Orwell publicó su novela más conocida el año en que se creó el Estado de Israel, al poco de salir La lengua del Tercer Reich. En ella acuñó el concepto de doble-pensamiento para designar la capacidad de mantener simultáneamente dos creencias contrapuestas sorteando el principio de contradicción. La manera en que describimos la realidad es determinante para orientar la acción; o la inacción, correlato necesario de la impunidad.
En buena medida, la incapacidad de enfrentarse a los crímenes contra la humanidad cometidos por Israel se ampara en la premisa del «derecho de Israel a defenderse» en cuanto variante de la regla de la legítima defensa. Sin embargo, las circunstancias de la narrativa imperante relativa al Estado de Israel, realzada precisamente en los momentos en que con más virulencia atropella los principios del derecho internacional, motivan que en la práctica el derecho a defenderse equivalga a una patente de corso. Esta particularidad obedece a la asimilación de una imagen que caracteriza a Israel –según la expresión de Amy Kaplan en Our American Israel y en sintonía con la gramática de 1984– como «víctima invencible».
El oxímoron es producto de una ingeniería narrativa que, con la doble expresión de la americanización de Israel y la israelización de EE UU, ha fraguado en la figura de la relación especial, el «vínculo inquebrantable» ─expresión usada tanto por Obama como por Trump─ entre ambos países, que ha venido a aceptarse como un hecho natural pese a su débil fundamento fáctico. La relación especial es clave para entender el acontecer de Oriente Próximo y su proceso de balcanización.
En esta extraña pareja hay una división funcional: Israel –máxime en función del capital emocional del Holocausto que se instala a partir de los años 70 y con un papel estelar de Hollywood– opera como centro simbólico y como espejo indulgente de la autoestima imperial tocada tras la derrota vietnamita; Estados Unidos asume la función de campeón incondicional del derecho de Israel a defenderse… de Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen o Irán, a las Naciones Unidas, aplicando allí el veto a las resoluciones adversas a su protegido. En tal sentido, cabe decir que la parte débil decide, que el rabo mueve al perro. Esto es factible por la existencia de un poderoso lobby israelí que pesa firmemente sobre la política exterior estadounidense.
El par inconsútil ha patentado una cartografía antinómica en términos polemológicos (amigo-enemigo) y axiológicos (civilización-barbarie; implícitamente, Occidente versus Oriente). La tercera pieza de la relación experimenta consiguientemente una doble exclusión: existencial, porque ha sido desplazada de la agenda; moral, porque funciona a la vez como enemiga y como escaparate de la barbarie. Tal es el retrato robot de los palestinos, el negativo cabal de la víctima invencible. Aquí el oxímoron se calca por el envés: los gazatíes, asimilados vía Hamás al Amalec bíblico y al Hitler histórico, resultan simultáneamente peligrosos criminales y cobardes impotentes. Una víctima propiciatoria conveniente para saldar, externalizada, la culpa del Holocausto.
La asimetría entre la realidad experiencial de las imágenes y las cifras de destrucción (the facts on the ground) y la percepción cultural aclimatada por el marco narrativo, entre el Gran Israel in progress protegido por la doble cúpula de acero militar y simbólica, de una parte, y la completa indefensión de los muertos de hambre y hartos de bombas, por otra, es un corolario de la «relación especial» aceptado sin remilgos por buena parte del mundo occidental. De aquel Occidente que acuñó el «Nunca más», plasmó el derecho internacional y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Este orden normativo, perfectible pero hoy añorado, yace también entre las víctimas y las ruinas de Gaza. Que son algo más que un crimen imponderable contra la población civil: una suerte de laboratorio del mundo que nos espera, si no se pone coto a la hybris de los príncipes de las tinieblas. Hay iniciativas en esa dirección. Importa impulsarlas con convicción para acabar con la ilegalidad y la impunidad, para recuperar el valor de la igual dignidad de todas las vidas, para hacer reverdecer la esperanza.
(N. B. Este artículo trata de lo que trata; no presume el menoscabo de las responsabilidades de los adversarios de Israel).