Imagina uno de esos autobuses de línea, dobles y articulados, repleto en plena hora punta. Cada asiento o espacio está ocupado por una persona con su propia historia de vida, sus preocupaciones y sus alegrías. Ahora imagina que ese autobús nunca llega a su destino y que todas las personas a bordo son víctimas de un acto terrorista. 100 cadáveres. ¿Tienes esa imagen en la cabeza?
Pues ésa es la cantidad de mujeres, niñas y niños víctimas del terrorismo machista en España en 2024. 90 mujeres y 10 criaturas (5 niñas y 5 niños) fueron asesinadas por hombres de su entorno. Sí, el recuento debe incluir la violencia vicaria porque su único objetivo es dañar a la madre.
Las estadísticas oficiales solo cuentan como tales los 48 feminicidios cometidos por parejas o exparejas, lo que se conoce como feminicidios íntimos. Pero también hubo 17 asesinatos de mujeres cometidos por sus familiares varones (padre, hijo, hermano, yerno, padrastro…), otros 24 perpetrados en el ámbito social por hombres conocidos de la víctima, y 1 mujer (que se sepa) fue asesinada dentro del sistema prostitucional.
En Catalunya, donde las autoridades sí suelen incluir todos los feminicidios —no solo los íntimos—, se registró una quinta parte de todas las víctimas del Estado: el 20 % de los feminicidios contabilizados en 2024 ocurrieron aquí.
Este desfase en los recuentos no es casual, sino estructural. La cifra real de feminicidios anuales en España es muy superior a la que señala el Gobierno en sus comunicados y que recogen los medios. Esto ocurre porque, según la Ley Integral contra la Violencia de Género, aprobada hace más de 20 años, sólo se consideran víctimas de violencia de género a las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. Casi como si, para ser reconocidas como víctimas de esta violencia machista, tuviéramos que ser «la señora o ex señora de». Este artículo responde a la urgencia de denunciar, no sólo la ocultación sistemática de los feminicidios reales, sino también la deshumanización con la que se trata a las víctimas. En los medios, las mujeres asesinadas son apenas cifras o morbo: raramente se menciona quiénes eran, cómo vivían o qué soñaban.
En lo que llevamos de 2025 (hasta el 30 de junio), el terrorismo machista ha segado la vida de 46 mujeres, 3 niñas y 1 niño. Un feminicidio cada tres días y medio. Y sin embargo, no pasa nada. Aumenta el negacionismo. Y en el Ministerio de Igualdad ni siquiera saben definir mujer. La violencia contra las mujeres nunca es una prioridad.
Y mientras el contador de asesinadas sigue sumando, crece a la par una peligrosa ola negacionista y antifeminista, especialmente entre la juventud. Según el Barómetro Juventud en España 2024, el 23 % de los hombres jóvenes afirma que la violencia de género es un «invento ideológico», y una de cada ocho mujeres jóvenes comparte esa idea
Desde 2019, este pensamiento se ha duplicado. También cae el apoyo al feminismo y a la igualdad: entre los chicos, el respaldo al feminismo ha bajado del 54 % al 41 %; entre las chicas, del 81 % al 67 %.
Una de las causas de este retroceso tiene nombre: la deriva del «feminismo» institucional. De un tiempo a esta parte, la gestión ministerial ha contribuido a vaciar de contenido político el feminismo, convirtiéndolo en una suerte de paraguas simbólico bajo el que se agrupan todas las causas que la política posmoderna considera “inclusivas”. Se ha ninguneado al único y verdadero sujeto político del feminismo —las mujeres, es decir, la mitad de la población—, y se han promovido leyes que lesionan nuestros derechos en favor de delirios colectivos disfrazados de derechos civiles. Han transformado el feminismo institucional en un circo de cuatro pistas, despolitizado, infantilizado y deslegitimado. El resultado: una juventud polarizada, un feminismo caricaturizado y cada vez más jóvenes convencidos de que esto «ya no va con ellos».
En este contexto, conviene recordar que en 2017 se aprobó el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, con una dotación de 1.000 millones de euros a cinco años. Pese a las promesas, su ejecución ha estado marcada por la opacidad, la falta de seguimiento y la dispersión de fondos, muchos de los cuales han terminado fuera del objetivo original centrado en la seguridad de las mujeres. Ni siquiera existe un informe global que permita saber en qué se ha gastado cada euro. La propia Secretaría de Estado para la Violencia de Género reconoció en 2023 que más de 80 millones no estaban debidamente justificados. Aunque se han aprobado nuevas partidas —como los casi 180 millones asignados en 2025—, los problemas estructurales de control y ejecución siguen intactos.
Y mientras en España se ignora la magnitud del problema, en países como el Reino Unido la situación ha sido declarada emergencia nacional y la violencia machista se denuncia como lo que es: una forma de terrorismo. En 2024, con 68 millones de habitantes (20 más que España), el número de feminicidios fue similar al registrado aquí. Allí, un informe oficial estima que más de 2 millones de mujeres son víctimas cada año de distintas formas de violencia ejercida por hombres: agresiones sexuales, acoso, persecuciones, explotación sexual o violencia dentro del entorno familiar o social. Ante esta realidad, se han activado políticas públicas específicas, protocolos policiales centrados en los agresores y formación obligatoria desde la infancia en detección y prevención de la misoginia. Esta es la verdadera Coeducación que reclamamos y/o que está ausente o tergiversada en todo el sistema educativo.
Frente a ese reconocimiento y reacción institucional en otros países, el Gobierno de España permanece inmóvil, atrapado en el eufemismo, el clientelismo y la tibieza, dejando a millones de mujeres expuestas al terrorismo machista sin protección real ni justicia.
Hay que decirlo alto y claro: no son casos aislados, son crímenes estructurales, con raíces profundas en el patriarcado, la pornografía, la prostitución, el borrado de las mujeres en las leyes y el desprecio institucional hacia nuestras vidas. Reivindicamos una mirada verdaderamente feminista que coloque la vida de las mujeres en el centro, que recupere el sujeto político del feminismo y que denuncie, sin complejos ni alianzas erráticas, cada feminicidio, cada agresión y cada silencio cómplice.
