el enfrentamiento entre hermanos, por razón del color de piel, de la lengua o de la religión están condenados, de antemano, al fracaso. La historia avanza hacia la unidad.

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